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VELA La regata del Milenio

No hay un minuto que perder

Si el Capitán Aubrey, protagonista de las novelas náuticas de Patrick O'Brien, echara por la borda la corredera para medir la velocidad del catamarán Club Med, uno de los barcos participantes en la Regata del Milenio (The Race), posiblemente le saltaría la tablilla hecha pedazos y la perdería en el océano. Acostumbrado a los 12 nudos de velocidad máxima de la fragata Surprise, los 38 nudos conseguidos por el catamarán le arrancarían exclamaciones de admiración hacia los constructores de esta nave, justamente sus eternos enemigos franceses. Claro que cuando lo cargara con sus cañones, carronadas, provisiones para una larga navegación, pólvora y pertrechos, esta velocidad disminuiría sensiblemente.Lo que mejor define la frenética actividad alrededor del Club Med en el Port Vell de Barcelona vuelve a ser el Capitán Aubrey vociferando con su atronadora voz desde el puente de la Surprise: "¡No hay un minuto que perder!". Y así es, no hay un minuto que perder, ni lo habrá durante los aproximadamente 60 días que, según se calcula, durará la regata, que saldrá de Barcelona el próximo domingo.

No hay un minuto que perder para los 13 tripulantes del catamarán, que deben cargar, arreglar, corregir, reparar, probar... todo lo necesario: el material náutico, la seguridad, la electrónica, las vituallas, las velas..., los cientos de pequeñas y grandes cosas que necesita un navío de estas características para circunnavegar el mundo a unas velocidades de vértigo.

Pero cuando haya zarpado..., cuando haya zarpado no sólo no habrá un minuto que perder, sino que no habrá ni un segundo para relajarse. Guillermo Altadill, el único participante español en la regata, lo define así: "Cuando estamos navegando, aunque hacemos tres turnos de cuatro tripulantes, que son los que tienen la responsabilidad de llevar el barco lo más rápido posible por la ruta adecuada, el resto de la tripulación no descansa en absoluto. El ruido de las escotas, los golpes de mar contra el casco, la sensación de velocidad en el interior cuando intentas descansar y el propio ruido de pasos y golpes que produce la parte activa de la tripulación no te dejan relajar lo suficiente en ningún momento".

Tampoco habrá un segundo de sosiego para el responsable que esté al gobierno de la embarcación, negociando olas que con toda seguridad superarán los ocho metros de altura en el Índico y evitando que la proa del casco de sotavento se clave en una de esas olas, pues si eso ocurre, a la velocidad a que se navega, el barco se detiene bruscamente y la inercia levanta la popa, con grave riesgo de vuelco. Y un catamarán volcado no se puede adrizar.

La navegación por el Índico y el sur del Pacífico, entre los 40 y los 55 grados, presenta otro riesgo para estos gigantes del mar: los témpanos de hielo, que se desplazan de Sur a Norte. Los témpanos grandes son detectados por el radar de a bordo, y con sólo un cambio de rumbo al Norte los evitarán, pero la electrónica no registra los pequeños, y en la noche austral o en días con mala visibilidad, los tripulantes se verán obligados a escrutar en la oscuridad con el corazón en un puño hasta que quede claro que la derrota está despejada por proa.

Definitivamente, con semejantes prisas, éste no sería un buen viaje para el naturalista Stephen Maturin, compañero y amigo del Capitán Aubrey. Catalogar nuevas especies de aves marinas requiere una navegación más tranquila.

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