Teruel existe
La serranía de Albarracín y el precioso pueblo encaramado sobre un altozano en una de las estampas más impresionantes de Aragón; las muestras de arte mudéjar de una ciudad de Teruel situada en un escenario geográfico inverosímil sobre el río Turia, allí todavía llamado Guadalaviar; los recintos medievales de Mirambel, Calaceite y otras localidades del Maestrazgo; el ambiente fiero y místico a un tiempo de los tambores de Calanda y de Híjar; el centro histórico de Alcañiz; las estribaciones de Javalambre; la nostalgia del esplendor minero de Ojos Negros y de su ferrocarril hasta el puerto de Sagunto. El Oriente turolense contemplado desde el pico de Penyagolosa, en el límite entre el norte del País Valenciano y el sur de Aragón; la visión de un Teruel austero y profundo, noble sin más, desde el ejemplo de muchos compañeros de la Universidad; algunos días de invierno pasados en medio del frío, pero también de la calidez, de las placitas de Albarracín; los emigrantes que miraron más hacia el Mediterráneo que hacia la estepa, cruzaron los montes y vinieron a trabajar con nosotros, los valencianos; y las geniales películas de Luis Buñuel, quizá el hijo más irreverente e ilustre de esta "tierra callada" como la definió José Antonio Labordeta en una célebre canción.Claro que existe Teruel, aunque los caciques y un poder siempre lejano hayan tratado de enterrarlo entre miserias, abandonos y marginación. El pasado miércoles por la mañana me despertó, desde los micrófonos de Radio Nacional de España, la voz grave de Julio Zapater, un antiguo compañero de profesión y de muchas otras cosas, que narraba las huelgas, los cortes de carreteras y las manifestaciones que los 136.000 habitantes de Teruel protagonizaban para reclamar tan sólo su derecho a existir. Vecinos y amigos, compañeros en muchas ocasiones, los turolenses se merecen que los valencianos apoyemos sus peticiones de mejores carreteras, de más industria, de una agricultura modernizada, de un turismo rural, de una mejor asistencia sanitaria... En una palabra, de su derecho a existir.
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