Decálogo para un diálogo
Ahora que parece abrirse la esperanza de un acuerdo entre las fuerzas democráticas, convendrá, de paso, recordar que es una situación de emergencia la que lo justifica.Nunca, en efecto, el terrorismo ha estado tan presente entre las preocupaciones de los españoles, ni siquiera cuando causaba seis veces más víctimas. Nunca como en esta ocasión se ha impuesto un deseo popular, por más que se exprese de forma muy distinta según los lugares. Pero ni siquiera estos argumentos aseguran que el intento prospere; convendrá, por tanto, observar con todo cuidado el proceso para que no descarrile. Por lo que pueda servir, ahí van algunas sugerencias con tal fin en forma de decálogo:
1. El diálogo no es consecuencia de la debilidad, sino de la fortaleza. Sólo quien se siente seguro de sus principios y está en posición de verlos triunfar puede llevarlo a cabo. El PP ha llegado arrastrado a él cuando, tanto si fructifica como no, será el gran beneficiario.
2. Para llegar a un acuerdo, es imprescindible un clima ambiental. Resulta difícil conseguirlo por las inminencias electorales vascas y los antecedentes previos, pero siempre será posible rebajar el nivel de decibelios del debate político.
3. El diálogo es difícil, y conviene saberlo desde el principio. Todos estamos contra ETA, pero, más allá de esta declaración, es realista reconocer diferencias difíciles de superar no sólo entre los partidos, sino, por ejemplo, entre los columnistas de este diario.
4. En el diálogo se debe intentar sumar y no restar. Llama la atención que, para algunos, las opiniones de Lluch le excluirían como interlocutor, al margen de que al final se pudiera coincidir o no con ellas.
5. Un acuerdo es imposible si las posiciones partidistas son inconmovibles e irrenunciables. Si de entrada el PP se empeña en el "vuelco histórico", el PNV en la autodeterminación y el PSOE juzga -como Narcís Serra- que son los demás quienes deben cambiar, no hay forma de entenderse.
6. A pesar de ello, no hay que intentar dar satisfacción a quienes de ningún modo van a quedar satisfechos. Esto vale, por supuesto, para Euskal Herritarrok, pero también para los que en estos días han afirmado que las tesis de Lluch llevaban a la descomposición de España o juzgan cómplices del terrorismo a quienes no comulgan con ellos.
7. El tiempo -en política como en todo- siempre cuenta. Nada sería más absurdo que intentar volver al momento en que se inició la tregua -Pacto de Lizarra- como si nada hubiera sucedido. Empecinarse en lo que entonces se hizo pero también se dijo supone volver a cometer idénticos errores. Lo que hoy se pide es comenzar desde una actitud nueva.
8. No tratar de evitar lo que ya es inevitable. Como corolario del punto anterior, puede pensarse que hubo un momento en que las elecciones vascas podían ser eludidas. Hoy ya no, y carece incluso de sentido el plantearlo.
9. Pensar en el otro, y sobre todo en el enemigo. Hemos pasado meses oyendo desfogamientos verbales de los líderes políticos respondidos en igual tono por sus contrincantes. Mientras tanto, no hemos sido capaces de darnos cuenta de que estaba naciendo otra generación de etarras. De que así haya sucedido somos todos culpables.
10. No excluir nada en el futuro. Si los partidos democráticos llegaran a alguna forma de acuerdo, aunque fuera limitada, no tendría que excluir un Gobierno de concentración (caso de PNV), ni la consideración de que, de algún modo, existe un problema político (caso del PP).
Basta el diálogo para que la situación política mejore.
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