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Pujol, la herencia y la idea fuerte

Josep Ramoneda

Los líderes son impagables. Ni sus más entregados seguidores tienen mejor opinión de ellos que ellos mismos. El principal mérito de Artur Mas, según Pujol, es que, de todos los dirigentes de Convergència, es el que más se le parece. Ante la imposibilidad de clonar al presidente, la elección es clara: el más semejante. Aunque no lo parezca. Porque el estilo tan bien planchado de Artur Mas, con un hacer pausado y una frialdad tecnocrática, choca con los modos cuidadamente temperamentales y el aire un poco desastrado de Jordi Pujol, que tiene mucho que ver con su capacidad de generar credibilidad. Si no en los modos, la semejanza entre el presidente y el heredero hay que suponer que está en las ideas: "la voluntad de servir al país y a los ideales", en palabras del propio Pujol.El camino está trazado: la idea fuerte de siempre como palio bajo el cual tenga cabida el pragmatismo más absoluto. Así ha actuado con éxito Pujol durante más de veinte años; así debe actuar el heredero, como insinuó el presidente al dar el tono de la sinfonía en el inicio del congreso: profesión de fe nacionalista -en tiempos en que los espíritus débiles buscan el aggiornamento llamándose sólo catalanistas- y mantenimiento del juego abierto en todas direcciones. No hay que excluir ninguna alianza, ninguna opción estratégica. Para Pujol, los tiempos no cambian. Lo sagrado -lo nacional- es el envoltorio de la trama de intereses partidaria. La reiteración en la liturgia -para que la fe no decaiga del todo en tiempos dados al escepticismo- es a la vez fuente de credibilidad y coartada para ajustar la acción a las necesidades de cada momento. En nombre de la nación -como en nombre de Dios- todo es posible, siempre y cuando no haya dudas sobre que quien apela a ella tiene la unción sagrada para hacerlo.

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Con el nacionalismo como idea fuerte, Convergència (con el complemento de Unió) ha hegemonizado la política catalana. La falta de una idea fuerte enfrente ha facilitado su trabajo. Porque el gran problema del principal partido de la oposición -el PSC- es que ha sido capaz de encontrar una idea fuerte para regir la vida municipal catalana y, en cambio, no ha conseguido que esta idea cuajara en términos de política nacional. Una cierta idea de modernidad urbana, que entiende la ciudad como lugar de la cultura moderna y base para la articulación política de la Europa futura, ha servido para asentar la querencia de los ciudades hacia el voto de izquierdas, pero no para conquistar la Generalitat. Y ante la incapacidad para transferir el modelo Barcelona a Cataluña, la izquierda no ha encontrado una idea alternativa y ha vivido demasiado a la sombra del árbol convergente. Probablemente entraríamos en el terreno de la psicología colectiva al tratar de esta doble personalidad característica del país entre la apelación a lo atávico y la fantasía de lo nuevo: es un país muy conservador en muchos de sus comportamientos que, sin embargo, sigue creyéndose la avanzadilla de España, a veces contra toda evidencia. Pujol especula con esta doble alma: nacionalismo y pragmatismo son las figuras.

Pujol abre el camino de la sucesión, pero sigue. Nombra heredero, pero no ha dicho que se vaya. La historia cotidiana de Cataluña esta llena de herederos que esperan que el padre renuncie a seguir teniendo la última palabra. ¿Cuánto tiempo durará la espera para Artur Mas? Estas prolongaciones suelen ser letales para los herederos que querrían hacer las cosas de otra manera pero el padre se lo impide. Y cuando pueden hacerlas, a menudo ya es tarde o están demasiado viciados por los hábitos paternos. Muchas empresas se hundieron en esta coyuntura. Mas ha sido nombrado heredero, pero no tiene todavía permiso para andar por sí solo. Sorprende que siempre haya en política personajes dispuestos a hacer el peor papel: el de administradores de la decadencia. Entre otras cosas, porque casi nunca nadie les agredece los difíciles servicios prestados.

