Un diamante en la nieve
Los amores de poeta unían conceptualmente los dos bloques del recital de Barbara Bonney y
ayer en Madrid. En la primera parte, con la música de Schumann sirviendo a los textos de Heinrch Heine; en la segunda, con un refrito de compositores finlandeses, suecos o noruegos para un hipotético Amor de poeta escandinavo. La idea era atractiva y permitía al espectador una pirueta dialéctica.
Atractiva es, asimismo, Barbarara Bonney. Por elegancia, por delicadeza y, sobre todo, por un sentido innato, sutil y profundo de la melodía. En el Dichterliebe, de Schumann, tan frecuentado por barítonos (Bär o Hagegard, por ejemplo, en estos ciclos), la soprano norteamericana infundió un sentido de la exquisitez más sugerente que intelectual. Y en ello radicaba su particular encanto. Un encanto reforzado porque Bonney y su pianista son dos artistas de la exactitud: desde el canto, desde el piano, desde el gesto, desde el silencio. Hasta puede pensarse en una mágica cajita de música, en la que detrás de la precisión, de la aparente facilidad, hay una técnica rigurosa y un control impecable de tiempos y respiraciones.
Bonney es, en el mundo escandinavo, como un diamante en la nieve ('en la nieve de marzo', que diría Sibelius). Con Sibelius empezó y acabó su periplo nórdico, y con Sibelius encandiló. La sensibilidad se destapaba a borbortones en cada canción de Grieg, y el equilibrio emotivo saltaba en las de Stenhammar, el a veces llamado Brahms sueco, o con las de su paisano Hugo Alfvén. La noche, el junco, la nieve y el amado eran así retratados con una poesía por encima de cualquier tipo de banalidad.
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