_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El día tonto

Hoy es el día tonto de la Navidad. Mañana también, pero menos, porque ese día va a continuación, y los segundones, ya se sabe.El 26 de diciembre no es ni festivo, ni conmemorativo ni víspera de nada. Es un día atípico, vacío, absurdo y desconcertado en medio de los júbilos, los compromisos y los ajetreos que trae la Navidad. Parecerá mentira, en plenas saturnales.

Pues las navidades, saturnales son; a mí que no me digan. El mundo celebra la Navidad, pero no todos igual ni por el mismo motivo. Unos por el nacimiento de Dios, es evidente, pero otros por los signos astrales que trae el solsticio de invierno. Y muchos ni siquiera la celebran pues nada tienen que ver con la vaina sus raíces, sus símbolos y sus creencias.

Hay gente a la que no le gusta la Navidad y tendrá sus razones, siempre respetables. Ahora bien, las fiestas de Navidad no son cuestión de gustos, sino de lógica. La llegada de un dios (lo que no sucede todos los días) o los fascinantes guiños de los astros suponen augurios de felicidad. Y a cualquier bien nacido le apetece compartirla en amorosa compañía con los seres queridos.

Seguramente todo esto se le ocurrió espontáneamente al hombre primitivo para agradecer el benéfico influjo del solsticio. Los romanos lo atribuían a Saturno, y para rendirle homenaje, tal día como ayer y diez más, los pasaban jubilosos, se amaban intensamente, se ponían de comer y beber hasta la bandera.

Uno barrunta, sin embargo, que el propio cosmos insufla estas alegrías y también las penas en el ser humano. Si es cierto que por muchas vueltas que le demos al final somos barro, el barro habrá de marcar inexorablemente nuestro carácter y nuestros estados de ánimo. "Pulvis es et in pulverem reverteris" (polvo eres y en polvo te convertirás) advirtió el Génesis, seguramente no por originalidad creativa de su autor, sino porque se lo dictaba la cosmología.

Acaeció aquello del Big Bang (según los científicos) y a poco que se piense surgen de aquel principio del fin del caos inquietantes consideraciones acerca de la naturaleza y la condición humana. El Big Bang, en efecto, fue el gran estallido. La fenomenal explosión despedazó el Universo y lo lanzó en todas direcciones hacia el infinito. La materia, desmenuzada o pulverizada, se estampó contra remotos confines, rebotó en el cosmos y quedó suspendida acaso girando por los espacios siderales. Corriendo el tiempo, quizá años luz, en su seno nacería la vida. De donde cabe deducir que somos materia, barro, Big Bang, explosión, por ahí sentimos y la cabeza nos huele a pólvora.

El hombre primitivo respondió al palpitar del cosmos, sintió la magia trascendente del solsticio y consagró a Saturno ritos y fastos. La Iglesia, luego (cuando tuvo poder) cristianizó a su conveniencia estas costumbres paganas y las saturnales pasaron a ser Pascua. La humanidad se modernizaba y, corriendo el tiempo, la comunidad católica escenificó el Belén, aceptó el árbol navideño de los germanos, el christmas que se le ocurrió a un inglés y hasta el Papá Nöel inventado por un publicitario para anunciar la Coca-Cola.

Lo bueno es que todo esto ha servido para que nos deseemos paz y felicidad; para que enviemos el testimonio de nuestro recuerdo a los familiares y amigos, y nos demos el gran festín en las fechas señaladas: por Nochebuena en Madrid y muchas más regiones, en Cataluña, Valencia, y algunas otras por Navidad.

Lo malo es que, aprovechando la alegría y las ensoñaciones que generan las fiestas en las buenas gentes, las malas de duro corazón van a su avío, y son capaces hasta de perpetrar atrocidades. Así, tal día como hoy y los días tontos que le siguen, esbirros de Enrique VIII de Inglaterra asesinaban en la catedral de Canterbury, entre salmo y cantata, a santo Tomás Becket. Y el Séptimo de Caballería, en una sangrienta operación militar que la propaganda norteamericana -principalmente el cine- tuvo la desfachatez de convertir en gesta, pasaba por las armas a Toro Sentado, llamado Sitting Bull, y después exterminaba una tribu siux entera, mujeres y niños incluidos, empezando por su jefe, Big Foot, traducido Gran Pie.

Si será tonto el 26 de diciembre que aquí estamos, en plenas Navidades, hablando del Big Bang, de los espacios siderales, de los siux y del Séptimo de Caballería.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_