El puente
No sabemos si el hecho de que la gente huya de Madrid con la pasión con la que lo hizo el miércoles pasado se debe a que estamos bien o estamos mal. La ciudad se convirtió en una ratonera. En la M-30 podías sentir crecer la barba en tu cara mientras los automovilistas se lanzaban miradas perplejas de coche a coche. Algunos niños, en la parte de atrás, observaban con pánico el ataque de claustrofobia de sus padres. Por la radio anunciaban que los hoteles y los aeropuertos y las vías de salida estaban llenas. España va bien, le faltó asegurar al locutor.-¿La gente se va porque está bien o porque está mal? -le pregunté al taxista.
-La gente se va porque está en la naturaleza del ser humano marcharse -respondió el conductor, que parecía haber leído a Konrad Lorenz-. Cada diez años deberíamos marcharnos de donde estuviéramos para empezar una nueva vida.
Pensé que si él era etólogo por haber leído a Lorenz, yo podía ser existencialista por haber leído a Sartre, así que le dije:
-¿Usted cree que deberíamos empezar una nueva vida, pese a la pereza que da mantener la que ya hemos terminado de pagar?
-Yo no la he terminado de pagar -me dijo-. Me quedan dos años para acabar con el crédito o para que el crédito acabe conmigo. Pero también está en la naturaleza del ser humano pedir préstamos y devolverlos con interés.
-La naturaleza es muy curiosa -concluí.
Por la radio decían ahora que el aeropuerto de Barajas infringía, según un informe oficial, las normas antirruido de Fomento.
-Pues no sé cómo se atreven a llevarle la contraria a Álvarez Cascos, con lo bruto que es -dijo el taxista para reiniciar la conversación.
-Porque en el fondo es bueno -añadí yo-. Usted, que ha leído a Lorenz, debería saber que los brutos, en el fondo, son débiles, y que los atrevidos son tímidos.-Y que los bulímicos son anoréxicos, me va a decir ahora.
-Pues no había caído...
-Y que los agorafóbicos, claustrofóbicos...
Desconcertado ante aquel ataque de esdrújulas, me replegué sobre el asiento comprendiendo que aquel hombre había leído más cosas de las que manifestaba. En esto, vi que el conductor del coche de al lado le pegaba un bofetón al niño del asiento trasero, que sería su hijo, porque detrás de uno, en los coches al menos, suelen ir los hijos.
-Según eso -arremetió el etólogo con una violencia sorprendente-, el ruido sería la manifestación del silencio. Ahora va a resultar que donde más ruido hay es donde más silencio se escucha. Me revienta la gente aficionada a estos jueguecitos psicológicos.
-Es que soy existencialista -dije por decir algo, con el temor de recibir un cachete como el del niño del automóvil vecino, pues estaba teniendo una regresión y me pareció que el taxista era en ese momento mi padre.
-Lo que me faltaba, un existencialista -dijo-. ¿Y eso quiere decir que es usted partidario de la existencia?
-No siempre -respondí para no comprometerme.
-Pues yo vivo junto al aeropuerto y sé que los ruidos gordos son ruidos gordos, aunque para usted los gordos sean en el fondo delgados y los delgados gordos.
El hombre del automóvil vecino volvió al golpear al niño que llevaba detrás, esta vez con un objeto de madera, quizá un cepillo, sin que la madre hiciera un solo gesto por defenderle.
-Están pegando al niño del automóvil de al lado -dije.
-No se fíe -respondió el taxista con una risotada-, los que pegan mucho en el fondo no pegan nada.
Por la radio no dejaban de decir cosas horribles, como si en lugar de en la M-30 estuviéramos en una pesadilla. Una mujer de la asociación Clara Campoamor se quejaba de que todo el mundo se aprovechara ahora de la fama de Tany.
-Nosotras hemos hecho a Tany -gritaba, como si Tany fuera un producto comercial.
Entonces no pude más y me eché a llorar.
-Llora usted como una mujer -dijo el taxista-, pero no se apure, que las mujeres, en el fondo, son muy hombres.
-España va bien -añadí yo, limpiándome los mocos, para que no me castigara.
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