El nacionalismo vasco y ETA
El actual presidente del Tribunal Constitucional escribió ya hace años un artículo, ahora reeditado, en que para explicar las peculiaridades de la Constitución Española en materia de organización territorial del Estado recurría al artificio, clásico en la filosofía política, de imaginar que llegara un jurista persa a visitarnos. Él habría de observar con sorpresa -pero al mismo tiempo desvelando su más profundo sentido-, las aparentes contradicciones y paradojas de un texto y de una forma de articulación nacida de forma sucesiva y en aparente contradicción con sus orígenes.Sólo si en pasados meses un periodista persa hubiera visitado el País Vasco podría transmitir la sensación de ceguera existente entre las fuerzas democráticas que parece hacerles vivir al día sin darse cuenta del inevitable resultado de las acciones que llevan a cabo. Nadie es capaz de decir si habrá elecciones o no, si Arzalluz-Egibar conservarán la dirección del partido nacionalista o si un eventual Gobierno vasco presidido por el PP supondrá algún resultado positivo. Lo que, en cambio, parece es que todos los actores políticos se sienten arrastrados en sus actitudes sin medir las consecuencias finales de las mismas. Lo grave no es que uno o varios se equivoquen alguna vez, sino que nadie tiene verdaderamente en cuenta lo que es esencial: la desunión, aparentemente insalvable, en el seno de las fuerzas dernocráticas. No parece haber un verdadero esfuerzo por reconstruirla porque todos exageran la postura propia con la pretensión de hacerla más nítida, pero también con el resultado de ahondar el abismo.
Así se produce una dialéctica de los partidos que puede resultar tan aburrida como letal. Frente a ella lo lógico -y lo beneficioso para los ciudadanos- sería actuar de forma inversa: procurar insistir siempre en lo que une y no en lo que divide.
Parece evidente que el nacionalismo vasco ha cometido errores importantes, pero sería mucho mejor, desde Madrid, en vez de arrellanarse en la simplificación del adversario intentar encontrar puntos de coincidencia. Hoy la "vulgata" social y política acerca de él consiste en verlo poco menos que como una enfermedad que pasa y que puede ser ridiculizada si uno se limita a leer un poco y estar atento a la evolución del mundo. Eso, sin embargo, es una bobada insostenible que, además, tiene resultados perversos. Resulta imprescindible tratar de descubrir al otro y hacerlo, además, en sus raíces y no en las palabras de un político profesional cuando se le acerca un micrófono a la boca. Pase lo que pase a medio plazo será necesario entenderse con los nacionalistas.
El nacionalismo vasco actual sigue siendo, en gran parte, un desconocido y de este modo, con violencia o sin ella, será imposible entenderse. ¿Quién, por ejemplo, ha leído a Joseba Arregi más allá del País Vasco? En las últimas semanas se han citado artículos suyos en los que expresaba su opinión contraria a otros correligionarios y su valiente actitud al no cejar de preguntarse sobre la oportunidad de una senda estratégica que considera errada. Pero Arregi ha hecho mucho más que eso: en dos libros suyos, Euskadi como pasión y Euskadi invertebrada, ha dado una versión del nacionalismo muy actual e inteligente. Al pretender ofrecer una interpretación de la misma, que espero que sea fiel, trato de romper esas barreras que nacen de no conocerse sin lo cual es imposible comprenderse.
El concepto de Arregi sobre lo que es el nacionalismo vasco nace, en primer lugar, de una visión del pasado. El nacionalismo, para él, sería un producto de la modernización de la sociedad que él mismo no protagonizó, pero tampoco sería el culpable de su escisión en dos sino que él mismo fue sujeto paciente de ella. Con el transcurso del tiempo, por otro lado, se modernizó de modo que entre Arana y Aguirre existe una distancia real, pero además ambos tienen que ser comparados con los españoles de entonces (por ejemplo, con Cánovas y Gil Robles) y en esa comparación los vascos no quedarían malparados en cuanto a modernidad. Frente al racismo -propio del momento- de un Arana en la práctica la defensa de la lengua fue lo esencial para el nacionalismo; consustancial con él ha sido tanto un maximalismo en las demandas como una actitud colaboracionista. De cualquier modo, en su balance positivo ha estado siempre haber sido capaz de conservar los signos de identidad propia. También los ha construido, pero no desde la nada sino desde una realidad cultural que preexistía.
