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Tribuna:EL FUTURO DEL SOCIALISMO EN MADRID
Tribuna
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Es un lugar común, mil veces repetido y siempre cierto, que los conflictos internos son la primera y principal causa de retroceso electoral de un partido político. No hay nada que los ciudadanos castiguen de forma más contundente que la percepción de un partido enredado en querellas internas, cuyo contenido, por cierto, es casi siempre ininteligible para el común de los mortales.Las luchas internas de un partido, cuando se hacen expresas y dominan su imagen, producen en la opinión pública un doble sentimiento de desconfianza y distanciamiento. Desconfianza, porque no es posible saber con certeza qué rumbo tomará un partido sometido a una batalla por el timón, y distanciamiento, porque mientras están en lo suyo no están en lo mío, o, lo que es lo mismo, mientras se ocupan de sí mismos no cabe que, al tiempo, se preocupen de los problemas de la gente.

Todos los que nos dedicamos a la política somos agudamente conscientes de esta realidad, lo que no significa que nos apliquemos el cuento en la práctica. Los militantes y dirigentes de los partidos seguimos escenificando públicamente nuestras querellas internas aunque sepamos que ello nos perjudica, de la misma forma que la gente sigue fumando, bebiendo en exceso, conduciendo temerariamente o ingiriendo cantidades ingentes de colesterol en la dieta cotidiana. Como decía Oscar Wilde, todo lo puedo resistir menos la tentación, y parece que la tentación autodestructiva de la pelea interna es demasiado fuerte para que la podamos resistir.

Pero si las peleas internas son malas en sí, hay algo todavía peor: que no le importen a nadie. Si el conflicto interno de una organización política crea malestar social y provoca sanción electoral, puede afirmarse, al menos, que tal organización representa algo en su sociedad, lo suficiente como para que los electores se irriten por sus problemas. Lo peor que le ha ocurrido a la Federación Socialista Madrileña desde hace ya unos cuantos años es que vive sumida en su propio caldo de cultivo sin que eso parezca importarle a nadie fuera de sus filas. Podemos seguir eternamente enredados en nuestras cosas, que ello no tendrá el menor efecto, simplemente porque la sociedad madrileña hace tiempo que ya no cuenta con nosotros.

La suerte de las candidaturas socialistas en las distintas elecciones que se celebran en Madrid depende de factores diversos, pero tiene poco que ver con lo que suceda o deje de suceder en la FSM. Así como es perfectamente clara la relación causa-efecto entre la crisis interna del socialismo valenciano y su retroceso electoral, en Madrid una cosa y otra parecen ir por su cuenta. El PSOE sube y baja al margen de lo que ocurra en la FSM, simplemente porque la FSM se ha convertido en un ente político socialmente inane, cuya actividad comienza y acaba en sí misma en un perfecto ejercicio de aislamiento y de autofagia.

No crean que esta reflexión sirve necesariamente como revulsivo: por el contrario, la vaga percepción de que esto es así ha servido para enfrascarse aún con mayor deleite en el canibalismo interno; si nos hemos quedado tan aislados del entorno que ya nadie nos mira, no hay que preocuparse ni siquiera de guardar las formas. Pueden caer secretarios generales, ejecutivas enteras, no importa, todo es gratis. Ya se ocupará el PSOE federal -si es que puede- de lavarnos la cara cuando lleguen las elecciones, y si no, ya tenemos a quién echar la culpa.

Lo primero que tiene que conseguir quien dirija la FSM a partir de nuestro próximo Congreso es que esta organización de los socialistas madrileños signifique algo en la sociedad madrileña: que cumpla un papel, que sea conocida y reconocida, que a alguien le importe si acertamos o nos equivocamos; es decir, que sea una organización socialmente relevante. Y ello exige prima facie un giro copernicano de la cultura interna dominante hasta este momento.

