Prestigio mal defendido
Más que nadie en el fútbol europeo, y probablemente en el mundial, el Madrid es prisionero de su historia. No se crea una mística para olvidarla aquí y allá, y muchos menos en un partido de prestigio como la Copa Intercontinental. El Madrid defendió mal su grandeza. O no la defendió. Cometió errores de toda clase, y no fue el menor su desconsiderada manera de entrar en el partido. Sólo un equipo vanidoso y distraído puede permitir los goles que concedió al Boca en el arranque.Casi desde el vestuario, el Madrid otorgó una ventaja decisiva a un rival que no necesita de regalos para defender su pabellón. En una demostración de algo que se podría denominar como argentinidad, el Boca no aceptó la condición de inferior que muchos le daban. De toda la vida, los equipos argentinos se niegan a sentirse inferiores ante nadie. Más que eso, se sienten superiores a todo el mundo, sin someterse a comparaciones de jugadores, de historial, de dinero. Somos argentinos y vosotros no, vienen a decir. Al Madrid se lo dijeron muy claro, a pesar de que el Boca sea un equipo de recursos limitados. Estuvo sostenido fundamentalmente por Serna, Riquelme y Delgado. A ellos se añadió Palermo para hacer lo que sabe: marcar goles, que no es poca cosa. Porque juego no tiene. Con ese limitado arsenal, el Boca se las arregló para parecer mejor de lo que es y llevarse una justísima victoria.
En el Madrid casi todo fue cuestionable. A sus abundantes distracciones añadió errores básicos en jugadores que salieron muy desacreditados. Geremi fracasó del tal manera que este partido puede suponer su ocaso. Definitivamente no le da para jugar en el Madrid. Defiende mal y ataca peor porque le vence el entusiasmo. Su enorme protagonismo en el juego de ataque no se corresponde con sus evidentes limitaciones. A un gran equipo le deben condicionar sus grandes jugadores, no los peores. Es el caso de Geremi. No fue el único que se desplomó. El Madrid necesita un central de primer orden. Karanka ofreció graves síntomas de debilidad.
El partido de Figo obliga a una pregunta: ¿puede uno de los tres mejores jugadores del mundo pasar inadvertido en un partido como éste? Figo no desbordó nunca, jamás alcanzó la línea de fondo, nunca dio sensación de autoridad. Su actuación fue decepcionante. Funcionó como símbolo de un equipo que, con la honorable excepción de Roberto Carlos, aceptó lastimosamente su inferioridad. Justo lo contrario de lo que demanda su historia.
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