El Gato y el ratón
Pese al estruendoso silencio del lehendakari Ibarretxe en su mensaje de fin de año, y la negativa de Eguibar el pasado jueves, los rumores sobre una disolución anticipadaa del Parlamento de Vitoria caminan en paralelo con las encuestas acerca de la intención de voto de los ciudadanos vascos caso de celebrase de inmediato las elecciones autonómicas. No resulta aventurado conjeturar que ambas noticias se hallan interconectadas: las buenas perspectivas del PNV (sería supuestamente el partido más votado y tendría el mayor número de escaños en la Cámara) aconsejan tal vez a su cúpula renunciar al propósito de agotar la legislatura (tal y como había anunciado con jactancia Arzalluz) y a permitir al lehendakari Ibarretxe poner fin a su agonía de dos años. En cualquier caso, es pronto para asegurar que el perfil del futuro parlamento autónomo se halla defintivamente prefigurado por las ùltimas encuestas.
Las habituales invitaciones a tomarse a beneficio de inventario los sondeos pre-electorales subrayan su condición de instantáneas fotográficas de la opinión en el día que se realizan. No sólo los resultados finales pueden quedar influídos por acontecimientos inesperados o por el desarrollo de la campaña; además, la reflexividad de las encuestas como fabricantes de pronósticos lleva en ocasiones a los ciudadanos a cambiar el sentido de sus votos, bien sea para acudir en socorro del vencedor (como sucedió el 12-M del año 2000 en provecho del PP), bien sea para evitar o paliar una derrota anunciada (de lo que se beneficiaron los socialistas en las generales de 1993 y 1996). La experiencia del País Vasco enseña, en todo caso, que la prudencia y el temor de los encuestados sesga o falsea irremediablemente los sondeos, por mucha imaginación o competencia que tengan sus cocineros.
A diferencia de las elecciones generales, terreno propicio para los partidos de implantación estatal, las autonómicas en el País Vasco han venido registrando, desde su primera convocatoria en 1980, una mayoría favorable a las formaciones nacionalistas, que se fue recortando -sin embargo- a partir de 1994: si los nacionalistas doblaron holgadamente en votos a los constitucionalistas en 1986 (775.000 sufragios frente a 350.000), la diferencia resultó mas apretada (en torno a los 10 puntos porcentuales) en 1998. Por lo demás, no se trata sólo de conocer el resultado en términos de votos populares sino también de saber el signo de la mayoría del parlamento una vez transformados los sufragios en escaños. La estructura federal del País Vasco concede el mismo número de diputados -25 representantes- a cada uno de sus tres territorios históricos, pese a las notables diferencias de población entre Vizcaya (1.150.000 habitantes), Guipúzcoa (6750.000) y Alava (275.000). Dado que cada escaño alavés cuesta aproximadamente cuatro veces menos votos que su equivalente vizcaíno y dos veces menos que su homólogo guipuzcoano, la preponderacia del PP en Alava (especialmente si se coaliga con UA) le concedería una considerable ventaja de diputados en ese territorio.
Se confirmen o no las predicciones de los sondeos, el PNV tendrá serias dificultades para mantener la privilegiada situación de centralidad que ha venido ocupando durante las dos últimas décadas mediante el ventajista procedimiento de jugar con dos barajas: independentista la una, y autonomista la otra. El acuerdo firmado el pasado diciembre entre el PP y el PSOE no deja al nacionalismo moderado mas salida para entenderse política y parlamentariamente con los socialistas y los populares que la ruptura formal con el Pacto de Estella y el regreso a la senda constitucional. El humillante trato dispensado al PNV durante esta legislatura por ETA y por su brazo político EH, que apoyó primero la investidura de Ibarretxe para dejarlo caer después con estrépito, es un ominoso precedente para el nacionalismo moderado.
