_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La cochinilla

Escasean las cochinillas en las montañas valencianas. Proliferan, eso sí, los arañazos y heridas que la acción humana produce en la corteza de nuestras colinas y montes. Los cerros que protegen la Plana de Castellón del gélido viento del norte están marcados por dentelladas en la piedra de sus laderas, que sirvieron o sirven como canteras. La umbría que desde Sant Joan de Moró a Vilafamés, en las estribaciones litorales, fue hasta no hace mucho una zona salpicada de matorral y humildes manantiales; hoy ofrece al caminante un aspecto desolador, volcánico y rojizo, porque las minas de arcilla y las lluvias torrenciales hicieron su agosto en un paraje simpar: erosión causada por la mano del hombre, y légamos de la tierra que ya no están. Hay que adentrarse por sendas abruptas para contemplar la pena en nuestro patrimonio natural; el conductor que circula por las estrechas carreteras comarcales apenas intuye el artificial cráter volcánico que se esconde detrás de unos maltratados pinos. Los vehículos tampoco descubren la aridez y sequedad que el desarrollo sin limitaciones llevó a las laderas de nuestras montañas. Desaparece el brezo y el madroño; escasea la humedad y la cochinilla no encuentra alojo. El insecto buscó la humedad de una piedra en la vertiente marítima de nuestros montes, y abundó en las laderas del poniente, más frondosas y menos castigadas por un sol mediterráneo de justicia. La cochinilla -se me olvidaba, vecinos- enriquece la superficie del suelo, y es una criatura ahovada que se multiplica de forma increíble; mide uno o dos centímetros de largo y es de color ceniza. Cuando se la roza, se convierte en una bolita, y por estas comarcas castellonenses se la conoce popularmente como ramonet. Una agresión a la montaña es casi siempre una agresión al ramonet.Salvar la cochinilla es, pues, tanto como salvar el monte. Y salvar el monte es tanto como salvar la capacidad del mismo para captar los recursos hídricos, la vegetación y el paisaje. Eso, al menos, vinieron a decir los sesudos varones que estos días se reunieron en un congreso sobre El monte mediterráneo y los ciclos vitales asociados. Allí se habló de desertización, de programas de reforestación, de matorral y carga de acuíferos, de aprovechamiento del monte y conservación de recursos. Se habló, incluso, de nuevas máquinas y tecnologías que pueden ayudar a la conservación del monte, de la naturaleza y de la cochinilla.

Quizás también ayude a dicha conservación el PORN, es decir, el Plan de Ordenación de Recursos Naturales, que intenta proteger la Serra d'Irta, y que ha elaborado la Administración autonómica valenciana. La Serra d'Irta, entre Peñícola y Torreblanca, es de las escasas estribaciones que se salvaron, hasta ahora, del desarrollismo sin control. Pero al PORN, como a la cochinilla, ya le han salido enemigos: el encargado de Medio Ambiente en la provinciana Diputación de Castellón, Vicent Aparici, del Partido Popular, ya habla de que el Plan impedirá el cemento, o lo que es lo mismo el desarrollo urbanístico y turístico desaforado en la zona. Ese desarrollo, que se ha visto hasta la fecha, se ve y, si el PORN no lo impide, se verá. Toda una paradoja y sarcasmo que el provincial responsable del Medio Ambiente no sea el adalid en la lucha por la supervivencia de la cochinilla. Tan humilde ella, tan dócil y tan callada como esa sierra linda que es la d'Irta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_