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El reciente congreso federal del PSOE ha señalado el buen camino. Tres ideas de él me interesa destacar:

a) La autoexigencia de un proyecto político nuevo para una nueva sociedad en el principio del siglo XXI. El proyecto socialista de los ochenta se culminó, y sirvió para producir un avance histórico de la sociedad española que algún día se reconocerá en toda su magnitud. Para nosotros, dijo el congreso de julio, el pasado es una referencia, pero no una hipoteca. El proyecto progresista de la primera década del 2000 se ha de asentar sobre nuevas bases porque la sociedad en la que vivimos -en buena parte gracias a la acción de nuestros antecesores- es muy distinta. Somos herederos de nuestro pasado, pero no prisioneros de él.

b) La aplicación hasta sus últimas consecuencias del principio un hombre, un voto. Desbordando todos los encuadramientos previos, los delegados asumieron su responsabilidad con radical soberanía individual y cada uno hizo lo que creyó que debía hacer. Nadie en aquel congreso pudo esgrimir el voto de otros como arma negociadora, nadie pudo presumir de la obediencia de sus tropas, y quien trató de hacerlo fracasó con estrépito.

c) El certificado de defunción -expedido públicamente por el nuevo secretario general- de las familias políticas que han venido condicionando (subrayo el verbo) la vida interna del PSOE en los últimos años.

No saldremos adelante mientras no seamos capaces de liberarnos del cepo que nosotros mismos nos hemos puesto con las denominaciones de origen: guerristas, renovadores (por la base o por la cúpula) y otras variantes.

Lo peor que puede ocurrir en el congreso de la FSM que se va a celebrar dentro de unos días es que su desarrollo y desenlace se ajuste a las reglas de juego de las familias tradicionales. Y lo más preocupante es que existen datos que apuntan en este sentido. Las apuestas por el consenso no pueden ni deben ser el producto de la suma de intereses particulares o grupales, sino el resultado de priorizar el interés general, el del PSOE y el de sus votantes presentes y futuros.

Cualquier solución que nazca de una negociación a la antigua usanza entre los supuestos jefes de las diversas facciones que cohabitan en nuestra federación estará contaminada desde su propia génesis, y condenará a la nueva dirección a seguir prisionera de la endemoniada lógica que nos viene atenazando desde hace ya demasiado tiempo.

Los socialistas debemos luchar para que en el congreso de la FSM nadie pretenda a priori representarse más que a sí mismo. Debemos defender la responsabilidad individual de cada delegado, su soberanía sobre su propio voto, y tratar de impedir que nadie se siente a negociar poniendo sobre la mesa paquetes de votos supuestamente amarrados. Después habrá una dirección elegida por mayoría, espero que plural y aglutinadora de todas las potencialidades que existen en los diversos recovecos de nuestra casa. Una dirección que nos representará a todos, pero, hasta ese momento, cada uno se representa exclusivamente a sí mismo; o, al menos, así debería ser.

Estoy en desacuerdo con quienes piensan que la sociedad madrileña es estructuralmente conservadora y que la capital está sociológicamente abocada a dar mayorías electorales de derechas. Me parece que es más bien al contrario. Madrid es una ciudad de alma progresista, en la que sólo los errores de la izquierda pueden explicar que un personaje tan ranciamente derechista como Álvarez del Manzano ocupe la alcaldía ante la resignación general. Y qué decir de la Comunidad Autónoma, en la que los alcaldes progresistas de la periferia realizan una labor ejemplar pese a las trabas de un Gobierno regional escondido tras una costosa pátina publicitaria de supuesta progresía que apenas puede ocultar una política autoritaria y claramente sesgada hacia determinados intereses.

El objetivo de quien vaya a ocupar la secretaría general de la FSM debe ser convertir a esta federación en un espacio habitable de acción política, orientado a representar adecuadamente los intereses de la mayoría de los madrileños, a obtener su confianza y a impulsar desde Madrid un proyecto político progresista como el que representa y dirige José Luis Rodríguez Zapatero.

El primer paso que podemos dar es acudir a nuestro próximo congreso regional con una sola etiqueta, la credencial que identifica a cada uno como delegado. Guardar las demás etiquetas en el baúl de los recuerdos y, como decía Sinatra, begin the begin.

Ruth Porta es edil socialista de Madrid y dirigente del sector renovador de la FSM.

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