En segundo lugar, para Arregi es absolutamente esencial partir no ya del respeto a la pluralidad vasca, sino considerarla como un rasgo esencial y constitutivo de esta sociedad. Precisamente de la conciencia de la pluralidad deriva el considerar el Estatuto como la mejor posibilidad y la más adecuada plataforma para Euskadi. Frente a quienes hoy consideran que el Estatuto está agotado o que ya ha sido aplicado totalmente reivindica su excelencia que, partiendo de la pluralidad, hace posible la integración y, por tanto, la convivencia fecunda. Con toda la razón señala que lo esencial, antes de cualquier acto de autodeterminación nacional, es construir previamente el sujeto que pueda hacerlo y la única fórmula capaz de institucionalizar una sociedad compleja, en que hay sentimientos de pertenencia distintos, nace de una fórmula como el Estatuto. De lo contrario lo que pueden existir son proyectos de hegemonía contrapuestos. Del aprecio por el Estatuto deriva la actitud hacia la propia Constitución que, al hacer mención a España como nación y también a las nacionalidades, se sitúa en un espacio de transición entre el Estado-nación clásico y su transfiguración actual.
En tercer lugar para Arregi, como para Maragall, Duran i Lleida o Pujol, el nacionalismo parte de la conciencia de vivir en un tiempo y consiste en una proyección hacia el futuro. A estas alturas para un nacionalista la construcción de un Estado propio no es ni tan siquiera acuciante. El nacionalismo tiene que crear de cara al tiempo venidero mucho más que restaurar el pasado remoto. Tiene que tener muy en cuenta la unificación europea, pero no menos que ella la globalización de la cultura. Pero si todo eso debe ser asumido por Euskadi, España también tiene que aprender. Debe saber, por ejemplo, que reconocer la plurinacionalidad no quiere decir que la nación española deje de existir.Euskadi sólo se puede construir como nación por el procedimiento de superar el exclusivismo, pero España debe saber que también éste es una amenaza para ella.
Una cuarta idea que me parece esencial en Arregi es la de que la interpretación del nacionalismo que hace ETA rompe con su tradición y lleva al nacionalismo democrático a la tumba. El terrorismo nació del nacionalismo, pero no sólo de él: no se entiende sin una herencia de misticismo religioso, pero tampoco sin el tercermundismo y el marxismo. Deriva, en definitiva, mucho más de Frantz Fanon que de Arana y por eso es injusto decir que el nacionalismo fue la partera del terrorismo. Lo pésimo de la reinterpretación etarra no sólo radica en la violencia, sino aún más en la carencia de conciencia de pluralidad que es lo que conduce de forma inevitable al totalitarismo. Pero frente a la violencia diaria no vale en absoluto la postura inocente que consiste en decir que, como existe un conflicto político, en cuanto desaparezca aquélla se volatilizará. Hay que rescatar al nacionalismo vasco de la interpretación que de él ha hecho ETA y a eso puede ayudar,desde luego, el que no se asimilen en Madrid dos fórmulas antitéticas. No va mal recordar -vaya algo de cosecha propia- que quienes lo hacen han solido estar en el pasado demasiado cercanos a ETA o la extrema izquierda.
¿Tiene algo que reprochar alguno de los grandes partidos españoles a todos estos conceptos? Me parece muy dudoso con tan sólo que sean capaces de librarse de las minucias y de los intereses sectarios. Tendrían, pues, que tender la mano a este nacionalismo. Pueden tener la tentación, en cambio, de considerarlo insignificante pero basta con oír lo que dicen tantos empresarios afines -aparte de militantes destacados- para comprender que no es así.
Otra tentación que pueden tener PSOE y PP -o la prensa de Madrid- es la de considerar que Arregi se les ha pasado. Baste leerle para saber que no es así. "Euskadi", escribe "es la patria de los vascos, dijo Sabino Arana y nos lo legó. Eso es lo que aprendí de niño. En esa convicción me he creado y he ido avanzando en años". Pero -añade en frases vedaderamente emotivas- "mi Patria es también la tolerancia positiva, es decir, no sólo respetar al otro y a la diferencia, sino verla enriquecedora para mí". Mi patria es también, añade, una tierra en que muchas personas angustiadas reflexionan acerca de cómo "una ilusión y una esperanza de libertad" que nacían del impulso nacionalista "se han podido convertir en miedo, asesinato y secuestro". "Mi Patria", concluye, "es lo que será si a fuerza de intentar construirla unos contra otros, unos sin otros, no le cerramos toda puerta al futuro".
Javier Tusell es historiador.
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