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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Adiós a Carlos Cano

Carlos es ese nombre pegado al recuerdo de una infancia virgen y soñada de una niña de 13 años que acudió al Palau de la Música de Barcelona y sintió, sin temer, la necesidad de echar afuera el alma que llevaba dentro y que desde hacía tiempo le venía quemando. En aquel escenario me enseñaste a ver en la tristeza una forma de hablar, de entender la vida, de mirar a los demás y de sentirlos. Por primera vez no tuve que callar a la voz que me hablaba despacio y se entregaba a mí haciéndome débil y distinta. Aquella noche pude dormir tranquila. La primavera se divisaba a lo lejos. Por fin, mis ojos tristes y mis sentimientos tenían algún sentido fuera de ese mundo hostil, de ese andar de Quijote perplejo ante lo adverso. Gracias, Carlos, tú me entregaste, sin mirarme, lo más hondo de una caricia, de un beso tímido dado a destiempo, de un olor a mar borracho ya de sal y roca, de un sol que anduvo descalzo y triste entre las olas. Esa soledad que llevamos a cuestas nos acompaña callada y nos sonríe de vez en cuando, ¿verdad?, la boca que nos habla mientras dormimos, la melancolía amarga del pasado ya muerto...

Hoy me siento sola, hoy se marchó la voz que le dio paz al llanto y silencio de mis desiertos. Hoy más que nunca necesito escribirte. Escribirte como a nosotros nos gusta que nos escriban, con la palabra clara y el vocabulario fácil, con el ademán cálido y la postura tierna. Con los sentimientos que tienen siempre el mismo tono de voz, la misma sonrisa, porque nos miran con nuestros ojos, porque nos tocan con nuestras mismas manos y nos reconocemos, porque son los de siempre, los nuestros.

Fuiste, Carlos, siempre permeable a la tristeza de un pasado que aún hoy llama a nuestras puertas, de los que entendieron pronto, demasiado pronto, el por qué de un quejío echado al viento. Eres la presencia más presente y diáfana de nuestros corazones, a los que pusiste tu rota voz, abierta perenne a la humildad y abrazo de tu gente.

Esta noche, la oscuridad hizo eco en el escaparate frío de nuestros recuerdos y todos pudimos escuchar tu latir lento morir lleno de verde blanca y verde. La bandera de nuestros sentimientos se quedó esperándote a la salida..., se quedó con el estribillo de tu última copla, con el gesto de un niño que no pareció crecer...

Tu música seguirá llenando nuestros rincones, Carlos, rincones vacíos de un lenguaje que nos permita entendernos todos siendo nosotros mismos. Sin embargo, allá donde me acostumbré a ti no parece borrarse el dolor. ¿Podremos, Carlos, seguir compartiendo juntos las noches llenas de estrellas? ¿Seguirá el tiempo dibujándolo una mirada? ¿Dejaremos que un beso lo siga ocupando todo, como tú nos enseñaste, hasta el infinito de tu luna blanca?...

Adiós Carlos, nunca te llegué a conocer pero no por ello estuviste menos cerca de mí.

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