Cuidado con el teléfono
Conducía a una velocidad constante rumbo a ninguna parte. En una de tantas rotondas que pueblan nuestras carreteras, tuve que girar violentamente el volante para evitar la colisión con un Mercedes aparcado en la cuneta. Me pareció una ubicación excesivamente peligrosa, por lo que el ocupante del coche debía haber sufrido algún percance. Decidí, pues, rodear aquella rotonda para cerciorarme de que nada extraño ocurría. Me sorprendí observando a una bella muchacha de rostro angelical. Hasta entonces, todas mis sensaciones fueron positivas. A punto de salir de la rotonda, me fijé en su mano derecha: sujetaba un teléfono móvil que apretaba contra su oído. La atracción se desvaneció. Una llamada cualquiera era más importante que la seguridad de cuantos transitábamos por aquel lugar. Ella, ajena a todo, reía y hablaba con la seguridad de acometer su acción del día. Que yo me sobresaltara, que tuviera que girar con cierta brusquedad, que me preocupara son razones exiguas, hechos nimios a los que el teléfono móvil ha relegado a un segundo plano. En fin, también tengo uno, pero lo apago cuando conduzco; a mí, sí me importan los demás.- . .
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