Todos somos víctimas
Con el objetivo de evitar que los ciudadanos españoles celebrasen con el optimismo lógico los 25 años de la proclamación de Juan Carlos como Jefe de Estado -lo que significa la instauración en España de un régimen democrático- los terroristas quebraron ayer la normalidad al asesinar en Barcelona al ex ministro socialista Ernest Lluch de dos tiros en la cabeza.El atentado contra Lluch significa, una vez más, extender los factores de riesgo de asesinato a cualquier persona, de cualquier condición. La estrategia terrorista consiste en ampliar la amenaza a cualquiera: un día a un concejal popular, el siguiente a un juez o a un periodista, hoy a un militante socialista; en una ocasión a un partidario de la solución policial, en otra a un defensor del diálogo. El objetivo es que todos nos consideremos potenciales víctimas de su terror. Lluch era un personaje de referencia; aunque había dejado la política activa (en su haber habrá que sumar su condición de responsable directo de la extensión de la sanidad universal para todos los ciudadanos, como primer ministro de Sanidad de los gobiernos de Felipe González), su participación en los problemas de Euskadi -tenía casa en San Sebastián- era continua en forma de conferencias, intervenciones públicas, libros y artículos polémicos. Es decir, a través de la actividad intelectual. En uno de esos artículos defendía la necesidad de "realizar contactos entre el Gobierno y la organización terrorista sobre el tema exclusivo de los presos y las armas" y de "dar soluciones constitucionales y democráticas a problemas que existen, haya violencia o no la haya".
Le ha dado igual. Como en tantas ocasiones, la ofensiva criminal de ETA deja sin sentido muchas de las polémicas que enfrentan a los demócratas en relación, precisamente, con la lucha antiterrorista. Ernest Lluch era partidario del diálogo con los violentos en determinadas condiciones, pero si hubiera defendido lo contrario, también habría sido objetivo potencial de las balas o las bombas. No nos quedan apenas palabras. Simplemente apelar de nuevo a la eficacia policial y a la unidad de los demócratas. Es lo único que puede debilitar a los pistoleros de la sinrazón.
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