Los movimientos nacionalistas y populistas escindidos por la importancia dada a la lucha armada suelen ser el escenario privilegiado de una feroz pugna por la hegemonía entre sus diferentes ramas. Arzalluz buscó mediante su acuerdo con ETA en 1998 un objetivo parecido al perseguido por Perón en sus tratos con Montoneros: lograr el regreso provisional al redil de los hijos pródigos, utilizar como baza negociadora frente a terceros esa tregua indefinida -aunque no definitiva- de los terroristas y quededarse a largo plazo con los votos radicales. Pero en ese juego del ratón y el gato que se viene desarrollando dentro del nacionalismo vasco desde los pactos del PNV y EA con ETA y EH en 1998 no se sabe bien si el papel de Micifuz les corresponde a los moderados o a los radicales, al nacionalismo democrático o al nacionalismo violento.Pese al estruendoso silencio del lehendakari Ibarretxe en su mensaje de fin de año, y la negativa de Eguibar el pasado jueves, los rumores sobre una disolución anticipadaa del Parlamento de Vitoria caminan en paralelo con las encuestas acerca de la intención de voto de los ciudadanos vascos caso de celebrase de inmediato las elecciones autonómicas. No resulta aventurado conjeturar que ambas noticias se hallan interconectadas: las buenas perspectivas del PNV (sería supuestamente el partido más votado y tendría el mayor número de escaños en la Cámara) aconsejan tal vez a su cúpula renunciar al propósito de agotar la legislatura (tal y como había anunciado con jactancia Arzalluz) y a permitir al lehendakari Ibarretxe poner fin a su agonía de dos años. En cualquier caso, es pronto para asegurar que el perfil del futuro parlamento autónomo se halla defintivamente prefigurado por las ùltimas encuestas.
Las habituales invitaciones a tomarse a beneficio de inventario los sondeos pre-electorales subrayan su condición de instantáneas fotográficas de la opinión en el día que se realizan. No sólo los resultados finales pueden quedar influídos por acontecimientos inesperados o por el desarrollo de la campaña; además, la reflexividad de las encuestas como fabricantes de pronósticos lleva en ocasiones a los ciudadanos a cambiar el sentido de sus votos, bien sea para acudir en socorro del vencedor (como sucedió el 12-M del año 2000 en provecho del PP), bien sea para evitar o paliar una derrota anunciada (de lo que se beneficiaron los socialistas en las generales de 1993 y 1996). La experiencia del País Vasco enseña, en todo caso, que la prudencia y el temor de los encuestados sesga o falsea irremediablemente los sondeos, por mucha imaginación o competencia que tengan sus cocineros.
A diferencia de las elecciones generales, terreno propicio para los partidos de implantación estatal, las autonómicas en el País Vasco han venido registrando, desde su primera convocatoria en 1980, una mayoría favorable a las formaciones nacionalistas, que se fue recortando -sin embargo- a partir de 1994: si los nacionalistas doblaron holgadamente en votos a los constitucionalistas en 1986 (775.000 sufragios frente a 350.000), la diferencia resultó mas apretada (en torno a los 10 puntos porcentuales) en 1998. Por lo demás, no se trata sólo de conocer el resultado en términos de votos populares sino también de saber el signo de la mayoría del parlamento una vez transformados los sufragios en escaños. La estructura federal del País Vasco concede el mismo número de diputados -25 representantes- a cada uno de sus tres territorios históricos, pese a las notables diferencias de población entre Vizcaya (1.150.000 habitantes), Guipúzcoa (6750.000) y Alava (275.000). Dado que cada escaño alavés cuesta aproximadamente cuatro veces menos votos que su equivalente vizcaíno y dos veces menos que su homólogo guipuzcoano, la preponderacia del PP en Alava (especialmente si se coaliga con UA) le concedería una considerable ventaja de diputados en ese territorio.
Se confirmen o no las predicciones de los sondeos, el PNV tendrá serias dificultades para mantener la privilegiada situación de centralidad que ha venido ocupando durante las dos últimas décadas mediante el ventajista procedimiento de jugar con dos barajas: independentista la una, y autonomista la otra. El acuerdo firmado el pasado diciembre entre el PP y el PSOE no deja al nacionalismo moderado mas salida para entenderse política y parlamentariamente con los socialistas y los populares que la ruptura formal con el Pacto de Estella y el regreso a la senda constitucional. El humillante trato dispensado al PNV durante esta legislatura por ETA y por su brazo político EH, que apoyó primero la investidura de Ibarretxe para dejarlo caer después con estrépito, es un ominoso precedente para el nacionalismo moderado.
Los movimientos nacionalistas y populistas escindidos por la importancia dada a la lucha armada suelen ser el escenario privilegiado de una feroz pugna por la hegemonía entre sus diferentes ramas. Arzalluz buscó mediante su acuerdo con ETA en 1998 un objetivo parecido al perseguido por Perón en sus tratos con Montoneros: lograr el regreso provisional al redil de los hijos pródigos, utilizar como baza negociadora frente a terceros esa tregua indefinida -aunque no definitiva- de los terroristas y quededarse a largo plazo con los votos radicales. Pero en ese juego del ratón y el gato que se viene desarrollando dentro del nacionalismo vasco desde los pactos del PNV y EA con ETA y EH en 1998 no se sabe bien si el papel de Micifuz les corresponde a los moderados o a los radicales, al nacionalismo democrático o al nacionalismo violento.
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