La división canadiense
El primer ministro liberal de Canadá, Jean Chrétien, ha hecho historia obteniendo por tercera vez consecutiva la mayoría absoluta en el Parlamento federal, lo que equivale a una profundización del statu quo, seguramente el menor de los males para un país dividido entre un este liberal y federalista y un oeste donde predomina una sensibilidad conservadora, que actualmente se expresa en la Alianza Canadiense, que, aunque también apoya la estructura federal del Estado, muestra una creciente impaciencia ante el separatismo de la región francófona de Quebec.El jefe de Gobierno, originario precisamente de Quebec, bilingüe aunque escasamente elocuente en cualquier lengua, ha redondeado su mayoría de 155 a 172 escaños, en una Cámara de 301, para seguir enfrentándose a dos clases de oposición. La federal, donde la Alianza pasa de 58 a 67 escaños, crecimiento muy inferior al previsto por su líder, Stockwell Day, y la nacional, en la belle province, donde el Bloque Quebequés, secesionista, baja de 44 a 37 representantes.
Los dos resultados son reconfortantes a corto plazo, pero no desmienten que la base electoral del liberalismo sea geográficamente muy limitada. Chrétien ha logrado un buen resultado en Quebec, aunque el descenso de los independentistas puede ser sólo táctico, puesto que no faltan votantes que dan su sufragio al liberalismo en las elecciones federales porque éste defiende el fortísimo acopio de poderes de la provincia, sin que por ello dejen de ser sensibles a algún tipo de soberanismo de Quebec. Y lo incontestable es que el liberal sigue siendo fundamentalmente el partido del Estado más rico y poblado de Canadá, Ontario, donde obtiene 102 escaños sobre 103. El partido conservador clásico, que tantos años alternó con el liberalismo en el poder y de aspiraciones más pancanadienses que la Alianza, sigue, por su parte, como desde comienzos de la década, en respiración asistida, al caer de 19 a 13 escaños.
Canadá, que cuenta con una prosperidad económica envidiable, vive bajo la tentación de asimilarse cada vez más a Estados Unidos, muy notablemente en los Estados del oeste. La subida de la Alianza apunta a la consolidación de dos países cada vez más diferentes y extraños entre sí. Sin contar con un tercero, el del Bloque, que, además, quiere dejar de ser canadiense.
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