Desconexión
Lo han publicado -en pequeñito, no vaya a ser que nos asustemos- algunos periódicos: 28 millones de norteamericanos se han dado de baja en Internet en el último año. ¿Será verdad o será una intoxicación surgida también de Internet? ¿Quién puede saberlo? En realidad, ¿para qué hay que saberlo? ¿Qué más da que unos cuantos millones se den de baja si otros tantos se dan de alta? ¿En qué puede cambiar ese detalle nuestras vidas? ¿Acaso se abaratará la gasolina o mejorará nuestro colesterol si unos cuantos se enganchan o se desenganchan de la red? ¿Es que alguien es capaz de imaginar un gafe en el futuro triunfal de Internet? ¿Qué seríamos los contemporáneos sin esta nueva epopeya de la comunicación con todos y en todas partes? Estamos en plena ola y, eufóricos con la promesa comunicativa, cuesta imaginar si hay vida más alla de Internet y de lo virtual.Si fuera cierto que hay 28 millones de desafectos -¿decepcionados?- al fetiche cibernético, se abrirían inquietantes preguntas. Supongamos que toda esa gente hubiera decidido que es mejor conectar con los demás cara cara que por vía electrónica. O que los negocios son más eficaces y sólidos si se realizan, como se dice ahora, presencialmente. No sabemos qué mosca ha picado a esos 28 millones de individuos, pero ¿y si de repente estuviéramos ante una rebelión? Una rebelión de 28 millones de tipos que prefieren desconectar del pensamiento único/plural de Internet, que ése es el morboso oximoron retroprogresivo que nos ofrece la red, sería un síntoma de que algo no previsto está ocurriendo.
Puestos a suponer, hay quien, como José Antonio Marina, con quien mantuve una conversación telefónica al respecto, sostiene que los 28 millones están "hartos" de la maraña de la red. Marina, que escribe una columna en Internet desde hace meses y lee concienzudamente la mucha correspondencia cibernáutica que recibe, me decía que ha llegado a la conclusión de que, tal como se está utilizando, Internet es "para débiles mentales" y que eso explica también la deserción masiva de internautas. ¿La gente, pues, necesita algo más que una red? ¿Quién lo duda?
Otras gentes abiertas a las novedades hacen un diagnóstico similar o más duro sobre la ola de euforia tecnológico-económica. Sin ir más lejos, el polémico Jacques Attali, antiguo consejero de Mitterrand, guru de la prospectiva francesa, pronostica en su último libro, Una nueva utopía (que publicará Paidós), una revolución de mucho mayor alcance: "La acumulación de injusticias y de medios de destrucción no se puede prolongar al ritmo actual. Si así fuera, 20 personas poseerían, de aquí a un siglo, las tres quintas partes del patrimonio de la humanidad. Algo radical invertirá el curso de la historia, algo parecido a una revolución planetaria, pacífica o violenta, explícita o implícita, política o de orden cultural". Provocador, claro. ¿Sin motivo?
¿Será la desconexión de la red el inicio de algo parecido a esa revolución? Queda muy claro que los norteamericanos vuelven cuando nosotros vamos y, en asuntos como Internet, nosotros padecemos el entusiasmo del neófito, pero también es cierto que aquí no aprendemos a poner nuestras barbas a remojar cuando vemos pelar las del vecino. Aquí estamos en plena fiebre, con fe ciega en los móviles, las redes, las conexiones y la virtud virtual. Y la fe no suele preguntarse el porqué o el para qué de nada. La fe misma en la modernidad ya parece ser fuente de felicidad o, al menos, una cura frente a la desesperación que puede provocar la dura realidad.
Pensaba todo esto mientras veía a esos chicos y chicas de plástico, verdaderos productos de la publicidad, de un programa de televisión llamado El bus. Eran totalmente felices en su fe en la conectividad. "España nos ve", decían convencidos mientras conectaban con España misma vía Internet. Los españoles, mientras tanto, vivíamos pendientes de algo tan prosaico como el precio de la gasolina, ese peaje que hay que pagar por moverse en la realidad y vernos las caras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.