Pedroso dice la última palabra
El atleta cubano vence en longitud tras un apasionante duelo con el australiano Taurima
¿Hay algo que le pueda poner nervioso a Iván Pedroso? ¿Hay en el mundo alguien por quien el saltador cubano sea capaz de perder la calma, la suavidad de maneras, la tranquilidad espectacular con la que se comporta en los momentos críticos de las grandes competiciones? Si hay algo, si hay alguien, que lo diga para que nos enteremos. Igual que ese personaje que está por llegar para desestabilizar a un saltador sin rival no fue el español Yago Lamela en su fabuloso 1999, tampoco lo fue Jai Taurima en su extraordinario 2000. Ambos rivales, y otros más, lo más que consiguen con su prestación máxima es forzar a Pedroso a dar un poco más de sí, o, todo lo más, ofrecer a los aficionados una buena tarde de atletismo, un duelo de superaciones constantes; nunca, en todo caso, callarle. Pedroso siempre dice la última palabra. Lo hizo en sus tres Mundiales al aire libre, y en sus cuatro en pista cubierta. Lo hizo ayer al conseguir su primer título olímpico. "Es muy difícil que le arrebaten el título", dice su compañero de equipo, el joven Luis Meliz. "Iván tienen mucha técnica. Tiene un último salto único". "Era imposible que nadie me ganara", confirmó el campeón olímpico. "Me sentía perfecto como muy pocos días antes. Quizás me he sentido mejor que nunca en una competición. Y cuando me siento así soy imbatible. Sabía que iba a ganar en el último salto".El concurso comenzó moroso, con aire decepcionante y nulos de los dos favoritos. En el segundo intento, el cubano se fue a 8,34m y ya parecía que el pescado estaba vendido (Taurima había saltado antes 8,18m). Pero igual que Pedroso es único, saltador natural al que parece que no le cuesta trabajo volar, poseedor de una técnica implacable que le permite paliar sus problemas con la velocidad; Taurima es un competidor único, un caso extraordinario que logra sus mejores marcas cuando mayor es la presión. En Sevilla, acabó cuarto con 8,35, la mejor marca de su vida. Ayer mejoró su plusmarca hasta 8,49m. Fue en el quinto intento. A Pedroso sólo le quedaba una oportunidad para superarlo.
La situación no le era nueva. En el Mundial de Maebashi, Lamela saltó 8,56 en su penúltimo intento; Pedroso, inmutable, se fue ayer a 8,55m en el último. "Fue sencillo", dice Pedroso. "Pero no logré una gran marca. Como había hecho tres nulos antes, no podía arriesgar, así que bajé la velocidad para coger perfectamente tabla y saltar tranquilo". 8,55m. El silencio en un estadio que hacía poco minutos había clamado hasta reventar. Así, como quien no quiere la cosa. Terminada la función, Pedroso se derrumbó. Se acabó la actuación, la calma, la mirada fría, la concentración exacta. Pedroso, entonces, se dio cuenta de que había alcanzado un sueño. En Barcelona 92, joven de 19 años, había terminado cuarto; en Atlanta 96, en la cima de su arte, una lesión insidiosa le frenó: 12º. El título olímpico le llegó por fin. Y se derrumbó y lloró. "Era mi sueño, y era también el sueño de mi madre. A ella se lo dedico". Su madre, Teresa, murió hace un par de meses.
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