El papel de delfín del líder es casi imposible de representar con éxito. Todos lo saben. Y sin embargo, siempre hay alguien dispuesto a aceptarlo. Tenemos un precedente cercano: Joaquín Almunia. Naturalmente, tanto Almunia en su momento como Mas ahora, si lo aceptan es porque creen que son capaces de llevarlo adelante, de romper la tradición que convierte este rol en destino fatal. De momento, Almunia ya no está en activo. El propio Pujol se ha mostrado satisfecho de las buenas expectativas electorales que todavía tiene su persona. Probablemente, cuando Felipe González dejó de liderar el PSOE también era todavía el mejor candidato posible de su partido; sin embargo, su continuidad era un obstáculo para que el PSOE pudiera volver a emprender el camino de subida. También Convergència vive ahora este periodo aporético -ni contigo, ni sin tí- que marca el fin de un largo liderazgo. Estos periodos son de caída pequeña pero constante. Y hasta que el líder se retira definitivamente y se abren puertas y ventanas para oxigenar el partido -el mérito no reconocido de Joaquín Almunia, con su dimisión- no es posible volver a caminar hacia arriba. Es verdad, el suelo de Convergència -como confirman las encuestas- es todavía muy alto. Pero estas confianzas acostumbran a ser letales como sabe muy bien el PSOE. Porque el suelo entonces deja de ser un trampolín para simplemente atemperar la gravedad de la caída.

Las encuestas publicadas con motivo del congreso de Convergència confirman algo ya sabido: que la fe nacionalista no está tan extendida como parece y que ni siquiera los votantes de Convergència cumplen los preceptos más elementales. Hay muchos datos -el último, la campaña CAT- que demuestran que los índices de religiosidad en este como en otros campos están muy bajos. Si nos guiamos por la encuesta del Instituto Opina, sólo algo más de la mitad de los electores de CiU se pueden calificar de nacionalistas o catalanistas -es decir, los que se sienten únicamente catalanes o más catalanes que españoles-. Lo cual revaloriza el éxito del pujolismo, que desde la bandera nacionalista ha sido capaz de arrastrar a gente de horizontes muy diversos -especialmente en las elecciones autonómicas-, y es indicativo del poder que todavía tiene lo nacional como marco político. Porque electores nada nacionalistas -un 10% de ellos que se sienten más españoles que catalanes o sólo españoles- parecen haber concedido al nacionalismo cierto derecho patrimonial sobre la Generalitat.

La diversidad de este electorado hace, sin embargo, problemático el futuro de Convergència por su previsible volatilidad. Algo parecido a lo que le ocurrió al PSOE después de González. Y aunque los fieles sean muchos, los que potencialmente se pueden fugar -y tienen práctica en hacerlo, porque ya votan a otro partido en otras elecciones- son bastantes. Pujol lo tiene claro: mantener la idea fuerte. El nacionalismo como bandera para garantizar las fidelidades. Y el centrismo -que es como se denomina hoy al vale todo- como práctica. Lo demás se dará por añadidura. Sólo que este plus se evapora muy fácilmente si se pierde el poder. ¿Querrá Pujol demostrar que sigue siendo imprescindible o dejará que los herederos se hagan mayores y se curtan en el choque con la dura realidad? Cuanto más se aplaza el paso del testigo más larga es la enfermedad posliderazgo. El único debate que parece dejar cerrado el congreso de Convergència es el del liderazgo de la coalición. Con Mas entronizado, Duran Lleida poco tiene que hacer. Es demasiado grande la diferencia de peso entre los dos partidos. Y demasiado pequeña la ventaja que las encuestas dan a Duran para que Convergència tenga que replantearse las cosas. El margen de maniobra de Duran -si alguna vez lo tuvo- se ha estrechado mucho. Ya sólo le queda espacio para la salida pactada -la candidatura a la alcaldía de Barcelona, por ejemplo-, para la carambola -improbable en política- y para la traición -poco rentable, por lo general-. Persistir en el empeño de rivalizar con Mas probablemente acabaría penalizándole, porque las querellas inútiles acostumbran a ser mal vistas por el electorado.

Josep Ramoneda es filósofo y periodista.

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