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Un actor con voz de soprano

El mexicano Javier Medina, afectado en los genitales por un tratamiento, representa a un 'castrato' en el teatro

En la granja de Xochimilco (México, D. F.) donde se crió, Javier Medina madrugaba para alimentar con alfalfa a sus conejos, iba a la escuela y aprendía de su madre, una soprano del coro de la Ciudad de México, corridos y rancheras populares que nunca ha dejado de cantar. Afectado de leucemia a los ocho años, Medina se puso en manos de un doctor de medicina alternativa. "Yo era muy pequeño, no me enteraba de nada, siempre me llevaban de un lado para el otro. Como había precedentes de cáncer en mi familia, la enfermedad pudo ser detectada a tiempo", recuerda. Sin embargo, fue sometido a una radioterapia que detuvo abruptamente su desarrollo. "Un endocrino me explicó que lo más seguro es que no me cubrieran los genitales", comenta.La suya fue una adolescencia más larga de lo normal y, en todo caso, difícil. Se sentía como un bicho raro a una edad en que los jóvenes suelen cebarse con quienes son sencillamente diferentes. Con 25 años, Javier Medina comenzó a tomar hormonas para evitar el riesgo de deformaciones y osteoporosis. "Así me vinieron los cambios. Ahora, con 30 años, tengo que rasurarme una vez a la semana y me han empezado a salir barros [espinillas]".

Por entonces, el mexicano se dejaba llevar por su vocación de dibujante y diseñador. Ingresó casualmente en un coro. "Me daba pena [vergüenza] cantar tan agudito", comenta. Para su examen en la Escuela de Música universitaria tuvo que aprender de un día para otro La donna é mobile y se presentó a la prueba sin demasiada convicción. "Empecé a cantar en octava alta. La profesora que tocaba el piano se detuvo y me preguntó: '¿A usted no le ha cambiado la voz, joven?'. Pero fui admitido", recuerda.

Los problemas, no obstante, persistían: "No podía cantar como hombre, ni como niño, ni como mujer", asegura Medina. Su laringe se atrofiaba. Cuando ya adivinaba su futuro en la venta ambulante de chicharrones, apareció en su vida Magda Zalles, del colectivo de canto Ars Nova. "Se trata de un grupo muy lindo, porque nos juntamos para hacer cosas y no por dinero. Así, hemos conseguido sacar adelante muchos proyectos", explica.

Con el apoyo de la propia Zalles y del profesor Manuel Peña, Medina emprendió estudios de solfeo y contrapunto para sacar el máximo rendimiento a su voz. Poco después, el Fondo Nacional de Cultura y Artes de México le concedía una beca para investigar la historia de los castrati, los cantores que en el siglo XVIII prendían el delirio del público con una voz tan sublime como sobrecogedora.

Fruto de ese trabajo es la primer incursión de este artista en el mundo del teatro. De dioses y monstruos, el montaje con el que la Compañía Nacional de México ha desembarcado en el Festival Internacional de Teatro de Cádiz, es un reflejo de la plenitud y decadencia de aquella singular casta. No obstante, Javier Medina no acaba de identificarse con la figura del castrato: "Sufrían de neurastenia, y no me considero más tranquilo. No soy tan pedante, trato de tener los pies en el suelo", afirma.

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Ni monstruo, pues, ni prodigio: gracias a la música y al teatro, Medina se ha encontrado a sí mismo y se considera, al fin, "una persona muy normal", aunque sigan fastidiándole un poco las confusiones telefónicas: "Cuando contesto, todavía creen que soy mi mamá, siempre se extrañan", comenta con humor.

El registro natural de su voz va de La cuatro a Do siete, aunque puede subir más. En cuanto al pasado, es algo que recuerda sin acritud. "Fue necesario", asegura.

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