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Tribuna:CUADERNO DE TEATRO
Tribuna
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Un tropezón MARCOS ORDÓÑEZ

Marcos Ordóñez

1. Ingredientes del guiso. Terra baixa, en el Nacional. Ingredientes de primerísima mano. Repasen conmigo: a) Director, Ferran Madico. Póquer de ases reciente: en orden inverso, Taurons, Tots eren fills meus, Molt soroll per no res, L'héroe (segunda versión). b) Manelic es Julio Manrique, uno de nuestros mejores jeunes prémiers, como dicen en Francia. Joyas de su corona: Fashion feeling music, en el Lliure; Ànsia, de Sarah Kane, y el Titus Andrònic, de Àlex Rigola. c) Marta es Marta Marco, una revelación de gracia y sensualidad en Fashion feeling. d) Sebastià es Ramon Madaula en su "retorno a los escenarios". Bastante tiempo sin hacer teatro, así que nos quedaba el inmejorable sabor de boca de su trabajazo en Àngels a Amèrica. Sigo con la lista. e) Llorenç Corbella, escenógrafo. Todos recordamos su resolución de Guys & Dolls. Y, también en el Nacional, el Mesura per mesura de Bieito. O sea: un especialista en trabajar en grandes espacios, o medianos: La presa, en el Romea. f) Vestuario, Isidre Prunés. Más veterano que el general O'Donnell. Infinidad de trabajos de aúpa, con y sin Montse Amenós, desde Antaviana hasta hoy. g) Iluminación, Albert Faura. Otro maestro. Actualmente, tres iluminaciones suyas en cartel: Arte, La noche de Molly Bloom y ésta. Y, por supuesto, la obra de don Àngel, que sigue conmoviendo a las piedras: ¿hay algo que te parta más y mejor el alma que la confrontación trágica de un inocente con la realidad pura y dura? Terra baixa, sobre el papel, sigue funcionando porque Manelic es una notable bestia dramática, porque el drama está bien construido (aunque un poco larguito) y porque su trío protagonista es más complejo de lo que aparenta. Si me dan a elegir, me quedo con Maria Rosa, donde el bien y el mal están repartidos de una forma, digamos, más renoiriana (el Renoir de Toni), y donde la carne que se echa al asador no abusa del romero pastoral que sazona un poco en exceso Terra baixa; pero en fin: si yo fuera un productor y me ofrecieran un espectáculo con esos ingredientes, diría: "Compro ya, ya mismo". Pues lamento decirlo, amigos, pero el guiso no monta.2. Un codazo. Más que un clásico puesto al día, creo que el montaje del Nacional es, simplemente, la prueba de que el mejor escribano echa un borrón. Qué vamos a hacerle: creo que Terra baixa no le ha salido a Madico, igual que El alcalde de Zalamea no le salió a Belbel. No nos rasgaremos las vestiduras por eso. Ahora bien, lo que a mí me interesaría averiguar aquí es qué o quién le ha dado el codazo al escribano. Se me ocurren, de entrada, dos culpables: el espacio y el vestuario. Encargados o aceptados por Madico, vaya eso por delante. El espacio es la Sala Gran, una genuina place of disaffection, que diría el señor Eliot. Para montar Coriolanus, perfecto. Para Terra baixa, chungo. Porque Terra baixa es una tragedia íntima, ideal para la sala pequeña. Más que íntima, claustrofóbica. Las montañas, la terra alta del valle de Carançà, ha quedado atrás. Ahora estamos en el molino de Queralbs. Y tenemos 12, 13 personajes, pero, esencialmente, todo se dirime entre tres: Manelic, Marta, Sebastià (cuando aparece). En esta función tenemos que ahogarnos un poco, como se ahoga Manelic, y en la Sala Gran sobra espacio por todos lados. Las líneas de tensión se abren, se debilitan, se desdibujan. Se vuelven operísticas en el peor sentido. Los personajes, separados por una decena de metros, hablan al tendido, lanzan arias, cuando deberían estar más juntos que Gómez de Liaño y Trevijano. A ratos uno tiene la impresión de estar viendo un musical sin música, mitad Oklahoma mitad Los gavilanes. Y en la segunda parte, el molino es feo con avaricia: mismamente las cuevas de Pedro Botero. Un molino enorme al que sólo llevan dos saquitos de harina para moler; no me extraña que Sebastià tenga que casarse con una pubilla para salvar el negocio. Y hay ideas de escenografía demasiado obvias: El paisaje de la terra alta, un decorado frontal que cae, como caían las cadenas de Tots eren fills meus. Y una especie de cielo aborregado que baja poco a poco, como la típica metáfora de "losa sobre los protagonistas". Venga, Madico, que tienes mejores ideas.

