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El agujero junto a la flecha, junto al número, junto al nombre del candidato

A media mañana del 7 de noviembre, Theresa LaPore, diseñadora de la "papeleta mariposa" (la papeleta de voto de Florida que ya se ha hecho famosa con ese nombre), había recibido tantas protestas de los interventores que se sintió obligada a enviar el siguiente mensaje a todos los colegios electorales: "A la atención de todos los trabajadores electorales. Por favor, recuerden a todos los votantes que sólo tienen que votar por un (1) candidato presidencial y que para ello tienen que pinchar el agujero junto a la flecha, junto al número, junto al candidato por el que quieran votar".Se ve que el mensaje llegó tarde y he aquí que todavía hoy tenemos al país de los computadores contando papeletas a mano. No sólo eso, una ola de ácidos sarcasmos sobre la democracia estadounidense se ha levantado en gran parte de los medios de comunicación. Nada más goloso, por supuesto, que comprobar que en casa del herrero se come con cuchillo de palo, pero parece un poco excesivo pasar a llamar "república bananera" o "democracia arcaica" al país que hasta el día antes trataban -y volverán a tratar dentro de poco- de "líder mundial". De todas formas, no deja de ser interesante este último fenómeno, pues apunta a que hay mucha gente con ganas de gritar "El rey está desnudo", tanto más cuanto lo de Florida dista mucho de haber sido un strip-tease.

Curioso a su vez que la diferencia de unos centenares de votos atraiga mucha más atención que el hecho de que aproximadamente la mitad de los estadounidenses no hayan votado. Si a la mitad de los estadounidenses les da igual quién será su presidente, ¿por qué conceder tanta importancia a unos miles de votos de Florida? Y, si lo que están diciendo los que no votan es que no se reconocen en las opciones políticas que les ofrece su democracia, ¿cómo no dar importancia a semejante cosa? Aun así, los que se escandalizan de unos miles de votos confusos parece que nada tienen que decir sobre cien millones de votos perdidos. Lo que sí abundan son las consideraciones del tipo, gane quien gane, el próximo presidente será débil. Y no deja de tener gracia que atribuyan esa debilidad no a que a cualquiera de los candidatos les falte el respaldo de medio electorado, sino a que quien gane sólo ganará por unos miles de votos. Una presidencia débil es algo preocupante, dicen.

Hay motivos para dudarlo. Gane quien gane, tanto Bush como Gore han obtenido un porcentaje electoral más alto que el que dio la presidencia a Clinton (que ganó con una abstención superior al 50% y además repartió el voto no sólo con los republicanos, sino también con Perot). Pese a ello, Cinton ha sido durante ocho años el presidente con más alto y sostenido respaldo electoral desde Franklin D. Roosevelt. Por otra parte, el hecho es que ni Bush ni Gore han tenido más que una cuarta parte del voto del electorado, un porcentaje que difícilmente le daría a alguien el poder en un país europeo. Ahora bien, tampoco Reagan obtuvo mucho más, y aun así gobernó dos mandatos con respaldo mayoritario a sus controvertidas políticas; respaldo mayoritario entre los votantes inscritos (los que votan), pero minoritario entre el conjunto de los votantes. Ésta es una de las paradojas de la democracia estadounidense. Como sólo vota la mitad de los que podrían hacerlo, muy frecuentemente ocurre que lo que opina la mayoría de los 275 millones de habitantes del país es lo opuesto a lo que opina la mayoría de los 100 millones que votan. Quizá esto sea más grave que lo de la papeleta mariposa de Florida, pero raramente se habla de ello.

