Fibras de rata para los más rápidos
El dopaje del futuro permitirá construir y diseñar las fibras musculares a voluntad del atleta
Hay velocistas, y esto se sabe de toda la vida, hay gente como Maurice Greene, de músculos veloces, explosivos y de corto recorrido, que no necesitan oxígeno para moverse a toda velocidad, y hay fondistas, están Martín Fiz o Abel Antón, atletas de músculos de contracción lenta, resistentes, de larguísimo recorrido, casi infatigables siempre que la sangre les lleve regularmente el oxígeno que necesitan para su combustión. Ambos prototipos de deportistas están genéticamente determinados, cada uno tiene desde su nacimiento el cupo de fibras musculares que marcarán su futuro. Esto se pensaba hasta hace bien poco.Pero, y esto se sabe desde los años 80, un mismo músculo, una misma materia fibrosa y elástica, unida al hueso que mueve por tendones, puede ser el terreno de expresión de diversos tipos de miosina, la proteína que determina la velocidad (y la fuerza) de contracción del músculo, es decir, el tipo de miosina determina las características del músculo. Se nace, dicen los científicos del músculo, lo dice el escandinavo Bengt Saltin, director del Centro de Investigación del Músculo de la Universidad de Copenhague, con una proporción determinada de fibras lentas y rápidas, pero los genes que codifican la proteína miosina para que esta toque con su varita a las fibras y las haga rápidas o lentas, o más rápidas todavía, están presentes en el ADN de cada persona, en su genoma. Su expresión, y la de todos los genes, está controlada por una serie de factores que las estabilizan durante toda la vida, y hacen muy difícil su transformación a pesar de todos los esfuerzos y dedicación que se emplee. Y la transformación conseguida no es muchas veces la deseada: así, mediante el entrenamiento lo más fácil es aumentar el porcentaje de fibras lentas y resistentes en detrimento de las rápidas y fatigables.
Sin embargo, dentro del músculo, ese haz de fibras de 30 centímetros de longitud como máximo y 015 milímetros de grosor que, mediante mecanismos bioquímicos, se contraen a impulsos de un influjo nervioso que provoca la interacción de las proteínas actina y miosina, dentro de esa máquina de movimiento, se producen paradojas, como explica el español José Antonio López Calbet, de la Universidad de Las Palmas y colaborador de Bengt Saltin. "Si paralizas un músculo, si le cortas el nervio", explica Calbet, "le haces perder masa muscular, pero también logras que se vuelva rápido: la miosina de tipo I, la lenta, se transforma en rápida, de tipo IIa o IIx. Eso es un hecho conocido, pero la verdadera paradoja, un conocimiento que está haciendo cambiar las técnicas de entrenamiento de los velocistas, que cada vez necesitan menos volumen de ejercicio y más calidad, menos tiempo pero más intenso, esa paradoja se produce en las fibras IIx, las más rápidas : un entrenamiento de musculación regular durante un mes hace que todas las IIx del músculo se transformen en Iia. Malo parece. Pero, si descansas tres meses de entrenamiento consigues que las IIx vuelvan al músculo, y no sólo la cantidad que tenías antes de empezar a entrenar, sino duplicadas".
Parece interesante, pero no tanto como lo que los nuevos descubrimientos genéticos están permitiendo vislumbrar: el dopaje del futuro, una transformación muscular a voluntad mediante una sencilla inyección o pastilla. "Ahora sabemos, por ejemplo, que hay genes que compartimos con otras especies animales", explica Calbet, "y algunos que están presentes en nuestro genoma pero que nunca se han expresado. Entre ellos está el gen de la miosina IIb, mucho más rápida que la IIx, que es la que mueve los músculos de las ratas y las permite escapar a toda velocidad de los animales predadores. Ese gen lo tenemos, los humanos, inactivo en nuestro esqueleto, y ahora que empezamos a conocer y a identificar los factores moleculares que regulan la expresión del gen podríamos actuar para activarlo o reprimirlo sencillamente y a voluntad".
Calbet pide un plazo de 10 a 15 años para que estos progresos, sobre los que se investiga para curar enfermedades que implican distrofia muscular, puedan concretarse en la realidad. Pero quizás podrían ser menos los años necesarios para que un atleta con un alto porcentaje de fibras IIb, las de las ratas, llegue a correr los 100 metros por debajo de los 9 segundos. Los métodos antidopaje actuales serían totalmente ineficaces para detectar esa manipulación. "Sería necesario efectuar una biopsia muscular a los atletas antes de las pruebas, y pocos, o ninguno, se prestarían a ello", avanza Calbet. "Pero eso no sería lo verdaderamente preocupante: serían tan rápidos y tan fuertes, y tan grandes, esos músculos, que los tendones y los huesos no resistirían esas contracciones y todos los atletas podrían sufrir arrancamientos, roturas o fracturas en mitad de una carrera. Será espectacular".
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