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El economista que detectó la industrialización

Ernest Lluch advirtió del gran cambio económico de finales de los sesenta mientras las autoridades del momento no le dieron importancia

Miquel Alberola

El profesor Ernest Lluch llegó a Valencia en octubre de 1969 para impartir clases en la recién creada Facultad de Económicas y descubrió que el País Valenciano era una laboratorio económico equiparable a lo que había sido la Italia central una década antes. Era un gran momento de cambio en el que el país se estaba industrializando. "Yo venía con la idea de la naranja y la agricultura, y me encontré que esto era un laboratorio que estaba transformando el país con el calzado, el textil hogar, el azulejo o la joyería", recordaba en una entrevista para EL PAÍS, publicada el domingo 5 de abril de 1998, en la que revivía su relación con Valencia. Según el profesor, la economía valenciana vivió un período de afirmación industrial entre 1966 y 1975 que cambió por completo la estructura productiva del país.Pero lo más sorprendente para él fue que apenas nadie observara la intensidad de esta transformación, incluso que a menudo se le quitara importancia a este proceso industrializador . "Había gente muy pegada a la idea de una Valencia irreversiblemente agrícola", explicaba. Las autoridades políticas del momento no valoraban mucho este crecimiento de la economía productiva y estaban concentradas en grandes inversiones industriales como la IV Planta Siderúrgica de Sagunto y, poco después, la factoría Ford. Sin embargo, como diagnosticaría Lluch, "el país no se transformó ni por la agricultura, ni por la IV Planta, ni por la Ford, sino por un desarrollo industrial propio que era comparable al que había tenido lugar diez años antes en la Italia central, la que se encuentra entre Roma y el norte". El ex ministro murió convencido de que como consecuencia de este proceso el País Valenciano constituye "un caso único por su dinamismo". El hecho de que las exportaciones hayan superado tradicionalmente a las importaciones es "una característica única en España", pese a que existe otra comunidad autónoma en esta misma situación, aunque descartada enseguida por el catedrático por estar más centrada en las materias primas.

Lluch atribuía la paradoja de una aplastante e insoluble imagen agrícola al hecho de que la economía y la cultura no van siempre juntas. De acuerdo con sus datos, planteó una confrontación con las tesis de Joan Fuster, quien estaba persuadido de que el motor de la economía valenciana era la agricultura, en los años setenta. Sin embargo, pese a mantenerse firme en sus convicciones, explicaba que ahora defendería "una tesis más compleja": "El País Valenciano es industrial -y en esto no tenía razón Fuster-, pero la cultura es básicamente muy agraria -y en esto tenía razón él y no yo-. La burguesía existía. Los que han transformado el país son los empresarios del calzado, los del azulejo o Lladró", razonaba.

La de la industria no fue la única discrepancia de fondo que mantuvo con Fuster. La concepción nacional también puso distancia entre ellos. "Cataluña y Valencia son diferentes porque hablan la misma lengua, dicho en una frase que aprendí de un húngaro que decía que Austria y Alemania son diferentes por esta misma razón", bromeaba. A criterio de Lluch, Fuster tuvo dos errores: "La subvaloración de la industria y la aparición de una sociedad nueva", por una parte, y por la otra, "la visión exclusivamente lingüística de los pueblos". "Él tenía dos salidas: hacer un libro replanteando bastante sus puntos de vista o callar. Y calló", manifestaba.

En cuanto al influjo de Fuster en el Partit Socialista del País Valencià (PSPV), partido que impulsó Lluch junto a Vicent Ventura y J. J. Pérez Benlloch, el ex rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo reclamó enseguida la condición de profusterianos para los dirigentes de esta organización, aunque no fueran seguidores suyos en el sentido lingüístico ni nacional y se apartaron de la línea ortodoxa de Eliseu Climent: "No éramos el Partit dels Socialistes de Catalunya sección valenciana". Y añadía: "Por influencia de Vicent Ventura, aunque luego tuvo otras etapas, también tuvimos muy en cuenta la parte de habla castellana del país".

