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Un No-Do de hora y media

El documental Los años de la guerra fría, que emite hoy La 2 (23.30) en La noche temática, tras la proyección de Topaz, una de las peores películas de Alfred Hitchcock, constituye la prueba palpable de la vigencia del viejo proverbio "quien mucho abarca poco aprieta". Los años de la guerra fría pretende abarcar casi medio siglo de historia del mundo en hora y media de documental, y fracasa en el intento.Para empezar la serie de despropósitos, en la primera secuencia aparece ante la puerta de Brandeburgo en Berlín el periodista conductor, que responde al nombre de sir David Frost, y anuncia que en las próximas dos horas nos conducirá a través de la historia de la guerra fría. No se sabe por qué motivo, pero el documental no alcanza las dos horas prometidas y se queda en hora y media. Quizá como consecuencia de esa falta de precisión, o por la chapucería habitual en este servicio, el teletexto de TVE lo anunciaba ayer con el título Los 11 años de guerra fría. Este título no tiene nada que ver ni con el original inglés, ni con la duración real de ese periodo de la historia, que duró por lo menos 45 años.

El intento de comprimir esas cuatro décadas y media da como resultado una especie de No-Do, un La guerra fría para principiantes, título más adecuado para el producto ofrecido. El mencionado periodista, que entrevista a varios presidentes de Estados Unidos, y un historiador, Michael Beschloss, constituyen el hilo conductor de una serie de imágenes y texto a salto de mata, que llevan al televidente desde la cumbre de Yalta en 1945 a la caída de Mijaíl Gorbachov en 1991.

Entre ambos límites se recorre a uña de caballo la historia del mundo con la profundidad de un No-Do. Resulta interesante y valiosa la colección de testimonios de media docena de presidentes de Estados Unidos: Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan y George Bush. Una pena que semejante caudal de información haya producido tan magro resultado.

Para rematar la faena, la versión que emite TVE no traduce los momentos históricos. Conservar el sonido original parece obligado y se agradece. Unos subtítulos tampoco habrían estado de más: no todos los televidentes dominan la lengua de Shakespeare.

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