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Syllabus Errorum

Los sindicatos, utilizando artillería pesada, han tachado el hecho de aberración y le han añadido los calificativos de feudal y caciquil. El prelado de Castellón, el valenciano Reig Pla exige a los maestros y profesores de religión la firma de un juramento de fidelidad y profesión de fe católica, que incluye la "obediencia a cuanto declaran los pastores sagrados y maestros auténticos de la fe". Se basa el mitrado en los preceptos de la Sagrada Congregración para la Doctrina de la Fe, en los acuerdos entre la Santa Sede y el Gobierno español, en la crisis de valores de la sociedad, en el Concilio de Nicea del año 325, en la Contrerreforma de Trento y hasta el Syllabus Errorum con que el intransigente Pío IX intentó combatir el liberalismo y el pensamiento moderno.Ante esa exigencia a unos ciudadanos valencianos e hispanos, resultaría relativamente fácil caer en ese chiste tabernario llamado anticlericalismo que conduce a la nada y, al cabo, es otra forma de intransigencia e intolerancia. El anticlericalismo es contestar a la necedad del clericalismo con otra necedad. Y eso está explícitamente desaconsejado en esa joya textual que es la literatura sapiencial del Eclesiastés. Pero quienes ni juramos ni abjuramos de dogmas, doctrinas, creencias y opiniones de la comunidad religiosa en donde nacimos, seríamos cívicamente cobardes si, con la misma libertad de expresión del ciudadano Reig Pla no manifestáramos que aparejar los puestos de trabajo con juramentos y fidelidades tiene un calado incívico que atenta contra la libertad de conciencia. Y la sociedad, también la valenciana, sudó sangre y lágrimas durante siglos por mor de disfrutar de unos postulados liberales y tolerantes como son la libertad de culto, la libertad de expresión o la libertad de conciencia. Y la conciencia es la experiencia interior que cada uno tiene de sí mismo y de sus actos; en ese sentido los profesores de religión son libres y nadie puede inducirles con juramentos a lo contrario. Además, esos postulados son valores sociales que, mediante juramentos, quizás ponen en crisis determinados prelados como el cardenal Joseph Ratzinger, mandamás en la Sagrada Congregración para la Doctrina de la Fe, el más dogmático y conservador de los purpurados europeos, o el obispo Reig Pla.

Malos tiempos para la lírica religiosa traen estas rachas de neoconservadurismo episcopal. Esas rachas neoconservadoras no son pertinentes porque, a lo peor, distancian de forma innecesaria al vecindario de los valores religiosos, que son también valores sociales. A quienes peinamos canas o calvas, y ni abjuramos ni juramos doctrinas, dogmas o fidelidades religiosas, nos preocupa que nuestros adolescentes desconozcan casi por completo la Historia Sagrada o el Nuevo Testamento: encierran valores y son patrimonio cultural que debe asumir y difundir la escuela pública. Que teólogos y prelados se preocupen por esta cuestión y la eficacia con que se lleva a cabo, es de cajón; que obispos y eclesiásticos zarandeen la libertad de conciencia de quienes enseñan religión, no es de recibo. Porque, a lo mejor, el más excelente de los profesores de religión puede tener sus dudas. Las tenía, por ejemplo, don Manuel, el cura de la ficción narrativa de Unamuno, que durante la celebración de la misa silenciaba algunos pasajes del Credo; pero era un cura de aldea modélico, bondadoso y solidario, que dedicó toda su existencia a ayudar al prójimo, siguiendo el modelo que se dibuja en el Evangelio.

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