MONTSERRAT BADÍA Una perfeccionista en San Telmo
Cuando concluyó su primera intervención como portavoz del Gobierno buscó la mirada de un asesor de la Oficina y, acto seguido, sonrió con discreción. Salió airosa y probablemente le transmitieron ese mensaje. A Montserrat Badía Belmonte (Madrid, 1950), casada, dos hijas, se le entrecruzaron las mismas sensaciones cuando la llamaron desde el Palacio de San Telmo para proponerle que sustituyese a Rafael Camacho como la voz del Gobierno andaluz. Se le mezcló cierto pánico escénico con la convicción de que podría redondear la faena. Así que no dudó mucho antes de aceptar la singular oferta laboral, una vez vencido el estupor.Porque Badía, en puridad, no se esperaba la llamada que recibió a comienzos de la semana pasada. Pocos días antes, en la tradicional comida que organiza un grupo de ex concejales y trabajadores del grupo municipal socialista de Sevilla el último jueves de cada mes, la nueva portavoz se entretuvo especulando sobre el nombramiento con la libertad de quien no se siente en las quinielas. "Salieron nombres de media Andalucía, pero no el suyo", recuerda uno de los comensales.
Aparte de lo obvio y del centro de flores que entró con ella en el despacho, Badía no se parece en casi nada a su predecesor, Rafael Camacho. Aunque su estilo está por ver, su historial en la Administración dibuja a una persona con más inclinación hacia el perfeccionismo técnico que a los cimbreos políticos que Camacho practicaba con habilidad. De hecho, a pesar de que ocupó puestos de responsabilidad en la Junta de Andalucía desde 1986 (asumió sucesivas direcciones generales) sólo se afilió al PSOE cuando se convocaron primarias para elegir al candidato a la presidencia del Gobierno en 1998.
Apoyó a José Borrell con entusiasmo y, durante la enconada batalla que se vivió en el socialismo sevillano por la candidatura municipal, se alineó con José Rodríguez de la Borbolla, que le había ofrecido incorporarse a su lista en 1995. Badía no dudó en dimitir como directora general de Cooperación Económica y Comercio para integrarse en el equipo. Perdieron frente al pacto PP-PA, y también perdieron las primarias frente a la maquinaria que arropó a Alfredo Sánchez Monteseirín. Visto lo cual podría deducirse que la movilizan más las lealtades afectivas que las endebles fidelidades partidistas.
De su etapa de concejal (1995-99) perviven múltiples opiniones elogiosas (procedentes incluso de sus adversarios políticos) y una escena ingrata, acaecida el 5 de febrero de 1998. Badía, paralizada por el llanto, renunció a enmendar los presupuestos municipales que había preparado su adversario y amigo, el concejal de Economía y Hacienda, Alberto Jiménez Becerril, asesinado por ETA junto a su mujer. "Por respeto, no podemos votar en contra del trabajo de alguien que dedicó su vida al servicio público". Poco más logró musitar la edil en aquel pleno.
Dar con retratos críticos de la nueva portavoz del Gobierno no es nada fácil. Antiguos jefes y subordinados, correligionarios y adversarios políticos y periodistas coinciden en definirla como una persona afable, extremadamente educada e infatigable trabajadora. A lo sumo, que carece de habilidad política para zafarse en un momento de apuro. En ella prima una mente analítica (es licenciada en Económicas y Empresariales), un sentido del deber extremo (durante una cena oficial en Japón se zampó el tradicional pescado crudo venciendo las náuseas que le produce) y un gran autocontrol que le impide perder la compostura.
Nada maniática excepto con la impuntualidad, que la irrita sobremanera, tal vez porque con su hiperactividad es capaz de hacer piruetas con el reloj y sacar tiempo para que todas las facetas de su vida -pública y privada- discurran con primor, aunque eso le cueste más de un despiste.
El juicio de una antigua colaboradora resulta, amén de elogioso en grado superlativo, revelador: "Es una persona como para que te cayera mal de lo perfecta que es". Con el mismo ahínco que depositaba para analizar los presupuestos municipales o se estudiaba los secretos de los naranjos como alternativa a la crisis minera en la comarca del Río Tinto, Badía es capaz de crear en tres noches un traje de faralaes para sus dos hijas, aprender los intríngulis de la navegación, acordarse de las fechas de cumpleaños de su entorno y haber liquidado las tareas domésticas antes de entrar a trabajar de mañana.
En suma, encarna a la perfección esa imagen de supermujer que tanto combaten las feministas, que busca la perfección en su ámbito profesional sin renunciar a serlo en su casa. Le gusta el ballet y le desagradan las cuotas femeninas. No tiene complejo de clase (procede de una familia manchega bien) ni espíritu sectario. Y se va de los despachos oficiales sin mucho equipaje: abandonó el del Ayuntamiento de Sevilla con pocas cosas, entre ellas una orquídea lila que había entrado con ella cuatro años antes.
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