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Violeta

Antonio Elorza

Un viaje fuera de España me impidió asistir al entierro de Violeta Friedmann, repitiendo lo que ya ocurriera con ocasión, hace pocos años, de la presentación de su autobiografía, hecha posible por el concurso eficaz y entrañable de Ángeles Caso. Violeta era una persona de apariencia dura, pero de gran sensibilidad. La experiencia de Auschwitz como adolescente la había marcado para siempre, física y espiritualmente, llevándola de forma tardía a seguir el ejemplo de otros supervivientes del holocausto, en el doble sentido de prestar a costa del propio dolor un testimonio permanente de lo allí sucedido, mirando a las nuevas generaciones, y de adoptar posiciones activas frente a cualquier intento de falsear o encubrir el horror. Seguía también de cerca el conflicto palestino-israelí, con el corazón lógicamente al lado de los suyos, separando cuidadosamente el pasado del presente y con un deseo ferviente de que se lograra una solución pacífica. Del holocausto no extrajo sólo la consecuencia de que era preciso extirpar de raíz cualquier brote de antisemitismo, sino sobre todo que resultaba imprescindible anticiparse a cualquier tendencia a la xenofobia y a la discriminación racial.Por eso la evocación de Violeta Friedmann es imprescindible cuando tienen lugar episodios como el rechazo de los niños marroquíes en un colegio de Ceuta o cuando un energúmeno en Canarias habla de poner en pie una política de exclusión de cara a los inmigrantes. Porque la lección de Violeta era clara: de nada servían las componendas cuando se ponía en marcha la dinámica del racismo. Una cosa es no sentir espíritu de venganza, y otra bien distinta optar por un perdón que se asocie al olvido. ¿Por qué hay que perdonar a Himmler o a Eichmann, a los militares asesinos de Argentina, a los verdugos de ETA o de los GAL? El olvido del holocausto equivale a una condena de una memoria que al reproducir una y otra vez la imagen del horror recuerda a todos ese papel activo que contra los movimientos fascistas, autoproclamados tales o encubiertos, deben asumir los demócratas. No cabe conformarse con la solución conciliatoria alcanzada en Ceuta, que ofrece todas las apariencias de una victoria de la discriminación: los problemas de la enseñanza conjunta de niños pertenecientes a las dos comunidades se sitúan en el terreno de la técnica pedagógica. Toda actitud colectiva de rechazo blanco es racismo y para encontrar la solución no valen medias tintas. De otro modo iríamos hacia la consolidación de una discriminación fáctica, preludio de días peores. Fue muy significativo que cuando hace unos días el presidente Aznar hizo nuestro venturoso balance de situación se refiriera a que antes España era un país de emigrantes; ahora tenemos "el problema de la inmigración". Por ahí vamos hacia lo peor en el peor de los mundos.

Violeta luchó en los tribunales hasta lograr que la puesta en cuestión del holocausto por revisionistas, nazis nuevos o viejos (Léon Degrelle), fuera considerada delito. Más tarde las Cortes hicieron de tal sentencia ley, abriendo el camino para una conveniente regulación normativa del antifascismo, que aquí y ahora resultaría imprescindible aplicar a quienes defienden públicamente la violencia terrorista, la discriminación racial o de género, y los métodos fascistas. Las idas y venidas sobre la libertad de expresión tienen poco fundamento en este tema, ya que es de esperar que los jueces sepan leer y que tengan idea de qué es la connotación. Al legislador y/o al juez que le surjan dudas ante los casos que contemplamos cada día más vale llevarle a un curso elemental de lingüística y de ética. La impunidad para quienes propagan y defienden el crimen nada tiene que ver con la libertad en el Estado de derecho.

El ejemplo de Violeta Friedmann fue de tolerancia, no de transigencia. Porque resulta demasiado fácil inhibirse en estos temas pensando, de acuerdo con la célebre advertencia de Bertolt Brecht, que nada va a pasarme si me separo de quienes se comprometen con la causa de la justicia. Tal era el sentido de las conferencias que, siempre que su salud lo permitía, impartió durante años nuestra superviviente de Auschwitz en los más distintos lugares, y especialmente en centros universitarios. La acogida y los resultados eran impresionantes. Sin embargo, parece que un homenaje póstumo a su persona ha sido boicoteado. Ya hace un año, con ocasión de una conferencia suya en Políticas y Sociología, hubo una curiosa convergencia en contra suya de revisionistas e izquierdistas (por aquello de la libertad de expresión, además el verdadero culpable de todo es el capital). Señal de que algo huele a podrido.

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