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FÚTBOL Liga de Campeones

El Madrid se acostumbra a perder

Tercera derrota del conjunto español que, ya clasificado, jugó cargado de suplentes ante el Spartak

El Madrid completó su semana negra en Moscú. Esta vez con la atenuante de una alineación de perfil bajo, arrancada prácticamente de todos sus titulares, y sin trascendencia competitiva -el equipo se clasificaba como primero pasara lo que pasara-, pero volvió a perder. Como ante el Mallorca y ante el Numancia. Y de nuevo con justicia, superado en todos los ámbitos por el Spartak mucho más de lo que aseguró el resultado.Porque el Spartak fue su vivo retrato. Un equipo rebosante de ritmo, desborde, llegada y sentido común, un conjunto capaz de interpretar con criterio el ancho y el largo del campo. Pero un equipo también carente de remate, sin contundencia en los metros en los que se dirimen los partidos. Un equipo que te llega y llega, que se planta como quiere en el cuarto de estar de tu casa, pero que no te hace nada. Ni un rasguño.

SPARTAK MOSCÚ 1REAL MADRID 0

Spartak: Filimonov; Tchuisse, Ananko, Bulatov, Kovtun; Baranov, Titov, Kalynychenko, Bezrodny; Marcao (Shirko, m.65) y Robson.Real Madrid: César; Salgado, Geremi, Karanka, Solari; McManaman, Sanchis (Pavón, m.85), Makelele, Munitis (Tote, m. 74); Rivera y Morientes. Gol: 1-0. M. 47. Titov dispara desde lejos, el balón tropieza en Geremi, despista a César y entra lentamente en la portería. Árbitro: Bre (Francia). Estadio de Luzhniki. 72.000 espectadores. Primera fase de la Liga de Campeones. Última jornada, grupo A.

Tanto perdonó en sus minutos de mayor dominio, en el arranque del duelo, que le consintió al Madrid medir la situación. Cotejar opiniones y tomar una postura concreta sobre un encuentro que se le envenenaba. Otro equipo no le habría dejado tiempo para pensar. Con tanta posesión de balón y tanta llegada, otro equipo habría dejado zanjada la cuestión al cuarto de hora. Pero el Spartak, no. Su fútbol es otra cosa. Suma y mucho en asuntos que no contabilizan, pero nunca en goles. Y por eso permitió al Madrid alcanzar ileso el descanso, incluso manejar la sensación de que a golpe de aguante defensivo y de las redentoras conducciones de McManaman iba cogiendo las riendas del partido.

El Madrid pasó muchos problemas, demasiados. Especialmente por su costado izquierdo, que se convirtió en un calvario para Solari, a quien le tocó bailar con el ruso más inspirado: Baranov, un encarador incansable, con repertorio de sobra para amagar en todas las direcciones y desbordar por cualquier lado. Baranov fabricó una colección entera de ocasiones de gol. Una colección que por esas cosas que tiene el Spartak tuvo un valor cero.

Pero también tembló el Madrid en el corazón de su centro del campo. Makelele y Sanchis jamás supieron discutirle la posesión a los mediocampistas rivales. Se encontraron con demasiada frecuencia en inferioridad, incapaces de adivinar ni controlar el número de adversarios que se incorporaban por la zona. Como además ninguno de los dos tiene madera de organizador, y como la pareja de centrales (no estaban Hierro ni Helguera) no garantizaban la salida de la pelota, las jugadas del Madrid morían casi siempre en sus inicios. Sólo cuando el balón caía en la bota derecha de McManaman o superaba por arriba la parcela en la que el Spartak monta su sistema de recuperación, el panorama se abría para los españoles. Por ahí, en las cercanías de su propia área, el Spartak sí enseñaba carencias, pero fue entonces cuando el Madrid acusó de veras el acento desnatado de su alineación. Sin Figo, sin Raúl, sin Savio, sin Roberto Carlos, sin Guti, el Madrid, el rey de la pegada, apareció empequeñecido.

La atención de los centrales -especialmente meritorio fue el trabajo de Karanka-, las manos milagrosas de César y, sobre todo, la falta de dinamita en el bando ruso autorizaron al marcador a contar que la cosa estaba igualada. De hecho, el tanteador se movió de chiripa, en la acción mas vacía de todo el ataque ruso. Sucedió en el arranque del segundo tiempo, en un tirito blando y lejano de Titov -un tipo con planta y recursos, un futbolista que no tardará en abandonar Moscú con los bolsillos llenos de millones- que acabó en gol sólo porque tropezó en Geremi y se envenenó. Si no, aunque la segunda parte acentuó el dominio local y su capacidad para inventarse oportunidades de gol y dejarlas ir sin detonar, tal vez el partido habría concluido 0-0.

Pero sucedió que el Madrid perdió. Y aunque le sirven de coartada la falta de interés competitivo -sabía que se clasificaba como primero pasara lo que pasara- y la versión descafeinada de su alineación, lo cierto es que el conjunto blanco suma tres derrotas consecutivas. Y esas cosas son difíciles de digerir por Chamartín.

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