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Viajar da mal rollo

Juan José Millás

Me disponía a facturar el equipaje en el aeropuerto de Barajas cuando me cerró el paso al mostrador una señorita que tras identificarse confusamente como personal de seguridad, o algo parecido, me sometió al siguiente interrogatorio:-¿Quién ha comprado el billete con el que va a viajar?

-Yo mismo -respondí con miedo a estar diciendo una mentira.

-¿Cuándo? -insistió la agente.

-Hace dos semanas, quizá tres. No estoy seguro.

-¿Y quién ha preparado su equipaje?

-También yo.

-¿En qué lugares ha estado la maleta desde que la ha cerrado?

Hice memoria y respondí con titubeos que en mi dormitorio, en el pasillo de casa y en un taxi. La verdad es que también había estado en el cuarto de baño, y en la cocina, pero no se lo dije porque me pareció que podría resultar sospechoso (tengo, entre otras, la manía de pasear por toda la casa con el equipaje en la mano antes de salir de viaje).

La mujer preguntó a continuación si la maleta había permanecido bajo mi control en todo momento, a lo que respondí que sí, aunque también era mentira. Es absurdo ir mirando una maleta todo el rato, aunque sea de piel. Durante el trayecto en taxi desde casa al aeropuerto, por ejemplo, estuvo en el portaequipajes, bajo cuya oscuridad pudo haber sido sometida a toda clase de vejaciones sin que yo me diera cuenta. No se me ocurrió comprobar que no hubiera nadie agazapado dentro del maletero antes de introducir en él el equipaje. Además, de eso se había ocupado el taxista, que, bien pensado, tenía cara de malhechor. Me pareció que todo empezaba a ponerse en mi contra.

Por si fuera poco, tras acabar el interrogatorio, recordé que mi mujer también había metido algunas cosas en la maleta mientras yo me afeitaba. No tengo razones para desconfiar de ella, al contrario, pero tenía miedo y el miedo nos hace mezquinos, de modo que una vez conseguida la tarjeta de embarque telefoneé muy angustiado a casa.

-Diga -dijo mi mujer.

-Oye, no me habrás metido por casualidad nada comprometedor en el equipaje mientras me afeitaba.

-Qué quiere decir nada comprometedor.

-No sé, chica, pero creo que tengo a la policía pisándome los talones. Me han hecho unas preguntas muy raras en facturación: que si quién me ha hecho la maleta, que si la he perdido de vista en algún momento, que si quién compró el billete...

-Pero eso se lo preguntan a todo el mundo, hombre. Anda coge el avión y no te preocupes por nada.

-¿Y si llevo algo ilegal entre las camisas?

-Que no llevas nada ilegal, no te preocupes.

Mi mujer me hablaba con paciencia porque he tenido en el pasado algún episodio paranoico y caigo en delirios de persecución por menos de nada. Lo malo es que a veces me persiguen de verdad, aunque no puedo demostrarlo.

Procuré calmarme, pues, y comencé a buscar la puerta de embarque cuando recordé que yo mismo había metido en la maleta un mucolítico sin receta que podría traerme problemas en el aeropuerto de destino: el mismo casualmente en el que Antonio Canales había sido desnudado, atado a la pata de una mesa y vejado por no tener el pelo rubio ni los ojos azules. Dios mío, tampoco yo tenía esas características raciales. Con un rostro cetrino como el mío y un frasco de jarabe mucolítico en la maleta me podrían caer diez años. Un escalofrío me recorrió la espalda al tiempo que una voz más bien siniestra recomendaba por la megafonía que no perdiéramos de vista un solo instante nuestro equipaje de mano y que no aceptáramos regalos de desconocidos: lo mismo que me decía mi madre de pequeño, que no aceptara caramelos de individuos con gabardina.

Me dio un ataque de pánico, la verdad, y decidí suspender el viaje. En el taxi de vuelta a casa le conté la aventura aeroportuaria al conductor y me dijo que todo eso es por culpa de la droga. Quizá fuera cierto. Lo que no se comprende es que pongan esa pasión en buscarla en los aeropuertos cuando no hay más que salir a la calle para que se la ofrezcan a uno hasta en la puerta de los colegios. Yo seré un paranoico, no digo que no, pero la policía también tiene sus rarezas. Total, que no sé si viajar quita el nacionalismo, pero da mal rollo. Como en casa, en ningún sitio.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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