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Cine, cine

José Luis Ferris

Si ningún milagro lo remedia, el próximo mes de noviembre desaparecerán del centro de Alicante, tras más de medio siglo de historia, tres grandes salas de cine: el Carlos III, el Monumental y el Casablanca. Al parecer, la empresa Luis Martínez Sánchez, SA, se ha visto forzada a tomar esta decisión ante la abrumadora competencia que suponen los complejos de ocio y el incremento desmedido de 19 salas de exhibición a las 54 actuales tras la irrupción de la Warner en la ciudad. Se trata de una decisión amarga pero lógica si se tiene en cuenta que para los próximos meses se ha previsto la inauguración de 58 nuevos cines en distintos centros de inminente construcción.¿Qué les puedo decir? Estas cosas le ponen a uno sentimental por mucho que se empeñe en mirar el futuro con ojos de complicidad y de arrebato. La de historias que se me vienen de golpe cuando miro hacia atrás y me contemplo a mí mismo, solo o en compañía de alguna adolescente de trenzas rubias y faldita plisada, asistiendo al estreno de New York, New York con una Liza Minnelli de labios rojos y espléndidos a la que contemplaba extasiado desde una butaca del Monumental. O aquella sesión en el Carlos III donde Adiós al macho, de Marco Ferreri, fue el telón de fondo de una patética despedida de mi novia de entonces. En aquellos lugares que dentro de poco serán pasto de la especulación y se llenarán de oficinas bancarias, productos de todo a cien o mesas con cartones de bingo, he viajado con George Lucas por todas las galaxias, he reído con Woody Allen, llorado con la Streisand, he dado mi gran golpe junto a Paul Newman y Robert Redford y he visto las catástrofes de la gran civilización ante la sacudida de un terremoto con efectos especiales y un coloso en llamas que echaba por tierra la grandeza de Occidente. Y allí, en el mismo Casablanca, agarrado a la mano húmeda y nerviosa de alguien ya muy lejano, perdí la fe contemplando Jesucristo Superstar en versión subtitulada. Al menos, como en aquella canción de Serrat, nos queda ese consuelo: el de esos fantasmas que no descansan en paz y que, entre no-do y no-do, se colaron para siempre en nuestras vidas.

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