¿Quién teme a la libertad?
El PSPV-PSOE apura en estas fechas la celebración de sus últimos congresos de ámbito comarcal y local, en toda la Comunidad Valenciana. Son congresos con minúscula, en clave interna, con escaso o nulo mensaje a los ciudadanos, sencillamente porque el debate de las ideas que se cuecen en tan limitados cónclaves se sustituye por un ejercicio combinado entre quien aspira a reforzar su poder y quien sueña con el relevo generador de ilusiones de cambio.El conocimiento interno que tengo de este tipo de experiencias me confirma que, en general, los partidos políticos, laicos por naturaleza y esencia, conservan bastantes posos de raíz celestial que colorean sus ritos, sus procesos y hasta los comportamientos de sus militantes como activos muñidores del desarrollo de estos eventos. Se empeñan en una permanente tarea de agitar las aguas, mientras confían en que el oleaje no trascienda al exterior. Se emplean a fondo en la labor de ordenar la casa sin demasiados miramientos, pero mantienen una sensibilidad limítrofe con el sarpullido cuando observan la clonación de este mismo modelo en la sociedad que aspiran a transformar. Se rebozan y deleitan en la discusión casi interminable de secuencias de trámite, debidamente reguladas por una pluralidad de estatutos, a la vez que eluden afrontar la toma de posiciones con las que solventar tantos y tantos problemas de la vida diaria: delincuencia, drogadicción, desempleo, modalidades de contratación y despido, control eficaz y constante del ejercicio del poder, fusión de las cajas de ahorros, inmigración, política de regadíos, relación con los sindicatos, etcétera. Abundancia de capillas y capitalismo con ventanas angostas para mirar al exterior y puertas que permanecen cerradas la mayor parte del tiempo, contribuyen a conservar un aire estancado y con olor a rancio.
Y en el PSPV-PSOE ¿hemos aprendido algo de los pasados, aunque recientes, traumas? Nada me gustaría tanto como comprobar una respuesta afirmativa de cara al desarrollo de estos últimos (¿) congresos. Así lo desea también el ancho colectivo de nuestros votantes, impaciente por asistir al final del acicalamiento ensimismado del plumaje y el comienzo de unos nuevos modos de hacer y participar en la política.
Nada resultaría más triste y estéril que emprender un viaje al pasado, con andén de salida en la cuidadosa elección de delegados por sus fidelidades y agradecimientos y estación de llegada en la consolidación de bloques para reforzar la muralla que todavía nos separa del mundo de la opinión, de los problemas y sus soluciones. Del mundo de la realidad y no de la ficción permanente.
Nada tan frustrante como repetir el espectáculo del voto cautivo de los delegados, puesto a disposición de quien maneja desde arriba los hilos. Ni tan desolador como degollar una vez más las ansias de libertad que sólo se sacian a través del ejercicio democrático de una reposada confrontación de ideas, con expresión final del voto que sabe interpretar el sentir de las bases. A la postre, como anticipara Montesquieu, la libertad puede consistir únicamente en poder hacer lo que debemos hacer.
Cada vez me causan más rechazo y hasta repugnancia las encuestas y previsiones sobre "el seguro ganador" de tal o cual congreso, por cuanto ello supone un desprecio a las reglas de la democracia auténtica y participativa. En igual medida me repelen las manifestaciones públicas de los rabadanes que se atreven a asegurar públicamente que "sus treinta y dos delegados votarán al candidato X". Este tipo de noticias no hacen sino reforzarnos a muchos militantes nuestro afán por desterrar de una vez las elecciones mediáticas, sustituyéndolas por el sistema de participación directa y, de paso, la limitación en la duración de los mandatos, la incompatibilidad de determinados cargos, la desconcentración y reparto del poder, no sólo entre los cotizantes del partido, sino extendiendo su disfrute y responsabilidad a los grupos sociales más beligerantes con el desarrollo de los valores constitucionales.
Si de todo esto tenemos gran menester, no debemos retardar un instante más de lo necesario la tarea de cubrir las etapas que nos acerquen a la meta deseada, porque, como dijo F. D. Roosvelt, "los hombre menesterosos no son hombres libres".
Francisco Granados Calero es abogado.
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