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LA APERTURA DE FRONTERAS EN EL DEPORTE

Karpin, un ruso con acento gallego y galones

El amo del vestuario

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No hay más que escucharle: esa pronunciación de antagonista de James Bond apenas puede ocultar un arraigado acento gallego. Valery Karpin identifica a la grada de Balaídos con el equipo como sólo lo hacían los jugadores de la cantera, porque hasta en el habla ha asumido su condición de celtista en una plantilla multinacional. Hasta por ahí adquiere lógica su empeño por dejar de ser un simple extracomunitario y abrir las desengrasadas puertas del fútbol español. Su demanda para adquirir los mismos derechos laborales que cualquier futbolista nativo de un país miembro de la Unión Europea, vista para sentencia el martes, tiene al fútbol español en vilo.Desde que Patxi Salinas colgó la camiseta,el ruso asumió el papel de sheriff en el equipo vigués, al que prácticamente acababa de llegar. Se permite lujos inalcanzables para otros futbolistas: recomienda fichajes en las concentraciones de pretemporada, censura al consejo de administración por su política de renovaciones o se prodiga en mensajes técnicos al entrenador. Es su defecto y su virtud, porque a pocos en el Celta se les escapa que ese carácter es una de sus bazas como futbolista.

Decía Antic que sólo tenía que mirar a los ojos de Simeone para comprobar si el Atlético se iba a meter de lleno en un partido. También bastan los tres primeros minutos de Karpin para conocer el desarrollo de un encuentro: si el ruso que no quiere ser extranjero mete la pierna no habrá un sólo compañero que la esconda, o se arriesga a ser objeto de sus airados reproches. La importancia de Karpin transciende lo deportivo, tal es su ascendente en el vestuario.Mostovoi resume su influencia. Llegó al Celta un año antes y se quiso ir en mitad de un partido. A Irureta, que había contratado a Karpin para la Real Sociedad, se le ocurrió reunir en Vigo a los paisanos y el resultado fue un dos por uno: Mostovoi se sintió por fin a gusto y su compañero de selección fue más feliz que en Valencia.

En los juzgados de Madrid se juega algo más que una simple licencia federativa, porque a sus 31 años y ligado al Celta hasta 2002, el estonio que eligió el pasaporte ruso tras la independencia de su país intenta negociar el último contrato de su carrera, en la que el ocaso aún no se atisba.

El club, del lado de los acusados por simple cuestión de procedimiento, encontraría un alivio a su atasco de extracomunitarios, y una decena de futbolistas de países asociados a la UE entrarían por la misma puerta. A la espera de resultados, Karpin pasa las tardes en compañía del vecino de abajo de su céntrica casa viguesa, apellidado Mostovoi, y al que su compatriota suele referirse como el ruso. Por si había dudas de que su patria es el fútbol.

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