El infierno
Decíase, antes de que el actual Santo Padre nos sacara de nuestro error, que el infierno era el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno, definición que yo, en mi ignorancia, aplicaba al estilo de torear de un antiguo matador, natural de esta provincia y ya afortunadamente retirado. Pero no, ahora que el tal infierno se oculta entre las páginas de las modernas teologías, tuvo que ser eso lo que ayer sufrimos.Para no faltar, ni siquiera nos libramos del prólogo ecuestre, a cargo de Álvaro Montes y de un manso con el que protagonizó una desdichada capea solamente mitigada en banderillas cuando el buey se despertó algo. El toro se cayó y fue apuntillado mientras un auxiliador, sabiamente, le pisaba el rabo.
Guadiamar / Tato, Puerto, Dávila; Montes
Toros de Guadiamar, inhábiles para la lidia; y uno despuntado para rejoneo de Criado Holgado, manso. El Tato: estocada contraria delantera (ovación y saludos); estocada (oreja). Víctor Puerto: pinchazo (ovación); estocada (dos orejas); salió a hombros. Dávila Miura: estocada trasera (vuelta); pinchazo, estocada contraria y dos descabellos (silencio). El rejoneador Álvaro Montes: cuatro rejones de muerte (ovación y saludos). Plaza de Jaén, 19 de octubre. 5ª corrida de abono. Un tercio de entrada.
Tras esa media hora de sufrimiento, los demonios nos prepararon una tortura nada sutil pero sí bastante dolorosa, que contó con la colaboración de Fernando Gutiérrez Ramos, ganadero titular de Guadiamar, una ganadería de la Asociación pero que se cae tal que si fuera de la Unión.
Moruchos desmochados que se caían al salir del chiquero, antes de que los caballos irrumpieran en el ruedo con el único propósito de proporcionar un innecesario toque de crueldad a una fiesta que no era sino su negación.
El Tato paseó al primer inválido de acá para allá sin mayor fundamento, toreando en ascensor, de abajo arriba. Los demonios se llevaron pronto a este engendro y nos prepararon otro para superior martirio. Víctor Puerto lo ciñó en una larga y, a la hora de muletearlo, lo citó desde los medios para el pase cambiado. El cambio hizo el efecto de un mágico regate de Pelé y el toro se fue al suelo hecho pedazos. Probó después sin cambio, por ambos lados y se repitieron sendos batacazos de la fiera. Como no podía hacerle faena, se la hizo al público, que aguantó cerca de 10 minutos antes de rogarle, por favor, que pusiera fin a tan aguda tortura.
Dávila Miura se tomó muy en serio el tercero, tal como si hubiera tenido un toro y para entonces el tormento ya iba surtiendo efecto. El síndrome de Estocolmo se apoderó de la plaza, que acabó pidiendo, y obteniendo, una oreja para El Tato y dos para Víctor Puerto, que hizo una interesante labor de tentadero al figurante que salió con disfraz de toro.
Cuando dieron suelta al sexto, ya éramos partidarios y amigos íntimos de Luzbel y sus secuaces y aplaudimos a rabiar al ver que no se caía y que llegó incluso a topar al caballo. Se quitaron la montera Juan Montiel y Emilio Fernández y pedimos que nos subieran la temperatura de las brasas. ¡Más madera!, clamó Dávila y, cuando logramos salir a la calle, la encontramos oscura, fría y con olor a azufre.
Mucho se ha hablado y escrito acerca de la naturaleza de las fuentes de inspiración a las que Dante echó mano para su Divina Comedia, pero seguro que ha permanecido oculto en los archivos el verdadero viaje al infierno que sólo tuvo lugar ayer en el embudo de la plaza de toros de Jaén.
No se debe tomar como figurado el sentido de estas líneas, sino en su más cruda realidad; si no, Pedro Botero, esta noche les pinchará el trasero con su tridente.
Tampoco hace falta que se persiga la fiesta de toros mediante escritos ni pintadas porque con semejantes defensores a esto le pueden quedar dos telediarios mal contados y mejor que sea así, porque para mofa, befa y escarnio, ya contamos con una serie de estrellas sin que hagan falta actores invitados.
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