Corrida sin graduación
El caso es que el cartel era claro y se diría que hasta inequívoco: gran corrida de rejones. Ni más ni menos que como el Gran Capitán, la Gran Vía, el Gran Cañón del Colorado... Los problemas (pongamos que lingüísticos), sin embargo, estaban en los chiqueros: toros terciados, regordíos, con las astas más que arregladas amputadadas a la altura de la mazorca y, para más desasosiego, parados, estáticos, plúmbeos, mansos, descastados... un tostón. Ni los que desarrollaron cierta nobleza justicaban su condición de toros bravos ni sus cuatro años largos a cuerpo de rey en el campo. En efecto, lo de gran era una licencia poética. Con la rima, eso sí, en los pies. Si eso era una gran corrida (con perdón), el capitán de arriba, todo lo más soldado sin graduación. En definitiva: corrida sin graduación.Bien es cierto que el mundo del toro es dado a la hipérbole con la misma facilidad con que los programas infantiles al histerismo. Apenas un rejoneador coloca unas banderillas allí donde el toro acostumbra a sentar las caderas, lo normal es que la plaza se entregue al frenesí con espíritu campeador. Pues bien, ayer ni eso. Seis toros, más de 36 banderillas, 40 cabalgadas y 30.000 sombrerazos al respetable y... nones. Balance: una triste oreja más peluda y fea que nunca.
Benítez / Moura, Hernández, Bohórquez
Cuatro toros desmochados para rejoneo de Benítez Cubero y 1º y 6º de Pallarés, descastados.João Moura: rejón trasero (vuelta); cinco pinchazos, rejón trasero y, pie a tierra, dos descabellos (algunas palmas y saluda desde el tercio). Leonardo Hernández: rejón trasero (oreja); pinchazo, medio rejón trasero, rueda de peones, pie a tierra, siete descabellos -aviso- y el toro se echa (silencio). Fermín Bohórquez: rejón caído trasero y atravesado (algunas palmas y salida al tercio); pinchazo y rejón caído (silencio). Plaza de Las Ventas, 6 de octubre. 4ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
Y todo ello, pese a que los toreros con montura se entregaron a su oficio con las armas a punto. Se diría que los tres ensayaron y se esforzaron en hacer las cosas de frente y por derecho. Hernández y Moura abrocharon los embroques en el estribo con la cara del animal a la sombra de la barriga del caballo. Así hizo el portugués con su primero y el sevillano con segundo. En los otros dos toros, cada uno con el suyo, la estrella fue la suerte del quiebro: de cara al toro con el caballo presto a amagar, encogerse y salir a la carrera templada en el momento del cuarteo.
Bohórquez, por su parte, puso arrojo, voluntad, mucho grito y dos sofocos. Uno por cada uno de sus toros: el primero fue manso, se mantuvo pegado a la boca de chiqueros y se mostró enemigo de peleas. El otro, que algo más de juego dio, tampoco o poco tenía que envidiar a los toros de Guisando. Hubo arreones contra la grupa, pero libre del empuje de la casta.
Y así, todos. La casta se desparramaba por la arena en un trote cochinero que más invitaba a la piedad que a fiestas. De nada valían, sombrerazos, saludos (¿cómo se puede saludar desde el tercio con tanta frivolidad?), desplantes y adornos. No había toros y cuando no hay toros los adjetivos se encogen, los ánimos se enfrían y lo único grande es el aburrimiento.
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