Los patronos de las pateras arrojan al agua a los inmigrantes para burlar el acoso policial
Una vista oral y una sentencia, de mayo y septiembre, respectivamente, de un juzgado marroquí dejan desnuda la evidencia de que los patrones de las pateras se deshacen de los inmigrantes que llevan a bordo en sus viajes hacia España ante el más mínimo riesgo con la policía. La emigración fuera de los cauces legales está penada en Marruecos y a los traficantes de personas les es más fácil tirarlas al mar que vérselas con la justicia. Muchas de ellas mueren ahogadas.
Abulghani Khader y Amhamed Khayi afrontaron un largo viaje a través de Marruecos para acabar muertos sobre los guijarros de una playa de Tánger. En sus últimas fotografías, incluidas en el sumario que instruye un juzgado marroquí desde mayo pasado, yacen juntos sobre la misma playa desde la que había partido, horas antes, la zódiac que debería haberles depositado en una orilla española. A Khader, de 26 años, le faltan los zapatos y muestra al aire las pantorrillas, aunque apenas está magullado. Khayi, de 34, tiene varios cortes en el rostro, pero el mar le ha devuelto con las ropas intactas. Vivían en una pequeña localidad rural del sur de Marruecos llamada El Khoualka. Murieron mientras intentaban cruzar el Estrecho el pasado 4 de mayo. Fueron las únicas víctimas del naufragio de la lancha -un modelo color café de la marca Valiant, de cinco metros de eslora por dos de ancho y con 40 caballos de potencia- que había partido a medianoche de la playa Salvaje, en El Gojieme, a unos 30 kilómetros de Tánger. Sobrevivieron 27 inmigrantes, que posaron ante un centro de la Armada marroquí, alineados como un equipo de fútbol, después de ser rescatados del mar.
Cada uno había entregado 10.000 dirhams (unas 180.000 pesetas) al intermediario de un traficante de hombres apodado El Rubio. En Tánger resulta una pista tan vaga como lo sería buscar a un Smith en Londres. Pagado lo estipulado, los inmigrantes fueron trasladados hasta una casa aislada, en la carretera que une Tánger y Ceuta.
Durante el proceso verbal, El Muegni Ahmed, de 25 años, superviviente del naufragio, relató que bastó una caminata de 20 minutos para alcanzar la playa donde les esperaban para embarcar. Su testimonio sigue así: "Después de una hora en el mar, parecía que la barca estaba en el mismo sitio. Una piedra nos impedía avanzar y comenzó a entrar agua. La gente no quería saltar, pero el piloto y otros dos hombres sacaron unos cuchillos grandes y nos obligaron a tirarnos al mar cuando estábamos a unos 200 metros de la costa".
El piloto, que no ha sido detenido, corrió mejor suerte que El Fellaki Bousselham, de 36 años, natural de Larache, que, en otro juicio, éste ya con sentencia, fue condenado el 4 de septiembre a un año de cárcel por llevar una patera con 16 ocupantes. Bousselham estuvo en un tris de provocar una tragedia cuando divisó una patrullera de la Armada marroquí. Sin titubear un segundo, hundió la barca sin rastro de preocupación por sus 16 pasajeros, que tuvieron que ser rescatados del agua por los militares.
Sus honorarios por transportar gentes entre las dos orillas del Estrecho resultan irrisorios en comparación con lo que obtienen quienes mueven la organización. El patrón recibió 2.000 dirhams (unas 36.000 pesetas), poco más de un tercio de lo que costó cada pasaje. Por ese viaje frustrado, los responsables se embolsaron 112.000 dirhams (poco más de dos millones de pesetas).
La vida mísera de Bousselham, casado, cuatro hijos, no difiere demasiado de los compatriotas que debería haber dejado en territorio español. El último eslabón de la red y el único que ha sido condenado. Los inmigrantes declararon ante el tribunal cómo habían contactado con la organización, pero no identificaron a los traficantes cuando fueron llevados a la sala. Tumi Mohamed, de 24 años, describió al suyo (Tuhami) como "una buena persona, muy conocida en la zona, que no se queda con el dinero de la gente". "Es un patrón serio", remachó.
Al igual que sus compañeros, fue condenado a pagar una multa de 500 dirhams (9.000 pesetas) por intentar abandonar Marruecos ilegalmente. Los responsables de la mafia siguen captando hombres para el floreciente negocio del tráfico de inmigrantes con total impunidad. Su clientela ignora que, a menudo, juegan con sus vidas para evitar apresamientos policiales. El caso más dramático que llevó el abogado marroquí Afia Jamaliadine nació de un precipitado error. El piloto de una patera hundió la barca al observar unas luces. Confundió un pesquero con una lancha de vigilancia. Todos los ocupantes desaparecieron en el mar.
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