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Hidráulica y agrimensura de Fuster

Hace unos días (29-09-00), y desde estas mismas páginas, proponía Ernest Lluch la preparación de una edición crítica del Nosaltres fusteriano que, partiendo de un análisis de sus fuentes (metodológica hidráulica, según Caro Baroja), permita contextualizar y comprender sus defectos y problemático diagnóstico económico (visión agraria, localismo suecano, desprecio del tejido industrial y menosprecio del rol de la burguesía valenciana), con independencia del ritual reconocimiento de su virtualidad ensayística.La propuesta del profesor Lluch se planteaba al hilo de un artículo apologético de Antoni Furió (Jefe del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Valencia), publicado en el número de octubre de la revista L'Avenç (Nosaltres els valencians. La vigència d'una proposta historiogràfica i política). Comoquiera que este último texto se presenta como una refutación de la revisión crítica del pensamiento nosaltrista contenida en un estudio sobre el asociacionismo empresarial del que soy autor, me permito aportar algunas consideraciones al respecto, y hacerlo sine ira et estudio, tan lejos de las descalificaciones como de los ditirambos al uso.

En el marco de una más amplia investigación sobre la estructura e intervención de los grupos de interés (El asociacionismo empresarial como factor de modernización. El caso valenciano), mi modesta reflexión sobre los límites del paradigma fusteriano se centra, fundamentalmente, en sus proposiciones socio-económicas y percepción distorsionada del proceso de modernización. Y se sitúa en el marco de una ya larga y, más o menos cordial, discrepancia científica, aunque sin participar del insiderismo nosaltrista.

A la espera, pues, de la investigación hidráulica que propone Lluch, y por muy atenuantes que quieran considerarse las coordenadas espacio-temporales en que fue emitido, parece claro que el lamento agrario del Nosaltres ("El camp ho és tot, al País Valencià... Segons els últims censos, el 46,5% de la població activa valenciana aplica el seu treball a l'agricultura...") no reflejaba adecuadamente la realidad: los censos de población correspondientes a 1960 rebajaban este porcentaje en más de diez puntos. Y cuando, unas páginas más adelante, sus propios datos contradicen tal apriorismo, Fuster se ve obligado a hacer una forzada maniobra agrimensora: "El País Valencià ha quedat al marge de la revolució industrial. Segons dades del 1957, dins el valor net de la producció total valenciana, la industria suposava el 33,5% mentre que l'agricultura només en representava el 26,8%. Aquesta superioritat -més sorprenent, si tenim en compte la respectable importància del sector agrícola- no ens ha d'enganyar".

En base a estas dos premisas se construye el diagnóstico fusteriano: "La societat valenciana serà una societat rural... acèfala i neutra", en la que "la mediocritat de la burgesia local, la indefinició del proletariat, i totes les repercussions que sobre les classes mitjanes allò podia tenir, salten a la vista". Un diagnóstico que se mantendrá prácticamente inamovible, aun después de que la economía del País se hubiera transformado profundamente, poniendo de manifiesto -como indica Lluch- que Fuster no supo entender lo que había acontecido. En Un país sense política, publicada en 1976, se insiste: "Últimament, amb estadístiques, i dos de pecho elocutius, asseguren els tècnics que el País Valencià ha ingressat en l'àrea de la industrialització. I això és cert, sí, però només a mitges. El reducte agrari continua sent essencial. La industrialització, ¿fins a quin punt és nostra? ¿Ens industrialitzem o ens industrialitzen?... ¿Hi ha hagut, hi ha una burgesia valenciana? I vull dir una burgesia nacional. No... La responsabilitat històrica de la burgesia autòctona és un fantasma".

El apriorismo agrarista, ideológicamente determinado, es tan fuerte que cuando no hay más remedio que admitir una cierta industrialización, primero se la rebaja a la mitad para afirmar, inmediatamente, que la agricultura es esencial, lo que mediada la década de los setenta era radicalmente falso. Paralelamente, se define la industrialización como un proceso heterónomo y se proclama la inexistencia de una burguesía nacional, abriendo así el campo a una apasionante línea de investigación "à la recherche de la bourgeoisie perdue" que incluso cuando la encuentra, algunos años más tarde y en plena perplejidad, acaba rechazándola por dependiente y poco progresiva, completando así un discurso aflictivo que se retrotraerá hacia el pasado para lamentar el fracaso de la revolución industrial valenciana y volverá al presente para hacer otro tanto sobre la construcción nacional pendiente.

La profecía autoderrotante del agrarismo y la desesperanza no se cumplió y el País Valenciano se consolidará durante los años sesenta y setenta como la tercera región industrial de España, una sociedad homologable con las de Europa Occidental, con una estructura de clases típicamente capitalista de empresas industriales de pequeña y mediano tamaño con un alto grado de dinamismo, con algunas grandes industrias de capital extranjero, una agricultura intensiva y unos servicios de expansión. En definitiva, un país normal en proceso de modernización productiva, estructural e institucional.

Será a partir de entonces cuando se pondrán de manifiesto, de forma irreversible, los límites académicos y políticos del fusterianismo -especialmente en la versión sacra representada por algunos de sus epígonos- como modelo de interpretación e intervención sobre la realidad del País. Por una parte, La vía valenciana de Lluch, publicada en 1976, inaugurará un nuevo paradigma laico de análisis historiográfico y socio-económico notablemente fecundo. Por otra, la normalización constitucional española y el posterior pacto estatuario alcanzado entre los representantes parlamentarios de la izquierda política y la derecha burguesa, supondrá el inicio de un proceso autonómico complejo pero que permitirá la creación de una estructura institucional propia y la progresiva cohesión territorial, social y cultural de la Comunidad Valenciana, desactivando por inclusión los supuestos dualismos insolubles postulados por el nacionalismo de matriz fusteriana.

Pere J. Beneyto es profesor de Sociología de la Universidad de Valencia.

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