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La Acadèmia

Parece ser que eso de la Acadèmia Valenciana de la Llengua está a punto de llegar. ¡Alabado sea el Señor! ¡Por fin! El tema es importante, pues como escribía un columnista con motivo del pasado 9 d'Octubre, refiriéndose a nuestras señas de identidad, "toda la sociedad valenciana tiene el reto de dejar resuelto el tema (de la lengua) de una vez por todas y hacerlo desde la sinceridad, abandonando las estrategias partidistas o de grupos de presión y hacer algo, de verdad, trascendente por nuestra tierra, algo tan hermoso como hacernos sentir orgullosos de nuestra lengua y lo más importante, normalizar y extender su uso". Venga, pues, y en buena hora, la AVL para que "toda la sociedad valenciana" pueda sentirse orgullosa de "nuestra lengua" y empiece a usarla de inmediato. Sintámonos todos, y yo el primero, orgullosos de nuestra lengua. Más de medio siglo ha estado esperando este cristiano que escribe la llegada de una Acadèmia como ésta que la fina intuición política del presidente Zaplana nos ofrece.Habíamos llegado en los primeros años de la postguerra, quienes amábamos y queríamos nuestra lengua, a un acuerdo de cómo escribirla, partiendo de las Normes de Castelló. Fue el patricio valenciano Manuel González Martí, presidente de Lo Rat Penat, quien encargó a Carles Salvador la creación de unos cursos de enseñanza de la lengua. Se acordaron unas formas que aceptamos todos. También Editorial Torre que dirigían Adlert y Casp. Y la Universidad. Normas unitarias que vinieron a poner fin al batiburrillo ortográfico que arrastrábamos desde la Renaixença y cuya primera piedra la pusieron las Normes de Castelló. Se alcanzó, así, aquel deseo manifestado por Teodoro Llorente cuando decía que la lengua era una y teníamos que alcanzar la unidad literaria. Luego resulta que a mediados de los setenta, los señores Casp y Adlert se separaron del consenso y se dedicaron a inventarse unas "nuevas normas". Las razones que dio Casp en un célebre artículo publicado en Levante titulado M'explicaré, para justificar la escisión eran de mucho peso y fundamento: después de 30 años habían "caído en la cuenta" de que aquella lengua que escribían no era "la llengua que parla el poble". Se inventaron unas normas y un diccionario. La estulticia de la derecha política valenciana acogió esas normas para enfrentar a los valencianos y así consiguió un cierto éxito. Ahora parece ser que el último líder del partido que más carnaza echó en ese enfrentamiento anda buscando trabajo puesto que la opción política ha desaparecido del mapa. No pasa nada. Afortunadamente, la visión de nuestro presidente Zaplana se inventó una Acadèmia para acabar con aquella división que se dio en llamar conflicto lingüístico. Por fin, aquel invento parece ser que va a ponerse en marcha. No se sabe bien para qué. Lo del conflicto parece ser que no existe. A no ser que lo resucite un papel que ha salido dirigido por la que, en su día, fue la agitadora de masas. En cualquier caso, bienvenida sea la Acadèmia. Como decía el comentarista citado, "toda la sociedad valenciana" esperaba ansiosa que se resolviese el problema "de una vez por todas". ¡Albricias! Tengo noticias de que hasta la Universidad, y el Institut Interuniversitari de Filologia Valenciana, está esperando con ansiedad la constitución de la Acadèmia y que la misma dicte sus normas para que los filólogos del alma mater, que andaban un poco desnortados, sepan a que atenerse. El futuro lingüístico se abre esplendoroso. ¡Ya era hora!

fburguera@inves.es

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