"Gore es mejor, pero Bush me gusta más"
Cuando el tercer debate apenas había consumido sus primeros minutos, Al Gore se alejó de su banqueta para encaminarse lentamente hacia George Bush, que trataba de hilar una exposición sobre reforma sanitaria. Gore, con sonrisa apretada, frenó cuando estaba a dos palmos de distancia de Bush, que parecía sorprendido y hasta intimidado por semejante invasión de su burbuja de espacio personal. En realidad, Gore no quería asustar a Bush, ni siquiera deseaba ponerle más nervioso; se dice que la maniobra tenía como único objetivo permitir a los espectadores una comparación fácil de sus estaturas. Las estaturas físicas, no las políticas.En el país de la imagen, los debates presidenciales permiten trucos que se mueven entre lo publicitario y lo demagógico. En el primer debate, el maquillaje de Gore le hacía parecer, aún más, un muñeco de cera; el bronceado de Bush también era excesivo. Los dos corrigieron esos errores cosméticos en el segundo debate y perfeccionaron su aspecto en el tercero. Gore suspiraba y sonreía en el primer debate cuando Bush hablaba, pero dejó de hacerlo a partir del segundo cuando le dijeron que el gesto parecía petulante. A Bush le aconsejaron que tuviera cuidado con su sonrisa: tiende a convertirse en una mueca cargada de menosprecio.
A Gore le habían enseñado a mover las manos correctamente cuando estuviera de pie; las manos de Bush, en cambio, parecían dos apéndices inertes con los que se veía obligado a convivir. Por si esto fuera poco, la retransmisión permitía detectar cómo la espalda y los hombros de Bush adoptaban un arqueo poco favorecedor (la "curvatura de Nixon", la llaman los expertos en imagen). Gore parpadea la mitad que Bush, según explicaba un neurólogo en The Washington Post: el que más parpadea está más nervioso y miente más. Siempre ha ganado las elecciones el político que menos parpadea. Y el más alto de los dos contendientes.
Poblema de arrogancia
Gore se enfrentaba al debate con la seguridad de que el formato era su preferido: en los últimos años ha participado en más de 1.000 encuentros con electores en condiciones exactas a las de ayer. Por el contrario, la escueta carrera política del republicano apenas le ha permitido experimentar con encuentros así. Y lo que es peor: sus asesores temían que a Bush se le disparase la arrogancia. Todo estaba, pues, listo para que Gore ganara. Y ganó, pero perdió al tiempo: las encuestas le daban la victoria dialéctica, pero a siete de cada 10 estadounidenses les cayó mejor Bush. "Gore ganó, pero Bush me gustó más. Veo a Gore y veo al vicepresidente; veo a Bush y no veo a un político", decía Malcolm Cornail, un taxista de Saint Louis que siguió el debate en su casa. Y enseguida aclara: "Creo que voy a votar por Bush".
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