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Hoy, desde luego, atrae mucho más interés el hecho de que Bush pueda ganar habiendo obtenido 150.000 votos menos que Gore. Tal cosa parece violar el principio sacrosanto de que en democracia gobierna la mayoría. Pero ese principio es un espejismo. El verdadero principio del gobierno en democracia es que la mayoría acepta que gobiernen los elegidos por una minoría. Miren donde quieran, empezando por las democracias europeas, incluida España, y verán que en casi todos los sitios los que no votaron junto a los que no ganaron son más que los que eligieron a quienes gobiernan. Eso quiere decir que la mayoría acepta que gobiernen los representantes de una minoría. ¿Es esto un menosprecio de la democracia? Todo lo contrario, es una constación que la engrandece. Lo que es una simplificación que empequeñece el significado de la democracia es creer que es la aritmética lo que le concede la legitimidad. La legitimidad democrática es resultado de un consenso social sobre la manera de remplazar a los gobernantes, un consenso que se plasma en un acuerdo sobre cómo computar la voluntad popular. Lo importante no es el procedimiento que se acuerda para computarla, lo importante es que se crea la voluntad de respetar el resultado que produzca la manera en que se haya acordado hacerlo.

Es frecuente atribuir a la aritmética una importancia que no tiene en la democracia, pero, curiosamente, es todavía más frecuente no atribuirle otra influencia que sí tiene. Lo manera en que la aritmética influye en la democracia es a través del dinero. Por ejemplo, para aspirar con opciones a un puesto en el Senado de Estados Unidos, hay que ser millonario en dólares. Esto no es un decir, es algo confirmado por el hecho de que la mayoría de los senadores son multimillonarios. Para mantener sus puestos en la Cámara de Representantes, que se renueva cada dos años, los congresistas tienen que dedicar la mayor parte de su tiempo a recolectar el dinero que necesitarán para poder sufragar la siguiente campaña electoral. Hacer las leyes se convierte así en cosa de otros, de los staffers y de los lobbistas. En cuanto a lo que cuesta una campaña a la presidencia, para qué hablar. En Estados Unidos, el acuerdo democrático esencial de conceder a cada ciudadano un voto se mezcla a la hora de la verdad con el hecho, no siempre claramente acordado, de que cada voto cuesta un buen puñado de dólares. La democracia estadounidense es también una dolarcracia. En otras democracias también ocurre eso, aunque en proporciones mucho menores.

¿A qué conduce esta discusión? Sólo prentende una cosa, mostrar respeto por los usos políticos de Estados Unidos. Hasta ahora, lo más interesante que ha producido el problema electoral de Florida está siendo una discusión en los medios de comunicación sobre la democracia estadounidense. Y lo que está mostrando esa discusión -en España muy claramente- es una escasa proclividad a entender y una manifiesta frivolidad al juzgar. En otras palabras, inclinación al regodeo desde la ignorancia. En realidad, era de esperar, pues, de un tiempo a esta parte, es notoria la propensión occidental, empezando por la estadounidense, a juzgar y condenar con ligereza y agresividad cualquier sistema político que se diferencie sensiblemente del propio. Pues bien, alentar semejante tendencia es lo más desafortunado que podemos hacer en los tiempos que vivimos. En nuestros días, lo que siempre estuvo alejado se vuelve próximo, y eso incluye a gentes, culturas y sistemas políticos asentados en valores y actitudes muy distintos a los nuestros. Tal cosa ofrece a la vez una fuente de progresos y de conflictos humanos. Si queremos que el hacerse pequeño el mundo nos haga a los humanos más grandes, debemos partir de que tenemos poco que enseñar y mucho que aprender. Si, por el contrario, nos empeñamos desde nuestra ignorancia en dar lecciones al resto, en el futuro va a ser muy difícil que gentes tan diversas como las que incluye el género humano vivamos juntas en un mundo tan pequeño. Y más todavía si cuando el otro, el diferente, tiene un problema respondemos con el escarnio.

En esta ocasión, el otro, el diferente, ha resultado ser Estados Unidos, y he pensado que igual eso hace más fácil pasar el siguiente mensaje: no es tiempo de comportarse pretenciosamente, es tiempo de ser sencillos y comprensivos.

Carlos Alonso Zaldívar es diplomático.

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