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EL 'SÍNDROME DE LOS BALCANES'

De experto del Pentágono a enfermo del síndrome

'Sólo si tienes en la mano un pedazo de uranio empobrecido durante 250 horas seguidas puedes empezar a sentir una sobredosis de radiación, y eso no lo hace nadie'. Con este ejemplo tan gráfico concluyó el jueves por la noche el portavoz del Pentágono, Kevin Bacon, su intervención para negar cualquier relación entre la munición de uranio empobrecido y los casos de cáncer registrados en las últimas semanas entre las tropas europeas que han servido en los Balcanes en los último años.

Probablemente, Bacon olvidó el caso del doctor Doug Rokke, ex director del Proyecto sobre Uranio Empobrecido del Pentágono; enfermo él mismo a causa del llamado síndrome del Golfo, y actualmente, uno de los líderes de la campaña a favor de prohibir este tipo de municiones en Estados Unidos.

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El doctor Rokke sí tocó el uranio empobrecido. En febrero de 1991, durante la guerra del Golfo, estaba al frente como teniente de un equipo médico encargado de limpiar el terreno de vehículos iraquíes atacados con esta munición.

Y el jueves no pudo menos que contestar a Bacon. En declaraciones a la agencia Reuters, Rokke aseguró que todos menos uno de su equipo, de casi 100 personas, enfermaron, y que el 20% de ellos murieron tras retirar 24 tanques y otros vehículos destruidos por el Ejército de Estados Unidos.

Vídeo archivado

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Tras la guerra, el Pentágono encargó a Rokke la realización de un vídeo en que se explicasen a los soldados las precauciones a tomar en relación con el uranio empobrecido.

El vídeo, terminado en 1995, fue archivado por el Departamento de Defensa norteamericano y nunca fue mostrado a las tropas. En él se destacaba la importancia de que todo el mundo que manejara material contaminado con uranio empobrecido llevase algún tipo de protección respiratoria y también en los uniformes.

Tras aquella experiencia, Rokke, con problemas respiratorios, motrices y de riñón, impartió clases de salud ambiental en la Universidad de Jacksonville (Alabama) y comenzó su campaña para probar que el Pentágono conocía los riesgos para la salud que entrañaban esas municiones y que no informó a nadie. Dos de esas pruebas, cita Rokke en los cientos de páginas dedicadas a este problema en Internet, son el llamado Informe Los Álamos, escrito por el teniente coronel M. V. Ziehmn, y otro de la Agencia de Defensa Nuclear, ambos de marzo de 1991, en los que ya se advertía de esos riesgos.

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