El cuarto poder y las elecciones en EE UU
Si entran en una casa normal de cualquier lugar de Europa, probablemente se encuentren con que están poniendo un culebrón estadounidense en la televisión. Ahora, desde Escocia hasta Kosovo, en los cuartos de estar, la gente está viendo un nuevo culebrón estadounidense plagado de estrellas. Después de Dallas y Dinastía tenemos... Democracia.El reparto es conocido. Aquí están de nuevo las mujeres investidas con los atuendos del poder, con corazones que laten por su partido bajo las hombreras de la rectitud. La secretaria de Estado de Florida, Katherine Harris, hace el papel de Crystal en Dinastía. Aquí están los dinastas de cabellos plateados, sirviendo a los intereses de su casa con porte senatorial, como si lo que estuvieran haciendo fuera nada más ni nada menos que hacer realidad los últimos deseos que los Padres Fundadores les susurraron personalmente al oído. El antiguo secretario de Estado James Baker, con Bush; el antiguo secretario de Estado Warren Christopher, representando a Gore. Para que los espectadores corrientes se puedan identificar con alguien está el papel secundario de persona corriente, aquí interpretado por Theresa LePore, desdichada inventora de la confusa papeleta mariposa en el condado de Florida de Palm Beach occidental (en sí mismo, un escenario obvio de culebrón estadounidense). Y ningún culebrón estaría completo sin los abogados, que están siempre entre los actores mejor pagados de Estados Unidos.
¿Significa esto que Estados Unidos se está convirtiendo en motivo de burla? Desde luego que no. Es cierto que un amigo francés me envió un mensaje por correo electrónico para preguntarme si deberían mandar inspectores para supervisar el proceso electoral, como hicieron los estadounidenses desde Kosovo hasta Kazajistán. Es cierto que estamos sorprendidos ante el poder de los condados, zonas bastante pequeñas dentro del Estado, para decidir sus procedimientos de voto. Pero el mensaje fundamental es positivo: cada voto importa de verdad.
Y, nos guste o no, un culebrón quizá sea la mejor forma de que este mensaje llegue a la mayor audiencia posible. Por poner un ejemplo muy serio, en los años setenta, la serie estadounidense Holocausto abrió los ojos a una nueva generación, y a un público más amplio en Alemania Occidental, a los horrores del holocausto. A pesar de todo el trabajo escrupuloso e idealista de los historiadores y pedagogos alemanes, fue un culebrón estadounidense el que finalmente lo consiguió. Si tenemos suerte, Democracia tendrá también un efecto positivo. Demostrará a millones de personas lo importante que puede ser votar y votar bien.
Sin embargo, hay un aspecto del espectáculo que es más preocupante, y es el papel de la televisión misma en el drama que ésta ha retransmitido al mundo. Es un hecho sorprendente que el vicepresidente Al Gore aceptara inicialmente su derrota ante el gobernador George W. Bush, en la madrugada del 8 de noviembre, simplemente porque la cadena Fox, seguida de cerca por otras cadenas de televisión, había declarado que Bush era, como resultado del voto de Florida, el próximo presidente de Estados Unidos. La televisión lo había dicho, luego debía ser verdad. ¿Quién era el señor Gore (un mero vicepresidente de Estados Unidos) para discutirle a la televisión? Y eso a pesar del hecho de que las mismas cadenas le habían proclamado a él vencedor en Florida unas pocas horas antes.
El extraordinario poder de la televisión no es sólo una peculiaridad estadounidense. Este episodio es sólo un ejemplo sobresaliente de una verdad universal sobre la política moderna. El mes pasado estuve en Serbia por la revolución que derrocó a Slobodan Milosevic. El pilar más importante del poder de Milosevic durante los años noventa fue la televisión estatal, con su dieta insidiosa de mentiras nacionalistas y propaganda del régimen. Fue esto, mucho más que la policía secreta, lo que mantuvo a aquella gente en línea. Para intentar explicar la cualidad y el efecto de la televisión estatal serbia, el historiador británico Noel Malcolm ha sugerido que es como si el Ku-Klux-Klan se apoderase de las más importantes cadenas estadounidenses de televisión durante una década. Piensen en lo que podría decir el estadounidense medio.
Si el pilar principal del régimen de Milosevic fue la televisión, los momentos cruciales de la revolución serbia para expulsar a Milosevic fueron también televisuales. Primero, la toma por asalto del Parlamento de Belgrado, visto vía satélite en la CNN, BBC y Sky, y en los sitiados canales provinciales semiindependientes de Serbia. Segundo, la toma por asalto de la sede de la televisión estatal, apropiadamente conocida como TV Bastilla, y la subsiguiente aparición del nuevo presidente, Vojislav Kostunica, en aquel canal. Ésos fueron los dos momentos que hicieron saber a todos que se había acabado, aunque todos los órganos tradicionales del poder estaban aún oficialmente (y muchos de ellos prácticamente) en las ma-
nos de Milosevic. Pero había sucedido en televisión, luego había sucedido. La televisión no mostró lo que era cierto, lo hizo cierto.
Por lo tanto, en nuestro tiempo, tenemos teledictadura, telerrevolución y teledemocracia. En todos los casos, la televisión está cerca del corazón del poder. En todas las democracias industrializadas avanzadas, los elementos más importantes en una campaña electoral son la cobertura de los candidatos por parte de la televisión y los debates televisados entre los candidatos. La Casa Blanca y el número 10 de Downing Street emplean una desmesurada cantidad de tiempo intentando influir en los informativos de la televisión del día siguiente. Los ministros británicos revelan ahora con frecuencia la esencia de las iniciativas políticas en televisión, antes de comunicar sus intenciones al Parlamento. En Alemania, los políticos se pelean entre sí para aparecer en los coloquios serios de la televisión. En los libros de texto de educación cívica, los escolares deberían aprender que al lado de los tres poderes tradicionales -ejecutivo, legislativo y judicial- hay ahora un cuarto poder: la Televisión.
Aunque, por supuesto, hay un límite a lo que la gente puede aprender de un libro de texto. Lo que en realidad llega a un público más amplio es... la televisión. Así pues, lo que necesitamos después de Democracia es un culebrón de televisión que nos revele los verdaderos entresijos de la televisión: las políticas personales y las altas conexiones de presentadores y ejecutivos; el primo de un candidato que da los resultados de las elecciones para la Fox (en sí mismo, un nombre de culebrón), como ha sucedido en realidad en estas elecciones estadounidenses, y los asuntos ocultos del corazón de la gente de televisión, el cuerpo y la cartera.
Televisión podría ser el mejor culebrón y el más instructivo de todos. Pero es el único que la televisión no va a emitir jamás.
Timothy Garton Ash, miembro del consejo del St. Anthony College de Oxford y de la Hoover Institution de Stanford, es autor de Historia del presente.
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