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Patrimonio industrial

El patrimonio industrial, es decir, las redes infraestructurales y los antiguos complejos fabriles, está en la base de la mayor parte del territorio europeo. Recordemos la denominada blue banana, que aparece en las fotografías nocturnas por satélite de la tierra, una enorme franja de luz y energía que es la columna vertebral de la Europa moderna y que recorre desde Manchester, Liverpool y Londres hasta Milán, pasando por los Países Bajos, el Ruhr, Hamburgo y Francfort y extendiéndose hasta Berlín, Praga y Viena, mostrando dónde radica tanto el eje de la historia de la primera industrialización europea como la actual realidad metropolitana que se superpone sobre dicho eje.Cada vez existe una mayor relación entre estas antiguas infraestructuras y los nuevos equipamientos para la cultura, el ocio y los espacios libres: infraestructuras rurales, industriales y de transporte a lo largo de ríos que atraviesan regiones (como las colonias industriales catalanas) y antiguos complejos en áreas urbanas que se han transformado, como los parques de La Villette, Citroën y de Bercy en París, o los parques de la Pegaso y de La España Industrial en Barcelona.

Entre los numerosos proyectos experimentales de traslación de usos industriales hacia programas contemporáneos que encontramos en países como Gran Bretaña, Francia e Italia, destaca el Emscher Park, en Alemania, que estructura todo el land de Nordrhein-Westfalen, definiendo uno de los listones más altos a los que se pueda llegar desde una óptica avanzada y ecologista para rehacer las ciudades y los territorios siguiendo el paradigma de la sostenibilidad. En este caso se arranca de las preexistencias de los grandes complejos industriales obsoletos de la zona del Ruhr. Si el IBA de Berlín (Internationale Bauausstellung o Exposición Internacional de Arquitectura) de 1987 se dedicó a reformar la capital con operaciones residenciales, el IBA 99 del cambio de siglo es este inmenso parque del río Emscher, que ha reconvertido los ejes industriales abandonados a partir de la década de los sesenta en lugares para las nuevas condiciones posindustriales, creando parques, centros de investigación, docencia, exposiciones y diseño industrial, viviendas y rutas en bicicleta y a pie. El parque fluvial de Duisburgo, que mediante ecologías mutantes ha reconvertido las antiguas acerías Thyssen en un espacio público, es uno de los hitos de este inmenso Emscher Park, que tiene más de 70 kilómetros de longitud, casi 500 kilómetros cuadrados de superficie y más de un centenar de intervenciones.

En la estructura productiva y territorial de Cataluña también tienen un papel vertebrador dichas infraestructuras: fábricas, minas, bodegas, aserraderos, centrales térmicas y eléctricas. Y algunos de estos complejos industriales forman parte de la reconversión del patrimonio industrial en los museos especializados que conforman el sistema del Museo Nacional de la Ciencia y la Técnica de Cataluña, una iniciativa que es ya un modelo internacional. Existen otras propuestas como los itinerarios de turismo industrial promovidos por la Diputación de Barcelona y otros proyectos, de lenta realización, como el Parque del Ter en Manlleu, el parque Fluvial de Navàs-Berga en el río Llobregat y el plan integral de recuperación del río Ripoll en Sabadell.

En la dinámica de la globalización parece que los intereses de las multinacionales norteamericanas sean conseguir que todo el planeta se convierta en consumidor. De la producción ya se encargan ellos, en su país y en sus colonias productivas, explotando los recursos y la mano de obra de los países pobres y produciendo bienes de consumo con la máxima eficacia que caracteriza a Estados Unidos. En este contexto sería absurdo que donde perviven las infraestructuras industriales catalanas pasara a dominar la nada o las catedrales del consumo. Si existen unas infraestructuras industriales, éstas no se deben desmantelar sino reconvertir, como se ha hecho en el Ruhr. Cataluña también tiene la posibilidad de reestructurarse en parte a partir de las preexistentes lógicas de antiguas redes de energía, almacenaje, producción, transporte y sociabilidad, que se vayan reformando para que reviertan en valor colectivo, convirtiendo estas estructuras de tecnodiversidad en nuevas áreas verdes, culturales, artísticas, de ocio, de turismo, productivas y residenciales. Ello tiene que ver con las características básicas de un patrimonio industrial de edificios, canales, acueductos y otras infraestructuras que poseen enormes ventajas para ser reutilizadas: no se trata sólo de edificios, sino de una estructura en red relacionada con el territorio; son contenedores que mantienen una relación directa con las fuerzas de energía y las redes de transporte; poseen morfologías de crecimiento que favorecen la instalación de nuevos usos contemporáneos; dichos contenedores configuran cualificados espacios libres, flexibles y polifuncionales; la claridad en la definición de los núcleos de acceso, carga y descarga los hacen muy accesibles y polivalentes; su forma estructural facilita la introducción de instalaciones de luz y climatización. Y lo que es más importante, al no ser monumentos altamente representativos, sino arquitecturas funcionales, permiten intervenciones arquitectónicas radicalmente modernas, que dialoguen libremente con lo preexistente.

Por tanto, se trata de unas infraestructuras que constituyen la cuarta dimensión del paisaje, un tiempo de la memoria que no puede desperdiciarse y sobre el que se pueden construir nuevos recintos y espacios libres. Porque cada vez que desaparece una antigua infraestructura industrial para construir un centro comercial nos hacemos más yanquis y menos catalanes, somos más consumidores y menos productores, sube el dólar y baja el euro.

Josep Maria Montaner, arquitecto y catedrático de Composición Arquitectónica de la UPC.

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