Segundo codazo: El vestuario. Mitad Pastorets, mitad Johnny Guitar. No es broma: creo que es imposible que los actores puedan interpretar a gusto con esos trajes. A Julio Manrique me lo han vestido que parece un cruce entre Jonathan Richman y el Yeti. Y es un pastor, no una bestia peluda. Luego, en cosa de 10 días, a la que le cortan el pelo, zas, se convierte en una persona, lo cual todavía es más raro. Una persona con una peligrosa tendencia a lo que podríamos llamar el "ruralismo Cifesa", ejemplificado en aquel "¡Señoritoooo...!", que Fernán Gómez lanzaba en El viaje a ninguna parte. Esto es lo más raro de todo porque Manrique es un actor moderno como pocos, una fuente de emoción pura; lo ha demostrado de sobras. Marta Marco, por su parte, va de cabaretera de saloon. O sea, con vestido rojo y ligueros. Quizá Prunés pilló mal el conceto. Como si en vez de "Marta trabaja en un molino" hubiera entendido "Marta trabaja en El Molino". Con dos movimientos básicos: me quito y me pongo el chal / me subo y me bajo las faldas (para que se vean las ligas de cabaretera, supongo). También hay otro cambio curioso: entre el segundo y el tercer acto, Marta pasa de cabaretera de saloon a viejecita mexicana, encorvada, con toquilla y de luto riguroso. Ahora, para juzgado de guardia, lo que me le ponen a Madaula, que va entre petimetre y narcotraficante colombiano. Y con gafas oscuras. ¿Por qué esas gafas oscuras? ¿Porque es el malo? ¿Porque hace mucho sol en Queralbs? No sé, no creo. El caso es que Madaula parece moverse en escena como con vergüenza, cosa que entiendo. Mejor lo lleva Pere Eugeni Font, ya pasando de todo. Es el Mosèn y viste entre Killer Clown (con pantalones a cuadros) y monje de Alien III, rapadito al cero. Al Mosèn le llaman así porque había estudiado para cura. En el seminario del planeta Matrix, imagino. Y el resto van casi de figuritas de pesebre. Bueno, a excepción del Ermità (Doctor Soler), el primer ermitaño que veo con chaqueta de fantasía. Está bien, el Doctor Soler, aunque muy desigual. Está estupendo contándoles a las Perdigonas (Anna Güell, Montse Vellvehí) la historia de Sant Miquel; en cambio, cuando se entera de "la verdad", se lleva las manos a la cara en un gesto de horror que ni en La Malquerida. Carles Canut (Josep) está desaprovechadísimo. Y Santi Ricart, que también está impecable, desaparece al final del primer acto porque le han repartido el papel de Xeixa.

Quizá la mejor escena del montaje sea el enfrentamiento entre Manelic y Marta, que Papitu Benet analizaba, años ha, como una muestra de la mente retorcidita de don Àngel, en un texto que escribió para el montaje de Puigserver y que tenía mucha gracia y mucha razón. "La passió amorosa, en Guimerà, diguem-ho d'un cop, sovint té un component important de sadomasoquisme. Aquesta és la culminació del segon acte de Terra baixa: un home i una dona que es barallen, un doll de rèpliques cada cop més cegament apassionades, provocant i turmentant Marta el seu oponent. I, aleshores, un ganivet a la mà de Manelic, l'intent retingut de clavar-lo, la nova provocació de Marta, l'acció de clavar, la sang que raja, una dona que rep la ferida amb gratitud, i un diàleg que, després de l'explosió, es remansa provisionalmente y exulta felicitat". Esa escena les sale así, la consiguen la Marco y Manrique. Pero es casi el único momento en el que vemos pasión y dolor. En la segunda parte, la iluminación, ultratenebrista, aboca a una suave somnolencia de la que nos sacuden los gritos. Se grita mucho en la segunda parte, sin que por eso haya más pasión. "Ans al contrari". Y Nuri (Carlota Olcina), que en la primera parte parecía una niña más o menos real, en la segunda me la convierten en una especie de Lolita histérica que ríe como una poseída.

3. "Next will be better". ¿Lo que más me gusta? El final. Marta y Manelic, yéndose, de repente plantados en el territorio de la Barcelona de principios de siglo: adoquines, alcantarillas, rieles de tranvía. Como Adán y Eva expulsados de un paraíso de papel pintado. O Abel descubriéndose Caín. Ahí brilla el mejor talento conceptual de Madico. Ahí podría empezar una historia estupenda. ¿Qué le pasa a Manelic después de haber matado al lobo, de descubrir al lobo que lleva dentro? Se van a Barcelona. Alquilan, pongamos, un pisito en el Poble Sec. Ella se hace cupletista, en el Edén Concert. Porque no creo que duren mucho estos dos. ¿Y él? ¿Se hace guardia de asalto? ¿Pistolero de Martínez Anido? ¿O se convierte en algo parecido al Onofre Bouvila de La ciudad de los prodigios? Ah, amigos: Esos 30 segundos, apenas un minuto, de Marta y Manelic abrazados, yéndose, siguiendo el riel del tranvía, rodeados de humo industrial, me hizo soñar más que toda la obra. Resumiendo: Terra baixa es el tropezón de un muy buen director. Pero como decía Ed Wood, "Next will be better". Seguro que sí; ese final lo anuncia.

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