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Poeta del sueño

JOSÉ LUIS MERINOLos amantes del arte plástico no se pueden perder la muestra de Vicente Ameztoy en el Koldo Mitxelena de la capital donostiarra. La exposición se clausurará el 4 de noviembre próximo. Sobre un habitáculo cerrado se exhiben siete cuadros, óleo sobre tela, que corresponden a seis santos y un paraíso. Esas obras son el resultado de un encargo solicitado al pintor guipuzcoano por la familia Rodríguez Salís-Hernandorena para la ermita de Nuestra Señora de Remelluri (Rioja Alavesa). Siete años le ha llevado a Ameztoy pintar esos óleos sobre tablas.

Quien pintara en la década de los ochenta cuadros enteros con todo tipo de drogas, desde opiáceos a ácidos lisérgicos, convirtiéndose en el poeta plástico del sueño, el creador de figuras de la clorofila, tejedor de hierbas calientes y descanso de tapias aladas, ahora es un artista con menos destreza en su mano, pero más sereno y sabio.

El aura de esos seis santos y un paraíso rezuma una sugerente envolvencia mística, pero no por su condición religiosa, sino por la manera amorosa y diligente de poner cada pincelada en los cuadros. En cada una de esas obras se da el contraste de lo estático y lo movible. Todas las figuras permanecen quietas, en tanto algo que por los cuadros habita nos hablan de un permanente movimiento. Y así, en el San Esteban, mientras la figura se muestra fija una picaza pasa volando, una piedra va dirigida hacia la cabeza del santo (la historia del santoral indica que fue apedreado por los judíos), y la palmatoria que lleva en la mano parece cimbrearse levemente. En el San Ginés, su pie derecho trata de empezar a andar, y dos aviones a reacción cruzan en cielo a lo lejos, sin contar que la máscara que porta en su mano el santo indica que es de quitar y poner en cualquier momento. Respecto al San Cristóbal, el agua que baja inequívocamente briosa y el camión de carga que pasa sobre una carretera en un segundo plano, contrastan con la figura sentada sobre una roca. En cuanto a Santa Sabina, ya su postura bajando el peldaño de una escalera lo dice todo. San Eulalia lleva una palmatoria cimbreante en su mano, y una paloma blanca revolotea cerca de su cabeza. El San Vicente también se mueve por una suerte de levitación ignipotente. En esta obra conviene reparar en el juego de luces y sombras. Ameztoy tiene la creencia de que una figura que no proyecta sombras se hace más fantasmagórica. Pues bien, en el San Vicente la tenue luz viene proyectada desde la izquierda, salvo en las dos cepas que flanquean al santo, que reciben la luz desde la derecha. Es un imperceptible matiz, pero tratándose de un artista tan sutil, se hace necesario advertir a los espectadores de ello.

El encargo de Remelluri culmina con una obra (142 x 213 cm) titulada "Paraíso". En la escena paradisíaca, Eva ofrece a Adán una Amanita Muscaria, bajo el foco de la mirada de un dios tronante, con su ojo entre berrenchín, asustadizo y colérico. Animales de todas las especies posan apacibles sobre una flora idílica, en tanto en un extremo, a la derecha, una pantalla televisiva recoge en directo ese momento justo antes de que el paraíso se convierta en un infierno estallante, es decir, en aquello que se convirtió en vida a partir de ese estallido y que hemos convenido en llamar mundo nuestro.

Se completa la exposición con obras de variado signo, donde destacan dos transformaciones de Adán y Eva, más dos martirios de San Sebastián, y una obra titulada "Sin título", con el añadido personalísimo de sus cajas. En esas cajas, el artista vuelve su rostro hacia la infancia perdida, para tratar de acumular una selección de objetos -la mayoría de ellos de contenido fetichista-, con el acendrado propósito de llegar a culminar su más ardiente deseo, cual es el de armonizar los contrarios. Lo que muestra con su arte le convierte en un artista especial y singularmente único.

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