La noche en la que Bush y Gore ganaron y perdieron
Fue una noche histórica. Una noche para recordar. Pero llegó el amanecer, y no hubo nada. El tiempo había quedado en suspenso, y la noche histórica sólo dejó cansancio, resfriados, afonías y una inmensa perplejidad. Se cerraba el círculo de las horas y se volvía a las urnas de Florida, donde empezó el drama y donde se producirá, en algún momento, el desenlace. La explanada del Capitolio de Tejas era ayer por la mañana un descampado solitario bajo una llovizna fina. Un enviado de televisión grababa una última crónica cansina, y una brigadilla de trabajadores mexicanos recogía los restos de una fiesta que había terminado en algún momento incierto de la madrugada, cuando el último republicano decidió rendirse y marcharse a casa.
Esa explanada era un clamor 12 horas antes. Miles de personas gritaban "W. W. W." y se preparaban para vivir la fiesta de su vida. George Walker Bush, el candidato republicano, estaba en esos momentos, sobre las seis de la tarde, hora local, en el Shoreline Bar and Grill del hotel Four Seasons, con su familia y varias decenas de amigos. En Austin, la capital tejana, feudo de los Bush, se respiraba ambiente de victoria. La alegría se quebró a las 6.49, cuando CNN, la cadena que marcó el tempo de la noche, atribuyó al vicepresidente Al Gore la victoria en Florida. La explanada del Capitolio lanzó un gemido; en otra explanada, la del War Memorial de Nashville (Tennessee), miles de gargantas demócratas estallaron en júbilo. Pensilvania y Michigan caían también del lado demócrata. Gore levantó el puño. Bush dejó caer el tenedor y, sin terminar el pollo rebozado, se fue precipitadamente a casa, acompañado de sus padres y de su hermano Jeb, el gobernador de Florida.
"Allí será más fácil mantenerse relajado", dijo, con una sonrisa tensa. Los dos hermanos Bush se lanzaron al teléfono para averiguar qué estaba pasando en Florida, y obtuvieron respuestas tranquilizadoras. Los sondeos de CNN podían estar muy equivocados, les explicaron. En el recuento oficial, W iba por delante. El candidato republicano llamó a unas cuantas cámaras de televisión para lanzar un mensaje de ánimo a sus partidarios: "América tiene que esperar al recuento de votos. Yo no creo haber perdido Florida".
Eran las 9.15. Inmediatamente después, CNN y otras cadenas, como MSNBC, retiraron Florida de la lista de Estados demócratas y la colocaron entre los "no decididos". Austin volvió a bramar. El guitarrista Jimmy Vaughan subió al escenario del Capitolio y gritó: "¡La noche es nuestra!" Ohio y Tennessee se pintaron del rojo republicano. En Nashville cesaron los abrazos. "¡Vamos, vamos, Florida!", gritaban los parroquianos.
El recuento avanzaba lentamente, y Bush mantenía su ventaja. Dos multitudes, en Austin y en Nashville, soportaban la lluvia y el frío con el corazón encogido y la esperanza de que una urna mágica, allá en Florida, iba a darles por fin el triunfo. La agonía pareció acabar a la 1.18 de la madrugada, hora de Tejas y Tennessee. En ese momento, CNN anunció que todos los votos de Florida habían sido ya escrutados y que la victoria correspondía a George W. Bush, por 1.784 votos. W, también llamado Bubya, era el nuevo presidente de los Estados Unidos.
Austin estalló de alivio y entusiasmo. No todo Austin, en realidad. En el hotel Hyatt, a orillas de uno de los lagos formados por los canales del río Colorado, un puñado de demócratas bajó los brazos y dio por concluida su fiesta. El diario de Austin, Austin American-Statesman, puso al fin en marcha la rotativa con el titular que esperaba desde hacía horas: "¡Bush!".
En el hotel Loews Vanderbilt de Nashville, la batalla se dio por concluida. Al Gore abandonó su suite con un texto en el bolsillo en el que reconocía su derrota y felicitaba al vencedor. La multitud demócrata se congregó, apenada, ante el War Memorial y contempló cómo llegaban los vehículos de la comitiva del candidato y se detenían tras el escenario. Los periodistas en Nashville escribían ya la crónica del vicepresidente vencido, a falta sólo de sus palabras. Pero nadie aparecía en el escenario. La espera empezó a hacerse inquietante. ¿Qué pasa con Gore?, se preguntaban en Nashville, en Austin y en muchos lugares de mundo. Gore estaba hablando por teléfono.
Y la televisión cambió de nuevo el guión. El resultado de Florida, al parecer, no podía darse por seguro. La Constitución del Estado obligaba a un recuento. cuando la diferencia entre ambos candidatos era tan exigua como 1.700 votos, dentro de un total de más de cinco millones. La comitiva de Al Gore volvió a ponerse en marcha y desapareció. Quien subió al estrado fue Bill Daley, jefe de campaña. "Me dedico a la política desde hace mucho tiempo, y no creo haber visto una noche como ésta", dijo. "Hace menos de una hora, las televisiones dieron como vencedor al gobernador Bush. Pero ahora parece que eso", y sonrió, "fue un poco prematuro". "Nuestra campaña", concluyó, "sigue adelante". Un grito colectivo se alzó: "Recount!"
El Austin American-Statesman, con 59.000 ejemplares impresos, interrumpió la distribución y colocó un nuevo titular en portada: "History on hold". Historia en espera.
El director de campaña de George W. Bush se asomó poco después, pasadas las dos de la madrugada, al estrado de Austin, y habló ante los pocos miles de fieles que habían soportado la lluvia y el frío hasta esa hora. "El primer recuento dice que hemos ganado. Tenemos confianza", les dijo, "en que al final prevaleceremos".
Estaba claro que W no iba a hablar esa noche. Poco a poco, los republicanos empezaron a abandonar la explanada, sin saber si reír, llorar o maldecir: había un poco de todo. Al amanecer, Austin quedó para los basureros, mejicanos, algunos sin papeles. ¿Y si hay que empezar otra vez? ¿Y si mañana hay que recoger otra vez todo esto?, se le preguntó a uno. Y el basurero mexicano se encogió de hombros.
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