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Ordenanza con solera

El conserje más antiguo de la sanidad andaluza se jubila con 50 años y seis meses de servicio

Muchos dicen que manda más que el gerente, pero, sea o no cierto, él ha hecho carrera. Manuel López González, (Sevilla, 1935), Manolito para todo el mundo y, en especial para los amigos, fue primero botones -"empecé con 14 años", recuerda-, luego ordenanza... "de 3ª, de 2ª, de 1ª..." Y más tarde llegaría subconserje y a conserje. Desde 1965 es Conserje Mayor; hoy en los Servicios Centrales del Servicio Andaluz de Salud (SAS), en la avenida de la Constitución, y entonces en lo que era Instituto Nacional de Previsión. El 15 de mayo cumplió 50 años de trabajo en la Administración y el próximo 1 de diciembre se jubila. Lleva 35 años casado, tiene tres hijas y con su mujer le va de maravilla "aunque", afirma, se negó "a que trabajara fuera de casa".Manolito es un superviviente. Del régimen de Franco recuerda cómo al llegar al trabajo les ponían a cantar. "Cuando llegábamos, a los botones y conserjes nos formaban en el patio y ala, a cantar el Cara al Sol", dice ahora riéndose. Ha conocido a ocho gerentes del SAS y a cinco consejeros. También a mucha gente importante. "Aquí han trabajado escritores como Alfonso Grosso, políticos como Luis Yáñez o médicos extraordinarios como el doctor Bedoya".

Nervioso, activo, alegre... Presume de tener buen carácter y de no enfadarse con nadie, salvo que le falten al respeto. Tampoco se calla, y a más de un director gerente le ha plantado cara. "Yo estoy aquí puesto por el boletín [Boletín Oficial del Estado] y todos los que han pretendido imponerse, más tarde o más temprano, se han tenido que ir", comenta.

En su opinión, el cambio más espectacular experimentado en Sevilla en el último medio siglo ha sido el de su red viaria. "Ahora se puede ir a cualquier parte en cinco minutos", proclama. Aficionado al fútbol, "del Betis", recuerda aquellos tiempos heroicos en los que la entrada costaba una peseta y diez céntimos "y además tenías derecho a participar en el sorteo de un balón de badana". También le gustan los toros. "Soy currista". Y cuenta que al maestro, recién retirado, le conoció en 1957, una tarde de invierno, mientras corría por el campo de fútbol de Camas.

De antaño recuerda también que ningún empleado público podía salir del recinto de trabajo, salvo los cuatro botones, entre los que se encontraba él. Este privilegio les convertía en unos pillos pues la posibilidad de desplazarse por la ciudad les habilitaba para hacer trapicheos. Así, cuando se trataba de comprar bocadillos, los suyos les salían gratis.

Otros favores más cotidianos, sin embargo, le jugaron una mala pasada, y cuando pretendió adquirir la condición de funcionario, el todopoderoso director de entonces -"al que no quiero nombrar porque sólo de pensar en él me pongo enfermo"-, le dijo que él no valía para eso... "Y todo porque yo le resolvía un montón de problemas a diario".

Manolito no quiso nunca vivir en el lugar de trabajo, aunque se lo ofrecieron. Y eso que podía haber sido vecino del torero Manolo González, de los Marqueses de Salvatierra o del hijo de Queipo de Llano, que habitaban en los pisos superiores de lo que hoy es el SAS. Tampoco le interesó pluriemplearse, aunque no se negó ha hacer horas extras. "Como cuando hay elecciones, que soy yo quién se encarga de preparar las urnas y todo".

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Para ilustrar lo del pluriempleo y la picaresca de entonces cuenta como un compañero, "y amigo, eh", ejercía de ordenanza por las mañanas con él y por las tardes, según cuadrase, era portero en el campo del Sevilla, acomodador en el teatro de San Fernando y conserje en la plaza de toros de la Maestranza. "Eran otros tiempos, sin duda", concluye.

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