A menudo, se había culpado a Lluch de utilizar toda su pericia en evitar que Ventura se constituyera en el líder del PSPV, sin embargo el profesor negó en redondo esta acusación en la entrevista: "Durante unos años Ventura tuvo posibilidades de jugar un papel de primera línea en la política valenciana, y yo era partidario suyo", reconocía. "Las posibilidades de un Ventura como político socialista y populista eran enormes. Pero lo que no podía hacer era demasiado fusteranismo, porque políticamente no era posible ni entonces ni ahora. Él optó por una radicalización nacionalista en aquellos años que lo separó de nosotros", afirmaba.

Asimismo se apresuró a desarmar otra de las imputaciones legendarias del sector más nacionalista del PSPV, que le acusaba de haber mandado a Ventura a una reunión en Madrid para evitar que presidiera la manifestación del 9 d'Octubre de 1976. "Eso no es verdad", se defendía. "La reunión existía. Se trataba de una cita importantísima: una reunión definitiva para las relaciones entre la Federación de Partidos Socialistas y el PSOE. Y nosotros queríamos que la cara representativa del País Valenciano fuese Ventura. Por Cataluña fue Joan Raventós y por Galicia fue un señor que se llama Beiras. Era una reunión importante y teníamos un local alquilado en la calle López de Hoyos, pero si Ventura se equivocó en la cita, yo ya no lo sé", se lamentaba.

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Tras conocer los resultados obtenidos por el PSPV en las primeras elecciones, en las que obtuvo 36.000 votos, Lluch vio dos caminos para el partido: el de "no ser nada" o el de "entrar en un proceso de convergencia con el PSOE, cuanto antes mejor, en las mejores condiciones". Él fue el artífice de la fusión entre el ambos partidos, lo que provocó el abandono de algunos significados militantes y no pocas críticas desde el fusteranismo, que consideró a Lluch el autor material de terminar con el sueño de un partido socialista autóctono. "Cuando contruimos este partido no nos ayudó nadie. Ni Fuster, que nos hacía bromas muy agudas, como reconozco, pero no positivas, por eso me hacía mucha gracia y me daba mucha rabia. Ni de Eliseu Climent, que no nos ayudó nunca en absolutamente nada. (...) No está bien decir que aniquilamos una posibilidad cuando no ayudaron a nada", se quejaba.

A Lluch le convenció de la fusión la experiencia catalana. "La democracia tiende a la concentración de partidos, y la mejor salida del PSPV era entrar en el PSOE con fuerza. Y entró un poco tarde, no era muy importante y tenía a mucha gente del mundo valencianista en contra. Ha habido una parte del mundo valencianista que ha empezado a estar a favor del partido cuando ha mandado el PP, pero han estado erosionando sistemáticamente al PSPV, primero, y al PSPV-PSOE, luego. Y han entendido lo que pasaba a posteriori. Los que nos imputan que vendimos el PSPV han hecho una campaña de descrédito sistemático del PSPV-PSOE y sólo han despertado cuando Zaplana estaba a punto de ser presidente de la Generalitat", enjuiciaba.

El ex ministro de Sanidad confesaba en esta entrevista que llegó a la conclusión de que un catalán no podía tener ningún papel político en Valencia porque "se han creado odios muy grandes". "Cuando se murió mi suegra en 1975, una hija mía faltó a clase y cuando volvió y explicó la causa de la ausencia, una compañera suya exclamó: ¡Olé, olé, un catalán menos! Ya vi que esto era muy difícil para mi hija, pero también para un catalán que quisiera hacer política pública. Y procuré ir perdiendo el protagonismo. Participé en la etapa de formación del PSPV, pero cuando llegaron las elecciones desaparecí", relataba pesaroso, mientras repasaba otras cuestiones relacionadas con un país que le había seducido hacía unos 30 años.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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