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Niños

Está reciente aún la manifestación del día internacional de la violencia hacia las mujeres cuyas denuncias aumentan cada año como una plaga contagiosa y cuyas muertes nos dejan con el mismo sentimiento de impotencia que sentimos ante los asesinatos terroristas. Porque, tal como se ha dicho otras veces, se trata de la misma clase de terror, aunque los medios se ocupen menos de sus víctimas que de las de ETA, igualmente trágicas. También de la familia del miedo debe ser el sentimiento de los profesores y las profesoras ante la violencia de sus alumnos, o el de los hijos ante la violencia de los padres.El respeto que nos debemos debe empezar del fuerte hacia al débil, del poderoso al impotente. Si las armas tienen el poder sobre la vida y el hombre el de la fuerza física sobre la mujer y los alumnos el del número sobre el profesor, nadie más frágil que un niño cuando el sufrimiento les llega de quienes deben protegerlo y no puede ni protestar.

Como la violencia no surge de la felicidad sino todo lo contrario, de desgracias como la enfermedad mental, la angustia, la frustración, el fracaso o la ignorancia, pues se suele dar con más frecuencia entre los seres más infelices, entre los más desfavorecidos por la naturaleza y por la sociedad. Así, cuando las víctimas son niños y se encuentran desasistidos por falta de medios se pueden proporcionar esos medios y es lo que se debe hacer, pero si el caso se agrava con el maltrato, el alcoholismo, la drogadicción y la ignorancia, mi humilde opinión es que dejarlo en un centro de recogida, años quizá, esperando a que se regenere la situación, es atentar contra los derechos humanos del niño a vivir en el calor y la seguridad de una familia; a pesar de los problemas que se puedan generar en el futuro.

Digo todo esto porque no creo que los Servicios Sociales se muevan por intereses clasistas, sino por una realidad social cuya injusticia no hemos sido capaces de evitar. Claro que se pueden equivocar, pero no creo que tengan especial interés en arrancar a los hijos de sus familias, y me extrañaría que el error fuese por un exceso de celo con el que tendrían poco que ganar y mucho que perder.

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