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El voto en EE UU, un supermercado de irregularidades

Robo de votos, coacciones, apaños en los colegios o papeletas confusas jalonan la historia electoral del país

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Para los republicanos es una ironía de la historia que Bill Daley, jefe de la campaña electoral de Al Gore, sea quien defienda a capa y espada la limpieza del voto y el valor de cada sufragio. Daley es hijo de Richard J. Daley, el legendario alcalde de Chicago cuyas manipulaciones electorales están históricamente asociadas a la victoria de John Kennedy por un puñado de votos sobre Richard Nixon en 1960. Estados Unidos -con decenas de miles de cargos en todos los niveles de la vida pública elegidos en las urnas, del presidente a jefes del servicio de aguas, pasando por jueces y policías- es un supermercado de fraudes e irregularidades electorales. En las votaciones del martes se ha barajado desde la elementalidad de ganar el voto de indigentes con cigarrillos al envío de mensajes por correo electrónico para anunciar un cambio de fecha electoral.Chicago ha perdido el ascendiente electoral de antaño, pero la maquinaria demócrata todavía es capaz de ponerse a cien y, con su peso demográfico, mover al Estado de Illinois en la dirección adecuada. Richard J. Daley acuñó una frase que ha hecho fortuna: "Votad pronto y votad con frecuencia". Su primogénito, Richard M., es alcalde de Chicago, y el martes proporcionó a Al Gore una rápida y espléndida victoria en Illinois, previa movilización de toda la maquinaria municipal.

En 1960, la carrera electoral entre Kennedy y Nixon se resolvió en un final de foto finish en el que votaron desde muertos a transeúntes y hasta ciudadanos con cuatro piernas: el elector era acompañado al secreto de la cabina electoral y el mentor se aseguraba de que votaba lo que debía. La táctica favorita de la maquinaria era esperar a que trascendieran los resultados de colegios electorales de la otra parte para responder con los votos necesarios del lado propio. En el libro American pharaon (Faraón americano), una biografía política de Daley, un testigo cuenta cómo en aquel 8 de noviembre alguien llegó a un colegio electoral y dijo: "Necesitamos treinta votos más".

Cuando los republicanos acusaron a Daley de fraude electoral, el alcalde les pagó con la misma moneda: en las circunscripciones rurales y republicanas de Illinois "los resultados son tan fantásticos como en algunos de los colegios de los que ellos hablan en Chicago". La ingeniería contable de Daley produjo chistes y letrillas populares, pero nunca fue cuestionada seriamente en los tribunales.

Kennedy ganó, entre casi cinco millones de electores, por 8.858 votos, y con ello se llevó los 27 miembros del colegio electoral de Illinois. En Tejas, de donde procedía su vicepresidente, el gobernador Lyndon B. Johnson, la victoria, también entre acusaciones de fraude, fue por 16.257 votos, que arrastraron 25 electores en el colegio electoral. El Colegio Electoral eligió a Kennedy por 303 votos frente a los 219 de Nixon. Otros 15 electores hicieron caso omiso del resultado en sus Estados del sur y votaron por el senador Harry Byrd.

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Nixon no discutió los resultados de la consulta, pese a las irregularidades. Herb Klein, su jefe de prensa en 1960, se indigna cuando ve a Daley protestar en Florida: "Su padre nos robó una elección y ahora pone en duda otra que nosotros no hemos robado". Bill Daley tenía 12 años hace 40 y quienes le conocen dicen que es un animal político muy distinto a su padre.

La corta vida de Estados Unidos está cargada de irregularidades electorales, y los historiadores establecen paralelismos entre lo que ocurre ahora y las elecciones de 1876, cuando el ganador en las urnas perdió por un voto en un colegio electoral arrancado a la fuerza y en el que también intervino de forma decisiva Florida.

Las cacicadas sin límite del siglo pasado son en éste fraudes. En 1998, un ganador de la alcaldía de Miami la perdió en los tribunales por juego sucio con los votos por correo. Senadores, representantes, gobernadores, sheriffs... han pasado en años recientes por los tribunales entre acusaciones de fraude. El pasado martes, en St. Louis (Misuri), circunscripción demócrata, un juez aceptó prolongar tres horas la apertura de los colegios electorales hasta que, al cabo de una hora, otro le desautorizó. Los republicanos, que perdieron un escaño senatorial ante el fallecido Mel Carnahan, hablan de connivencia y han denunciado el caso al FBI.

Los seguidores de George W. Bush también mantienen que el anuncio prematuro por televisión de la victoria de Gore en Florida les privó de cientos o miles de votos en la parte noroeste del Estado que está en otro huso horario.

Las trapisondas del pasado martes van desde el viejo intercambio de cigarrillos a cambio de votos en Wisconsin al envío de un correo electrónico que pedía a los demócratas que votaran el día 8 en California, pasando por urnas descontroladas, votos perdidos, máquinas lectoras que cuentan con la fiabilidad de escopetas de feria o ciudadanos a los que no se permitió votar por no aparecer registrados pese a haberlo hecho.

La papeleta de Palm Beach no es la única conflictiva. Los republicanos han pasado por la cara de Bill Daley la del condado de Cook, al que pertenece Chicago, que guarda una cierta similaridad con la cuestionada. Las complejas papeletas electorales de Estados Unidos, que diseña cada condado, son un tesoro. En Nevada, en las presidenciales de 1996, 5.608 electores marcaron el renglón en el que se les ofrecía "Ninguno de estos candidatos".

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