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Una frase con sentido FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

Hace unos días, un colaborador de estas mismas páginas, el historiador Miquel Barceló, comenzaba su artículo diciendo: "De vez en cuando, y con escasa prudencia, comentaristas políticos del diario citan, solemnes, a Albert Camus: 'Amo demasiado a mi país para ser nacionalista'. O algo así (...). La frase, fuera del contexto de todo lo que escribió Camus entre 1943 y 1958, no tiene sentido alguno. Es un artificio retórico destinado a trivializar el ejercicio del nacionalismo. O a malignizarlo". Y acaba el párrafo sosteniendo que todo ello lleva a una discusión completamente banal, "pero que conduce a un extravío mayor, el de ocultar cuál era el 'país' de Camus (...) hoy inexistente", ya que, según el autor del artículo, ese país es la Argelia francesa.Hace unas semanas traje a colación en estas páginas la frase de Albert Camus y, al leer el artículo en cuestión, me di por aludido. No creo que tengan mucho interés para el lector las puntillosas discusiones entre colaboradores que, a menudo, sólo a ellos mismos interesan, pero creo que, en este caso, el respeto a un autor de la envergadura de Albert Camus impone unas aclaraciones para que su obra no quede tergiversada. Y ello sucede en el artículo citado, que muestra el desconocimiento del contexto en el que está escrita la frase de Camus y, lamentablemente, pone de manifiesto que el autor del artículo no ha leído la obra en la que aparece tal frase. Por otro lado, tiene interés comentar, desde la perspectiva del agudo problema de violencia por el que atraviesa la España de hoy, ciertos aspectos de Cartas a un amigo alemán, el libro de Camus en el que aparece la cita antes mencionada.

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Cartas a un amigo alemán es una obra muy hermosa, aunque menor y muy breve, compuesta de cuatro cartas dirigidas a un alemán, real o imaginario, escritas entre julio de 1943 y julio de 1944, es decir, en plena guerra mundial. Las dos primeras cartas fueron publicadas en revistas clandestinas de la Resistencia francesa (la primera en la Revue Libre y la segunda en los Cahiers de Libération) y las dos últimas no vieron la luz hasta que, en formato de libro y bajo el título de Cartas a un amigo alemán, fueron publicadas por Gallimard en 1945, en tirada muy restringida. La traducción castellana fue publicada por Tusquets en 1995 y se incluye en el segundo tomo de las Obras de Camus editadas por Alianza en 1996 y que constituyen, de hecho, su obra completa.

La frase en cuestión que, como indicaba en mi artículo, no es originaria de Camus, no aparece en las cartas propiamente dichas, sino en el prólogo a la edición italiana, publicada unos años después, prólogo que -como dice su autor- es esencial para comprender el sentido de estas cartas fuera del contexto de la guerra. Es ahí donde Camus explica desde qué país están escritas. Dice así: "Cuando el autor de estas cartas dice 'ustedes', no quiere decir 'ustedes los alemanes', sino 'ustedes los nazis'. Cuando dice 'nosotros', no siempre significa 'nosotros los franceses', sino 'nosotros, los europeos libres'. Contrapongo con ello dos actitudes, no dos naciones, por más que estas dos naciones hayan encarnado, en un momento determinado de la historia, dos actitudes enemigas. Si se me permite utilizar una frase que no es mía, amo demasiado a mi país para ser nacionalista (...). Por eso, me avergonzaría hoy dar a entender que un escritor francés pueda ser enemigo de una nación. Sólo aborrezco a los verdugos".

En estas ideas se insiste en las cartas propiamente dichas. Cuando recuerda que el amigo alemán le ha dicho, antes de la guerra, que prefería "Alemania a la verdad", Camus le responde, desde la tradición racional e ilustrada, que él parte "de la inteligencia y de sus vacilaciones". Esta es, pues, la verdadera patria de Camus: la de una tradición intelectual que parte de la duda, que utiliza el intelecto para resolverla, que necesita de un clima de libertad para que la verdad, siempre relativa y provisional, pueda ser hallada. Para Camus, por tanto, este país, esta patria, no era otra cosa que una determinada corriente del pensamiento europeo.

Le dice Camus a su amigo alemán: "Cuando ustedes dicen 'Europa', piensan: 'tierra de soldados, granero de trigo, industrias domesticadas, inteligencia dirigida' (...). Europa es para ustedes ese espacio rodeado de mares y montañas, perforado de minas, cubierto de mieses, donde Alemania juega una partida en la que lo que está en juego es su destino (...). En cambio, para nosotros es esa tierra del espíritu en la que desde hace 20 siglos prosigue la más asombrosa aventura del ser humano". Y añade en su última carta: "Nunca ha creído usted en el sentido de este mundo, y de ello ha extraído la idea de que todo era equivalente y de que el bien y el mal se definían a su antojo. Suponía que, en ausencia de toda moral humana o divina, los únicos valores eran los que regían el mundo animal, o sea, la violencia y la astucia (...). Yo, por el contrario, he elegido la justicia para permanecer fiel a la tierra. Sigo creyendo que este mundo no tiene un sentido superior. Pero sé que algo en él tiene sentido y es el hombre, el único ser que exige tenerlo".

El país de Camus no es, por tanto, la Argelia francesa -como asevera mi contradictor-, ni Francia, ni siquiera Europa o una cierta idea de Europa. El país de Camus es el hombre, esa rara especie que mediante la razón pueda llegar a construir una sociedad de seres humanos libres e iguales. En realidad, el sentido más profundo de la controvertida frase de Camus podría ser: "Amo demasiado al hombre para ser nacionalista".

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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