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La carpa redentora

El Ayuntamiento de Valencia, sensible o abrumado por los requerimientos del vecindario, ha decidido afrontar el problema de la prostitución que se enseñorea de algunos parajes del distrito Marítimo de la capital. Se ha tomado su tiempo en darse por enterado, ciertamente, y es posible que se hubiera llamado andana de no verse el conflicto en la calle, pero la verdad es que se trata de un asunto peliagudo en torno al cual abunda y entrevera la buena voluntad con la moralina y la hipocresía. No obstante, celebremos que el equipo de gobierno municipal haya abordado el problema en su doble dimensión: una inmediata, y acaso prioritaria, que consiste en atender el clamor vecinal y alejar de ese entorno urbano a las rabizas. Después, o simultáneamente al parecer, se pretende integrar socialmente a cuantas a ello se avengan, propiciándoles un trabajo retribuido.A tal fin, como es sabido, se ha instalado una carpa junto al puesto laboral de estas damas donde se las instruye acerca de sus opciones. La concejala de Bienestar Social, Marta Torrado, ha expresado su contento por el resultado positivo de la iniciativa, por más que los cronistas de este episodio no puedan disimular el escepticismo. Las señoras de la noche no se fían de la redención que se les promete y antes sospechan que tan plausibles atenciones son un ardid para reexpedirlas a sus países de origen, africanos o balcánicos. Tal temor, pues, las aleja de la mano que se les tiende y que, a la postre, no podrá sino prometerles, en el mejor de los casos, un sueldo de subsistencia irrelevante si lo comparamos con los dividendos del metafórico comercio carnal que les ocupa. Pero tan deprimente perspectiva no debe invalidar esta gestión. Una sola que se rescate justifica el empeño, como ha dicho alguien.

Resulta obvio que estas mujeres no suscitarían ningún conflicto si en lugar de hacer la calle, soliviantando a la proba vecindad, tuviesen la oportunidad de enrolarse en una de esas casas de masajes que exprimen el Kamasutra en un ambiente discreto y confortable. Son, claro está, burdeles selectivos en los que no todas las candidatas, con o sin papeles, pueden sentar plaza. Lo lógico sería que, constatada como está la eficacia de esta fórmula, se promoviesen casas de acogida -valga el eufemismo- como siempre hubo. Las de Valencia, dicho sea de paso, fueron famosas y los viajeros del siglo XVI y posteriores se hicieron lenguas de su organización, limpieza, sanidad y deleite. Cierta moral al uso, híbrido de franquismo e hipocresía, les echó el cerrojo, dándosele franquía tan sólo a los lupanares de alto coturno que publicitan sus servicios.

Pero estas propuestas no son políticamente correctas, por más que no se conozcan alternativas que trasciendan la mera retórica cargada de buenas intenciones. De ahí la curiosidad que nos consume ante la reunión de la comisión municipal de Bienestar Social que se celebra hoy, con mociones de los socialistas y representantes de los vecinos. Celebraríamos la ideación de un remedio contra la prostitución ambulante que no sea, como se apunta, la instalación de más carpas informativas y redentoras de este viejo oficio resistente a todos los tratamientos. Eso es puro circo. A lo mejor bastaría con no acosarlas y ponerlas bajo techo en un barrio de terapia sexual.

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