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Igual ocho que veintiocho, lo que no debe ser

En un primer momento pude creer que se trataba de una muestra importada de Estados Unidos, para implante en Alicante, de ese capítulo mediático llamado periodismo de investigación. Mas no. La noticia nació, al parecer, en una justificada denuncia de afectados antes que en la observación sagaz de un reportero. Pero, con independencia de su origen, la publicidad de lo mejorable ha surtido unos saludables efectos. Quien es responsable ha reconocido los hechos y ha anunciado una vía próxima de solución a los mismos. Y eso es muy importante, es socialmente constructivo.El Centro Gestor de la Seguridad Social en Alicante, un local en el que se tramitan las pensiones -lógicamente frecuentado por personas mas bien ágiles en defecto-, tiene un acceso ineludible mediante veintiocho escalones que suponen un desafío a lo razonable para las capacidades de desplazamiento de la mayor parte de sus usuarios. Denunciado tal hecho, cuya vigencia desconozco, nos dicen, y así se publica, que hay prevista una solución consistente en el traslado del centro a otro local, en el que no se dará ese tipo de circunstancias. Parece que la denuncia ha sido posterior a la previsión de enmienda y ese es un punto positivo que conviene anotar en defensa de nuestra Administración, no siempre enjuiciada con benevolencia.

Los arquitectos estamos en cierto modo sometidos a los condicionamientos exigibles en la accesibilidad. No siempre es fácil proyectar arquitectura, -como entidad que es esencialmente estática, bajo parámetros de uso en movilidad sin limitaciones-, sin incurrir en desatención a circunstancias de funcionalidad ineludibles. Nuestro oficio no es ni debe ser excesivo. Está, debe estar siempre, al servicio de lo social y del buen uso y, salvo lamentables excepciones, cumplimos con lo previsible y resolvemos racionalmente las propuestas que se nos hacen.

Por esa razón, resulta especialmente molesto el que, a la vista de soluciones equivocadas en el uso de la arquitectura, la opinión pública, pueda atribuirnos como error profesional lo que nada tiene que ver con nuestra intervención. Me refiero a los muchos casos en que la obra no se proyectó ni ejecutó para lo que luego se ha destinado y, en esa disparidad está lo que no es de recibo.

En mi caso, una amplia experiencia en la Administración y, consecuentemente, el haber sido protagonista y testigo en una sucesión interminable de adaptaciones, cambios y acondicionamientos de inmuebles y locales, me permite afirmar que es insignificante la proporción de arquitectura utilizada por las distintas administraciones públicas, cuyo uso responda a la concepción del proyecto original del arquitecto. Y eso es así. Pero cuando determinados servicios han de ubicarse en locales ocasionales, previstos desde siempre para otro destino, adaptados en precario bajo limitaciones económicas y no siempre bajo criterio de gerentes responsables plenamente independientes, entonces pueden producirse situaciones realmente intolerables.

De esas que, desafortunadamente, alguien pudiera y no debiera atribuir a los arquitectos.

Esos veintiocho peldaños, penosa y peligrosa vía de jubilados y de personas no sobradas de agilidad, me permite denunciar la necesidad de que este hecho no quede en anécdota puntual. Que sirva para promover una revisión general de posibles situaciones semejantes, en inmuebles y locales aplicados a servicios y actividades de nuestras administraciones y para que, sin mediar una denuncia en prensa, como en este caso, se programen los traslados, las reformas y las adaptaciones necesarias. Que sean soluciones a lo funcional y a lo orgánicamente y socialmente exigible. Y eso sin esperar un nuevo aviso.

Estoy seguro de que la pesquisa no ha de ser difícil ni costosa. Mas bien gratificante. Y no ha de requerir cosa mayor que mirar y ver al mismo tiempo.

Como muestra, como modesto indicativo, me permito señalar el caso de un amplio local situado en el número 13 de la calle de Portugal, en nuestra capital. Se trata nada menos que del Consultorio del Servicio Valenciano de la Salud. Ciertamente. Pero para comprobarlo es necesario mirar sesgadamente al interior del local, en un espacio oscuro, alto y escasamente perceptible desde el exterior. Porque exteriormente no figura ningún panel indicativo identificador. Y de hecho, es normal y muy frecuente la desorientación inicial en muchos usuarios, en ocasiones afectados por situaciones de urgencia.

Personas que preguntan e indagan, nerviosas, cerca de los transeúntes y en los locales del entorno. En un tramo vial de tránsito acelerado de coches y con un permanente estacionamiento irracional.

Porque nadie espera que a tal servicio se acceda desde la misma línea rasante del acerado, sin espacio de espera y mediante un tramo de ocho peldaños no precisamente cómodos.

He visto llegar en un taxi a una persona lesionada o indispuesta y la he visto acceder los ocho peldaños, portada penosamente, hasta la recepción sanitaria, en brazos de un taxista ejemplar y de un viandante, asimismo ejemplar, mediante la sillita de la Reina, es decir sentada sobre unos brazos y manos cruzados al efecto. Con alto riesgo en equilibrio.

Tal vez, en esa y en otras ocasiones, esos ocho peldaños, hayan sido un desafío tan penoso o más, que los veintiocho denunciados para tránsito de personas no enfermas ni lesionadas.

Tal vez ahora nos diga, quien autorizó la instalación de ese servicio en esas condiciones, que está previsto su traslado en fecha inmediata a locales más adecuados funcionalmente.

Lo que se me hace evidente, y así lo quiero creer y lo digo, es que ningún arquitecto hubiese proyectado para tal uso un local con tal acceso. Y pienso que si, en algún caso, alguien se cae y se lesiona gravemente, entrando o saliendo del admirable y eficaz Servicio de Atención Médica, la noticia habrá de servir de revulsivo innoble para dictar soluciones. Y eso, precisamente, es lo que no debe ser.

José Casas Hernández es doctor en Arquitectura.

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