Odisea en Iberia
De vuelta de unas recientes vacaciones, y a falta de otro medio de transporte, me embarqué con Iberia para cubrir el trayecto Madrid-Valencia (viaje que, en coche, no da para más de tres horas). He aquí el relato de la pesadilla.De entrada, el avión parte con cuarenta y cinco minutos de retraso, lo cual, sin duda, imbuye de veracidad mi relato. Una vez en destino, esperamos veinte minutos hasta que las maletas empiezan a rodar por la cinta de los desencuentros. Media hora después, mi equipaje no ha aparecido. Me dirijo a la oficina de equipajes perdidos y encontrados (sic), y reclamo a un amable caballero. Me informa que la maleta quizá venga en un vuelo posterior, porque (palabras textuales) "cuando el avión es pequeño a veces se pasan maletas de un avión a otro". Le objeto que yo facturé las maletas en mi avión, y nadie me sugirió tal posibilidad en su momento. Pese a indicarme una nueva cinta donde esperar mi maleta, aprovecha, aparentando seriedad, para aconsejarme que formalice cuanto antes mi reclamación por pérdida de equipaje, "porque luego habrá colas de una hora". Vistas las expectativas del locuaz empleado, formulo mi queja, y espero otros treinta minutos frente a la cinta, que solo sirven para constatar que, tal y como habían vaticinado, el departamento lost and found ha cumplido a la perfección con la primera parte de su cometido. Hastíado de tanta espera baldía, vuelvo a dirigirme al susodicho individuo, mientras una incipiente cola empieza a esbozarse frente a su ventanilla. Me proporcionan un número de teléfono al que deberé llamar mañana para informarme del paradero de mis maletas. Al llegar a casa, miro el reloj: sólo han pasado tres horas y media desde el inicio del viaje. Al día siguiente, tras varias llamadas a un número de teléfono gratuito (para Iberia), y después de interminables esperas, me informan por fin de que mis maletas, por el mismo precio, han viajado a Barcelona. A las 13:30 horas me aseguran que están por fin de vuelta en Valencia, y solo tendré que esperar al servicio repartidor de maletas, que en cualquier momento de la tarde me las hará llegar al domicilio. A las 22 horas me piden que sea paciente, que el reparto suele durar hasta las doce de la noche. Por fin, a las 23 horas (tan solo 27 horas después del inicio del viaje), un amable pero mudo repartidor (o para ser exactos, laringectomizado, y a quién nada se entiende pese a sus ímprobos esfuerzos) me entrega mis dos maletas; una de ellas (la nueva, como suele ocurrir) con el asa destrozada. El buen hombre me garrapatea en una nota que puedo llevarla a un establecimineto (a una media hora andando desde mi casa), donde le coserán el asa rota, sin que por ello deba yo desembolsar ninguna peseta. Mientras le veo alejarse, me propongo acostarme temprano para coger mañana buen sitio en la cola de maletas perdidas, encontradas y deterioradas, en espera de ser recosidas, mientras me pregunto en qué eslabón se inició esta cadena de ineptitudes que ha llegado a tan delirante absurdo. - .
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